Nicolás Salmerón escribió el prólogo de la obra de John William Draper, Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia. Draper (1811-1882) fue un químico muy destacado, adquiriendo mucha fama por lograr hacer la fotografía del organismo humano en 1840, además de por sus estudios sobre el efecto químico de la luz.
Nueva Tribuna
23 de septiembre de 2024, 21:10
También fundó y fue el primer presidente de la American Chemical Society. Pero, seguramente ha sido más conocido por la obra que hemos citado al principio, y que publicó en el año 1875, traducida al francés, y también al castellano por Augusto Arcimís (Madrid, 1876), y que, prologó, como se ha expresado, el destacado político republicano español. Debemos recordar, además, que Arcimís fue un importante científico español, el primer meteorólogo profesional de nuestro país.
La obra de Draper fue considerada un alegato anticatólico, y generó controversia. En ese sentido, un grupo de eruditos eclesiásticos, destacando los españoles, publicaron distintas obras para refutarle: Tomás de Cámara, obispo de Salamanca, Juan Manuel Ortí y Lara, el jesuita José Mendive, el cardenal Zeferino González, etc.. Por fin, el propio Marcelino Menéndez Pelayo atacó la obra de Draper.
Salmerón consideraba que el adelanto que llevaba España en la Baja Edad Media se trocó en un intenso atraso con la fundación la orden consagrada a la obra Inquisición
Pues bien, nosotros queremos glosar una parte del prólogo de Salmerón a través de la publicación de un fragmento por parte de El Socialista en el número del 29 de diciembre de 1928, y que fue titulado, “La intolerancia religiosa en España”.
Nicolás Salmerón y la educación
Salmerón consideraba que el adelanto que llevaba España en la Baja Edad Media se trocó en un intenso atraso con la fundación la orden consagrada a la obra Inquisición (esto es, los dominicos). España se convertiría en la primera víctima de “la horrible invención que ofreciera a la tiranía religiosa”, con la que no tardaría en identificarse, apenas realizada la unidad monárquica, la “tiranía política”. Con los Reyes Católicos se iniciaría un régimen que alcanzaría su encarnación perfecta con Felipe II.
Mientras los demás pueblos europeos se preocupaban del desarrollo científico, España se había quedado petrificada en las viejas imposiciones dogmáticas
John William Draper
En España se habría ligado las “glorias nacionales” con la lucha religiosa, y la idea de la patria se había identificado con la Iglesia Católica. Eso habría provocado que la existencia de la nación dependiera de su unidad religiosa. Tanto la Monarquía, como la Iglesia y hasta el pueblo se pusieron a trabajar para consolidar el imperio de la unidad religiosa en el interior, y para defenderlo e imponerlo en el exterior. Eso tendría como consecuencia que España se convirtiera en una suerte de campeona obligada del catolicismo en el mundo. Así pues, frente al movimiento liberador y progresivo de la Reforma, que amenazaba tanto al Papado como al Imperio, se creó la “milicia espiritual del jesuitismo”. Desde entonces en la patria de los dominicos y los jesuitas se había hecho imposible la libertad de conciencia. Eso habría sido funesto para el devenir histórico de España, manteniéndose un evidente fanatismo. Aunque se produjeron revoluciones que habían atacado a la Iglesia apenas se habían logrado tímidas y hasta vergonzantes declaraciones de libertad religiosa. Todo esto era considerado por Salmerón como causa de la decadencia y hasta degradación de España en los tiempos modernos, unida a la distracción del genio y de la actividad nacional en empresas de engrandecimiento exterior y de conquistas. Mientras los demás pueblos europeos se preocupaban del desarrollo científico, España se había quedado petrificada en las viejas imposiciones dogmáticas. Eso explicaba la esterilidad de la ciencia en España y el atraso industrial, al que también contribuyó la expulsión de los judíos y moriscos, pero, además, explicaría la falta de “intimidad religiosa” que habría degradado la conciencia del pueblo, y que explicaría, por fin, la general presunción e “impotente soberbia” que imperaban en el país.
En todo caso, en el fragmento elegido por los socialistas, Salmerón citaba en el prólogo las excepciones de este sombrío panorama en la historia moderna de España.