
Irán ocupa un área geográfica entre Europa, África, China e India y ha sido una unión entre Oriente y Occidente. En esta ubicacion se ha formado una fuerte identidad territorial, desde el comienzo de la civilización por sus propias tradiciones culturales y artísticas de gran refinamiento y sensibilidad como las aqueménidas, sasánidas y safávidas.
Del período safávida son algunas de las representaciones más bellas de signos y colores que representan escenas de la corte. Como evidencia de la importancia de la música, se pueden ver conjuntos de músicos reclinados en una posición central, entre dignatarios, reyes, en una alfombra, paradigma de la delicada sensibilidad de este pueblo.
Como la poesía, la música es un rasgo distintivo de esta cultura, un símbolo de una civilización que se ha extendido por vastos territorios durante siglos y cuya influencia ha ido más allá de los límites territoriales de los imperios que florecieron bajo ella.
A través de la historia de instrumentos musicales de estos territorios es posible reconstruir los lazos y contactos que las civilizaciones han establecido entre ellos. La habilidad de artesanos trabajando las preciosas incrustaciones y decoraciones, de los grandes maestros constructores de instrumentos, combina en un todo indisoluble, teorías musicales, pensamiento filosófico y técnicas de construcción de diferentes campos geográficos y culturales, modificando, afinando y reelaborando influencias que atestiguan intercambios entre culturas, mutuas conocimiento y evoluciones individuales.
La convivencia de poblaciones de diferentes etnias y religiones como la judía, el zoroastriano, los nestorianos, maniqueos y budistas, arraigados en el territorio durante más de un milenio, cada uno con sus propias tradiciones culturales, contribuyendo a formar un panorama musical complejo y fascinante que pueda resumirse en la tradición de la «música artística» persa que cuenta con grandes intérpretes y ejecutantes patrimonio de la humanidad.
Son numerosos los hallazgos arqueológicos que nos informan sobre los contextos e instrumentos de la práctica musical en la antigua Persia y que aportan una confirmación concreta a los testimonios literarios que nos han llegado a través de los escritos de autores griegos como Herodoto, Ateneo y Jenofonte y de ciertos autores musulmanes de la época medieval, como el poeta persa Firdousi, que extrajo su conocimiento de la música persa antigua de fuentes de tradición oral.
La historia de la música persa en la civilización islámica se caracterizó por una música de corte urbana que parece haber mantenido, en un período que va desde el siglo VIII al XVI, una cierta homogeneidad del lenguaje, como para permitirnos hablar de una sola.
El repertorio clásico de esta música se perpetua a través de la tradición oral y consta de un corpus de piezas conocidas como Radif. Dichas piezas se organizan en 12 colecciones, de las cuales siete son estructuras modales básicas, similares a los maqamat de la música árabe y conocidas como dastgahs o sistemas. Los otros cinco modos son secundarios. Las piezas individuales de cada colección reciben el nombre de gushés: más que una obra en sí, fórmulas modales melódico-rítmicas sobre las que el intérprete improvisa. Una misma pieza tocada incluso por el mismo músico en un mismo concierto será diferente en su melodía, forma, duración e impacto emocional.
Los modos persas se construyen a semejanza de los del antiguo sistema griego, mediante la conjunción de dos tetracordios, fragmentos de escala de cuatro notas. Las escalas o modos siempre tienen siete notas, y su afinación varía en relación a la occidental. Por ejemplo, poseen un intervalo de segunda neutra, entre una menor y una mayor. Algunos modos también poseen un intervalo mayor que la segunda mayor sin llegar a ser aumentada. En cuanto al ritmo, la mayoría de gushés no poseen una estructura de compás estable, mientras que los de corte danzante en compás binario, terciario, cuaternario o asimétrico, hunden sus raíces en las músicas folclóricas de la zona.
Al igual que otros géneros del Asia Central, la música persa es monofónica, es decir, que todos los instrumentos tocan el mismo esquema melódico sin connotaciones armónicas.Es modal, permitiendo cada modo distintos tipos melódicos o gushés y en su afinación utiliza algunos tonos ajenos a la división temperada de la octava en 12 semitonos iguales, y cada pieza suele incorporar varias pausas.
La música persa se distingue por el estrecho ámbito de sus melodías, los pasos conjuntos, sin saltos en la melodía, el acento en la cadencia, simetría y la repetición de los mismos motivos melódicos en diferentes alturas, unos patrones rítmicos simples, de tempos rápidos, una ornamentación florida, y la decoración vocal llamada tahrir parecida al yodl. Otra distinción es el fraseo de los gushés, que se adapta a los pies rítmicos poéticos.
Las formas de la música clásica persa son cuatro, una para la voz y tres para las partes instrumentales. El pishdaramad es una forma instrumental atribuida al maestro del tar Darvish Khan: una especie de preludio al daramad, guión o esqueleto personal y reconocible, de la dastgah, que pone fragmentos melódicos de algunos de los gushés en compases de dos, tres o cuatro tiempos.
La forma instrumental del cheharmezrab se asimila al taksim de la tradición árabe, una pieza solista rápida que utiliza la melodía a la que precede. La última forma instrumental es el ring, pieza bailable que suele finalizar la dastgah. La forma vocal se llama tasnif y es similar al pishdaramad y suele anteceder al ring final.
Los gushés suelen tener una forma interna de arco que asciende hacia el clímax a unas dos terceras partes de la pieza para resolver luego en el modo y tono inicial de la melodía, de forma similar a cómo progresan las melodías de la tradición clásica de Occidente. La interpretación de este repertorio de improvisación genera un efecto llamado hâl, o inspiración, capaz de sacar de la realidad tanto al oyente como al músico. Cada línea poética se canta con una melodía distinta según la secuencia de introducción vocal, misrâ de medio verso, ornamentación vocal, segunda misrâ, tahrîr y vocalización final. La métrica de los pies de la forma poética del ghazal forma la base de la interpretación elástica del ritmo.
Cada dastgah contiene de 10 a 30 gushés. La tónica se denomina shahead y cambia con el devenir de los gushés, creando modulaciones que generan un espacio sonoro. También existe una gravitación tonal secundaria que suele estar en la cuarta o quinta perfectas respecto a la tónica.
Cada instrumento debe ser capaz de hacer sonar 16 notas distintas por escala. El califa abasí al Màmun fundó en Bagdad en 832 la Bayt al-hikma, o Casa de la Sabiduría, y multitud de traductores árabes durante generaciones se dedicaron a la adaptación de textos en griego y arameo al árabe, traduciendo del conocimiento griego ya realizado en los siglos anteriores a la Hégira por sirios y nestorianos.
La llegada del reino safávida marcó un nuevo período de esplendor para la vida musical de la corte en las ciudades de Irán. Ya con Shah Esrnà’il I, 1502-1524, la ciudad de Tabriz se convirtió en un rico centro musical: este soberano poseía la música de ashiq, o de los bardos azerbaiyanos, y se deleitaba escribiendo versos sobre el amor místico y sobre ciencia, y tocando el laúd con el mango largo. Fue en este momento que la práctica musical persa definitivamente influyó en la música más joven de las cortes turco-otomanas, que albergó a numerosos músicos y cantantes persas en los siglos XVI y XVII.
Con la invasión afgana y la caída de los safávidas en 1722, la tradición musical de Isfahán parece dispersarse, con el desplazamiento de muchos maestros a las cortes de Turquía, Asia Central y Cachemira. Durante los breves reinados de las dinastías Afsharide y Zand, de 1737 a 1794, la música clásica persa desapareció decisivamente de la escena histórica para reaparecer en el siglo XIX en la corte de Qajar.
Es en esta fase de transición entre los reinos safávida y qajar donde se produce una clara separación entre las tres grandes tradiciones musicales turco-otomanas, iraquíes y persas. A partir del siglo XVIII se desarrollarán de forma independiente.
A pesar de ser un conjunto de unidades musicales o Gushe-ha cada uno con un título, el radif resulta ser una entidad decididamente más compleja que un simple modelo-repertorio o un simple sistema modal. Su función no es solo permitir la conservación y aprendizaje de un cuerpo de composiciones y proporcionar modelos y bases comunes para la actuación.
La música clásica persa está reservada para salas privadas ocupadas por una audiencia muy limitada de conocedores en casas y jardines, para cortes de soberanos y amantes de la música. Los intérpretes suelen ser un cantante acompañado de uno, dos o tres instrumentos con un tono decididamente poco voluminoso. Sentados en el suelo con alfombras llamativas y el contacto entre músicos y oyentes es prácticamente coloquial.
Como en la mayoría de las tradiciones musicales pertenecientes a las culturas de Oriente, la música clásica persa es homofónica, con un alto grado de sofisticación que se debe, a la principio de ornamentación, cuyo significado está contenido en la máxima «tradicional» muy simple a la que se refiere Dariouche Safvate: «no es importante lo que juegas, pero come se juega”.
La tradición musical de Irán, tanto en contextos urbanos como rurales, está indisolublemente ligada a la poesía. Algunas fuentes literarias medievales nos muestran la importancia que ya tenía la poesía cantada en la época sasánida: 360 eran las «arias» llamadas Dastan compuesto por Barbad, uno para cada día del año zoroástrico.