
Natural de Taurisano, nació en el año 1585, en la Puglia, Italia. Su familia era de origen español. Obtuvo en Nápoles una licenciatura en Derecho civil y canónico. Estudió filosofía y teología en Roma. Tras volver a Lecce se centró en estudiar física, medicina y astronomía, materia que se puso de moda con el Renacimiento.
Al igual que Giordano Bruno, dirigió sus ataques hacia la Escolástica, asemejándose a Bruno en su vida errante y en sus ideas anticlericales.
De Nápoles fue a Padua, donde entró bajo la influencia del alejandrista Pomponazzi. En Padua estudió derecho, y fue ordenado sacerdote. Posteriormente se movió por Francia, Suiza y los Países Bajos, viviendo de impartir clases, componiendo escritos para otros y difundiendo puntos de vista anticristianos.
En 1612 se vio obligado a huir de Lyon a Inglaterra, pero en Londres fue arrestado durante 49 días tras ser sospechoso de vender un libro.
De vuelta en Italia, hizo un intento de impartir sus lecciones en Génova, pero fue expulsado de nuevo a Francia, donde trató de alejar las sospechas publicando un libro contra el ateísmo, Amphitheatrum Aeternae Providentiae Divino-Magicum. Aunque su definición de Dios es algo panteísta, el libro sirvió para su propósito inmediato. El autor expuso sus nuevas teorías en su segunda obra, De Admirandis Naturae Reginae Deaeque Mortalium Arcanis, París 1616, la cual, originalmente aprobada por dos doctores de la Sorbona, fue después reexaminada y condenada por revelar algunas citas de textos privados de la Iglesia católica.
Posteriormente, Vanini dejó París, donde había estado trabajando de capellán del mariscal de Bassompierre, y comenzó a enseñar en Toulouse bajo el falso nombre de Pomponio Uciglio. En noviembre de 1618 fue arrestado y empezó a descalcificarse, lo cual hizo que perdiese gran parte de su dentadura. Después de un largo juicio efectuado por el parlamento de Toulouse, no por la Inquisición, fue declarado culpable de blasfemia, impiedad, ateísmo, brujería y corrupción de costumbres y condenado a que se le cortara la lengua y a ser estrangulado y quemado en la hoguera el 9 de febrero de 1619 en la plaza de Salin.
Utilizó las ideas de Pietro Pomponazzi, Maquiavelo, Gerolamo Cardano o Giulio Cesare Scaligero entre otros, y planteó un racionalismo radical de corte materialista y mecanicista que no dejaba lugar para los fenómenos sobrenaturales presentes en la tradición cristiana y reinterpretó las religiones desde una perspectiva política como instrumentos creados por las clases dominantes.
El sábado 9 de febrero de 1619, después de seis meses de prisión, fue condenado a muerte por el Parlamento de Toulouse por ateo y blasfemador del nombre de Dios. La pena iba a cumplirse el mismo día y sus detalles no se han perdido gracias a Nicolas de Saint Pierre, redactor de los Annales de la ville de Toulouse en 1619.
El reo fue llevado desde la cárcel a la iglesia Saint-Étienne para que, en camisa, de rodillas y con una antorcha en la mano, pidiera perdón a Dios, al rey y a la justicia; desde allí, siguiendo el camino acostumbrado, se lo condujo a la plaza de Salin donde, después de cortársele la lengua con una tenaza, fue ahorcado y su cuerpo reducido a cenizas arrojadas al viento.
Simulando motivos piadosos, casi infringiendo las leyes del disimulo, la obra de Vanini postula la defensa de un naturalismo radical en el que se identifica a Dios con la Naturaleza, se afirma la eternidad del mundo, se ironiza sobre la inmortalidad del alma y se niega de distintas maneras el libre albedrío y la providencia.
Los teatrales diálogos de Los maravillosos secretos de la naturaleza presentan un hedonismo sensual y despreocupado que incluía algo más que las conversaciones con los amigos o el disfrute sereno de la vida contemplativa.
Fue considerado por sus enemigos como un «»ateo perfecto»», que no sólo se apartó de Dios sino de la misma condición humana.
Sostenía la acusación un poderoso noble, Francon, declarando ante el tribunal que Vanini “le había negado a menudo la existencia de Dios y se había mofado de los misterios de la fe cristiana”. Para nada le serviría al reo la confesión que hizo declarando su fe “en un solo Dios con tres personas, tal como la Iglesia lo proclama, y que la naturaleza misma prueba evidentemente que Dios existe”.
Enfrentado a sus superiores y cada vez más crítico con la autoridad del Papa, Vanini viajó por media Europa a la búsqueda de quien pudiese asumir sus tesis y defenderlo. Padua, Venecia, Londres, donde se hizo durante algún tiempo anglicano, hasta romper con el poderoso e intolerante Primado de Inglaterra, Abbot, Bruselas, Ginebra, Lyon y Paris, son algunas de las ciudades a las que acudió, hasta decidir venirse a la entonces muy conservadora Toulouse.
Este notable humanista escribió una larga docena de obras, solamente conservamos dos de su autoría, compuestas en latín y con bien diferente metodología, el Anfiteatro de la providencia eterna, divino-mágico, cristiano-físico y astrológico-católico (Lyon, 1615), dedicada al español Francisco de Castro, y Sobre los admirables misterios de la naturaleza, reina y diosa de los mortales (París, 1616), llevan sin duda su sello inconfundible.
Muy antiescolásticos los dos, tal vez la idea común más temible para los defensores del dogma procedía del maestro Pomponazzi: los fenómenos que se perciben sean astrofísicos, sociales ó psicológicos, han de ser atribuidos y explicados sin recurrir a fuerza alguna de carácter sobrenatural, sino exclusivamente por causas naturales.
Sostuvo también, adelantándose a la Modernidad, otra tesis poco grata a los detentadores del Poder en su época: es posible conformar una Ética laica, sin tener que fundamentarlo sobre bases religiosas.
Por desgracia, no estaban sus tiempos para las tales ideas.