La ferrería de monte y los eclesiásticos

 
 

 

 Corría el año litúrgico de 1060

Marcus Levantó a su hijo Maldo, temprano, y cogió las piezas del barco que estaban construyendo. Se dirigieron al establo, cogieron la yegua y el potrillo e iniciaron el camino a hacia la salida del pueblo donde los esperaba Antxón. Se saludaron e iniciaron el camino que los llevaría a la ferrería.

Nueva Tribuna

Ángel Villazón

20 de noviembre de 2024, 10:26

En el camino, atravesaron bosques y cruzaron arroyos, qué debido a las lluvias del invierno, estaban desbordados y anegaban terrenos y en el interior de un robledal vieron como un azor se abatía sobre una ardilla, mientras Antxón, señalaba a Maldo con el dedo para que viese la escena de caza. Este se reía al ver por primera vez ese tipo de captura.

Antxón disfrutaba enseñando al pequeño a reconocer los árboles, los olmos y los alisos, los castaños, los nogales, los abedules y los robles, mediante la forma de las hojas.

Al llegar a un lago, se acercaron a la orilla y mientras contemplaban el gran volumen de agua embalsada, inspeccionaron visualmente las orillas y siguieron con la vista el vuelo de una gran ave.

—El agua está cristalina y transparente y alcanza al nivel del bosque de chopos. Da la impresión de que debe de estar muy fría, comentó Marcus.

—Mira, le dijo Antxón al pequeño, señalando con el dedo, es un águila pescadora. El plumaje de su pecho es blanco y parte de sus alas también.

—Sí, ya la veo, le contestó sin pestañear, observando su vuelo.

—Localiza a las presas desde el aire, se cierne sobre ellas antes de zambullirse con las patas por delante y en picado para capturar un pez, y cuando vuelve al aire, coloca la cabeza del pez de forma que éste esté alineado con la dirección de vuelo, añadió Antxón, que buscó su nido con la vista, pensando que era probable que estuviera ya emparejada para la puesta, y que buscara en el lago los alimentos para sus polluelos.

Continuaron observando la orilla contraria mientras la seguían con la vista.

La paz y la quietud eran alterados solo por alguno de los animales que acudían a beber y por el rumor del agua fluir un poco más abajo entre algunas piedras que hacían de contención.

De vez en cuando se veía dibujada la sombra del águila sobre la superficie del lago que espejeaba. En un momento dado y cerca de la orilla, una trucha saltó en el aire, y un aguilucho lagunero al acecho, se lanzó atrapándola en el aire con sus garras y aleteó con fuerza para ascender y marcharse con la presa a otra parte.

—¿Lo viste?, le dijo su padre, a su hijo.

—Este se reía.

Mientras Marcus pensaba en la inteligencia del ave, vio los ojos de una nutria, que con toda probabilidad había observado la captura, y que parecía expectante por si se pudiera beneficiar en otra oportunidad.

El águila pescadora inició un picado, se zambulló, y asió una trucha grande, pero una nutria que observaba la escena peleó por la presa, abalanzándose sobre el águila, qué sin velocidad, trataba de iniciar el vuelo de nuevo, pero tuvo que soltar el pez por unos instantes ante los envites de esta y su mayor movilidad dentro del agua. El águila había perdido su oportunidad e inició el ascenso.

El pequeño se quedó fascinado por la escena.

Antes de reiniciar el camino, echaron un último vistazo al lago. El gran ave continuaba sobrevolando, los aguiluchos seguían con sus prácticas de acecho, y las nutrias con sus juegos.

—Grandes pescadores, exclamó Antxón.

Al reiniciar su andadura siguiendo senderos, vieron como algunos jabalíes huían y se ocultaban en la espesura del monte, debido al ruido de los caballos.

Al fin llegaron a lo alto de una ladera, desde donde divisaron una columna de humo.

—Es allí, dijo Antxón, señalando con el dedo.

Se acercarondescabalgaron, y ataron los caballos.

—Juan el ferrón, salió a recibirlos con alegría y ayudó a descabalgar de su potrillo a Maldin, haciéndole una carantoña en la cabeza.

—¿Cómo van los barcos?, les preguntó. ¿Resistirán los embates de los mares del norte? Preguntó el Juan el ferrón.

—Pensamos que sí, dijo Marcus, que resistirán.

—Después de charlar unos minutos sobre los amigos comunes, Marcus le entregó las copias de las piezas.

—Las dimensiones están claras, y los modelos en madera ahorrarán problemas, le dijo a su amigo, al que apodaban treinta libras. Son partes que permitirán unir trozos de cuadernas entre sí, y también las cuadernas terminadas con la quilla, que además va a ser reforzada con estas placas de hierro y estos pasadores. También traemos el codaste a escala natural en madera. Es la pieza que refuerza la quilla con la parte posterior de la nave.

—Gracias, Le contestó el ferrón, examinando las copias con detalle, pues no sabía de números, ni interpretar planos.

Mientras Marcus  hablaba con el ferrón, Antxón llevó a Maldo a enseñarle la ferrería y todas sus máquinas. En un pequeño cobertizo, le mostró animales que Juan el ferrón diseñaba y que construía con trozos de hierro, como un pavo real y un águila.

Se acercaron después a ver un horno. Las paredes eran de adobe y muy gruesas para mantener el calor en el interior. Era pequeño, cinco pies de diámetro, cuatro de alto, y uno de espesor.

—¿Sabes por qué se sitúa en la parte alta de la ladera?, le preguntó Antxón.

—Porque el viento que sube por la ladera hace succión y entra más aire al interior. Es como el tiro de una chimenea. Cuanto más aire entra, más se aviva el fuego y la temperatura es mayor, le explicó.

—También se pueden utilizar fuelles que permiten introducir más volumen de aire en el horno, y así conseguir una temperatura más alta, continuó con su explicación.

En el horno se ponen capas de mineral que contiene hierro y óxidos de hierro que no interesan, y capas de carbón vegetal que sirven para calentar el mineral, hasta que los óxidos se funden, se licuan y salen por este agujero. De esta forma el mineral de hierro queda hueco y es solo hierro y forma como una esponja. Para poder acceder a esta “masa” hay que romper o abrir el horno, y después se la golpea con mazos de madera hasta conseguir eliminar la mayor parte de la escoria.

—El agua desviada por un canal sirve para mover una rueda cuyo eje tiene una leva que a su vez está conectada a un martillo, y que al moverse golpea la masa esponjosa o pieza de hierro, dijo el amigo de Maldo.

—Después pasa a las fraguas, donde se termina de compactar el material, y con sucesivos calentamientos y forjados, se aumenta su dureza, le explico al hijo de Marcus.

—Con este hierro se fabrican armas y utensilios de labranza, le dijo al pequeño.

—Ven le decía Antxón, vamos a ver la sierra. Mira, la misma rueda hidráulica que está conectada al martillo, sirve para mover la sierra de cortar troncos y madera.

Maldo observaba con detenimiento los engranajes de las ruedas y el aserrado de los troncos. Después de las enseñanzas de Antxón sobre el funcionamiento de la ferrería, regresaron con Marcus.

—Antes de despedirse, el ferrón llamó a Marcus, para hablar unos minutos a solas con él.

Cuando terminaron, este los acompañó a coger sus monturas, y con gesto cariñoso el encargado de la ferrería ayudó a Maldo a montar en su potrillo.

—Se despidieron e iniciaron el camino de vuelta a casa siguiendo una senda de pastores.

—Después de tres horas de cabalgar encontraron una cabaña en un claro del bosque cerca de un pequeño río. La noche había caído de forma rápida y hacía mucho

frío. Decidieron cobijarse.

—Maldo, le dijo su padre, haz un círculo con unas piedras porque vamos a encender un fuego. ¿Recuerdas qué forma tiene?

—Sí papá, no tiene ni principio ni fin.

—Así es, es la misma forma que describe el Sol cuando viaja alrededor de la Tierra.

—Ya está hecho, le dijo a su padre.

—Ahora busca algo de leña para encender el fuego. Primero busca astillas pequeñas y luego algunas un poco más grandes. Si ves leña seca, también la traes.

—Untaron algunas astillas con brea y encendieron en poco tiempo un gran fuego. El pequeño parecía encantado. A cabo de poco tiempo la lumbre ardía con fuerza.

Asaron algo para comer.

—Después, Antxón le preguntó a Maldo: ¿Cuál es la estrella que señala el norte? ¿Cómo se llama?»

—Es la estrella Polar, pero no sé dónde está, dijo mirando el firmamento estrellado.

Su amigo le enseñó cómo buscarla.

—Pregúntame más cosas, le dijo.

—¿Sabes lo que es la esfera celeste?

—Imagínate que estás dentro de una naranja muy grande, como una pelota.

—Es una bola muy grande. Nosotros estamos en el centro. En la cáscara de la naranja es donde están las estrellas, comentó Antxon.

—El punto más alto de la bóveda celeste, es el cénit, y el más bajo se llama nadir, le volvió a explicar

—Pregúntame más cosas, le decía el pequeño, ávido por mostrar sus conocimientos adquiridos

—Las naranjas tienen gajos que van desde el norte al sur. Lo puedes ver en tu mente.

Las líneas que separan los gajos son los meridianos. Cada gajo nos diría la longitud.

—Si la cortamos por planos que son paralelos al círculo que pasa por la mitad de la naranja, obtendríamos los paralelos que nos darían la latitud.

—Estamos buscando un aparato que nos de la latitud para orientarnos mejor en el mar.

—El pequeño lo miró, sonrió y le dijo: Ya lo se.

—Después de cenar, entraron en la cabaña y cerraron la puerta. Marcus le dijo a su hijo que no se levantara por la noche porque había osos y lobos en la sierra.

—Ya lo sabía, me lo dijo tío Antxón, por eso dejo mi cuchillo a mi lado por si viene alguno, y para defender a los caballos y al potrillo.

—De todas formas, el fuego los asusta y no se acercarán. Duerme tranquilo, pero quédate a mi lado, y no salgas, le dijo su padre.

Al día siguiente, de madrugada, iniciaron el camino de vuelta a casa.

—Después de tres horas de cabalgar, Antxón, colocándose a su lado, le dijo a Marcus: Nos están siguiendo.

—Lo sé, los caballos lo han notado.

—No sabemos quiénes son, le contestó Antxón.

—El ferrón ya me avisó, que nos estaban siguiendo, dijo Marcus, a el también lo controlan.

—Por la noche ya me lo pareció, pero no estaba seguro, por eso puse a Maldo a mi lado, dijo Marcus.

—Pon el potrillo junto a mi caballo, le dijo a su hijo.

—Desde su caballo, cogió con sus dos brazos a su hijo y lo colocó delante de él, al tiempo que cogía las bridas de su potro y las ataba a su silla de montar, mientras su hijo protestaba.

—Calla, le dijo su padre, y obedece.

—Podemos acelerar el paso. Los caballos pueden aguantar, le dijo Antxón, le dijo con preocupación.

—Es mejor que no, le contestó Marcus. Probablemente solo nos están controlando.

—Son los perros del obispo y del abad, le dijo su capataz Antxon. Son los perros de los eclesiásticos.

—Lo sé, dijo Marcus, buscan el conocimiento de la metalurgia de la ferrería, para la fabricación de armas y escudos para sus guerras, me comentó el ferrón. Por lo visto están preparando una gran intervención militar en zonas extranjeras

—También buscan el conocimiento de las redes comerciales y de los contactos que tenemos en Europa, y de forma especial en Escandinavia, porque conectan con las redes asiáticas, siguió Marcus. Saben que vamos por los mares del norte a comerciar y buscan las rutas de comercio

—Además les interesa mucho el conocimiento de la construcción de barcos, es una parte esencial de las guerras y del transporte, siguió.

—Por eso nos están siguiendo, buscan un momento oportuno para atacarnos y hacernos presos, para robarnos el conocimiento que tenemos, y que hemos adquirido, expresó con preocupación Antxón.

—Los caballos pueden soportar una cabalgada hasta el pueblo, volvió a decir Antxón, preocupado, y en dos horas, antes del anochecer, estaríamos en Castrum Urdiales.

—Una cabalgada siempre conlleva riesgos de alguna caída y Maldo no tiene experiencia, le dijo Marcus, y reventaríamos los caballos.

—Seguiremos así, vamos a buen ritmo, las monturas con un poco de descanso se recuperarán.

—Cuando lleguemos, nos vamos a la taberna directamente, continuó el cántabro Marcus.

 

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