
El Imperio persa ocupaba un territorio que integraba regiones y culturas muy diversas. A pesar de las rebeliones internas y de las crisis políticas que atravesaron los diferentes emperadores de la dinastía aqueménida, el imperio se mantuvo unido gracias a la combinación de una organización centralizada, fuerte y efectiva con una
Los pueblos conquistados eran incorporados en las provincias y debían pagar tributo.
organización centralizada, fuerte y efectiva con una administración flexible, que respetaba los usos y costumbres locales.
En el centro de la organización estaba el emperador, que era un imperio teocrático, ya que los persas creían que el poder había sido otorgado por el dios Ahura Mazda, y no se podía gobernar sin su protección. Sostenían que este dios había otorgado a Persia la supremacía sobre el resto de los pueblos del mundo
El rey era la autoridad última y el responsable de llevar el gobierno persa, iniciar reformas y supervisar las campañas militares. Para ayudarlo con su tarea, estaban los magi, miembros de su familia y los nobles que lo aconsejaban. Los magi eran los responsables de los rituales religiosos, la adivinación y la banca.
A diferencia de Mesopotamia o Egipto, que construían grandes templos para sus dioses, los persas creían que la divinidad se tenía que reconocer y adorar al aire libre, en el mundo natural, por lo que construían altares en los que se encendían hogueras sagradas y se hacían sacrificios.
Sin embargo, sí que existía el concepto de la burocracia templaria, de la que se encargaba el sumo sacerdote, que empleaba a sacerdotes menores y con el tiempo, adquirieron el papel de banqueros. Los magi ofrecían préstamos con un alto interés, pero a veces podían prescindir de los intereses por razones varias. Se podían comprar casas, tierras, ganado, negocios y esclavos con un crédito expedido por los sacerdotes, que esperaban una ganancia a cambio de su inversión.
Los sátrapas o gobernadores eran los representantes del rey en las provincias, satrapías, del imperio. Siempre y cuando el rey estuviera contento con ellos, gobernaban de por vida y vivían bien, con sus propios palacios y séquito.
Moneda con el retrato de Farnabazo, sátrapa de Jonia
Su tarea de los sátrapas consistía en recaudar impuestos y entrenar soldados para las campañas militares. En muchos casos, la clase de los sátrapas no se distinguía de la de los comandantes militares.
Los mercaderes, que podían ser hombres o mujeres, hacian comercio local y a larga distancia, además de supervisar la producción y adquisición de materias primas. A los que les iba bien se podían hacer bastante ricos, y tenían tanta libertad como los hombres para gastarse el dinero en lo que quisieran.
Los artesanos, de importancia fundamental para los mercaderes, se contrataban para muchas ocupaciones diferentes, desde esculpir relieves en casas, edificios y palacios, hasta hacer estatuas, confeccionar joyas, forjar armas y armadura, hacer arreos para los caballos, y proporcionar platos, jarras y cuencos para la gente. También podían ser artistas, tales como músicos, bailarines o mimos.
Los campesinos eran la base de la economía, granjeros y peones, cualificados o no, pero no se los consideraba inferiores, e incluso podían poseer tierras.
Se dedicaban a la agricultura o criaban ganado, ovejas, cabras y reses, Además trabajaban en los proyectos arquitectónicos del rey. Cuando un sátrapa los convocaba, los campesinos participaban en la guerra persa, como soldados o en otros roles de apoyo, llevando cargas o cocinando.
En la cultura persa, a los esclavos se trataba a los sirvientes a sueldo en otras culturas. No se podía golpear o matar a los esclavos indiscriminadamente, y de hecho Darío I creó una ley que decía que un señor que maltratara a un esclavo sufriría las mismas penas que si hubiese herido a una persona libre.
Los esclavos recibían una compensación por su trabajo, además de casa y trabajo, y vivían mejor con los persas, ya fueran aqueménidas o sasánidas, que los esclavos de cualquier otra parte del mundo antiguo.
A menudo hombres y mujeres realizaban los mismos trabajos y se respetaba mucho a las mujeres. Una prueba primitiva de esto se puede ver en la diosa Anahita, que no solo presidía sobre la fertilidad y la salud, sino también sobre el agua, elemento vital, dador de vida, y la sabiduría, la capacidad de discernir correctamente en un elección o decisión dada. Las especificidades de los roles de las mujeres, sus trabajos y el tratamiento general que recibían provienen de los propios persas a través de las llamadas Tablillas de la Fortaleza y Tablillas del Tesoro de Persépolis, la capital del imperio establecida por Darío I, en las que figuran raciones, pagos y títulos laborales, entre otras cosas.
Las mujeres servían como supervisoras, y las que tenían grandes habilidades o eran especialmente fuertes recibían el título de arashshara, gran jefa. Las artesanas a menudo supervisaban las tiendas, y creaban bienes no solo para su uso cotidiano sino también para la venta. Les pagaban lo mismo que a sus compañeros, tal y como se ve en el reparto de las mismas raciones de grano y vino para obreros y obreras.
Las mujeres embarazadas y las que habían dado a luz recientemente recibían una paga mayor y, si una mujer tenía un hijo, recibía una recompensa, al igual que el médico que la ayudara a dar a luz, de raciones extra durante un mes, pero esta es la única discrepancia entre sexos en la paga. Las mujeres podían tener tierras, hacer negocios e incluso hay indicios de que las mujeres podían servir en el ejército.
La economía se basaba en la agricultura y algunos de los cultivos con los que comerciaban eran cebada, lentejas, higos, uvas, sésamo y lino. El comercio transcurría de una esquina a la otra de los imperios aqueménida y sasánida, desde las fronteras de la actual India hasta las costas de Turquía y por todo el Levante hasta Egipto.
En cuanto a deportes los logros eran especialmente importantes para los persas, a los que les gustaba practicar el tiro con arco, el boxeo, la esgrima, montar a caballo, la caza, el polo, el lanzamiento de jabalina, la natación y la lucha libre.
Los hijos de las familias nobles se entrenaban para el servicio militar a partir de los cinco años y se esperaba que excedieran en todos estos deportes, pero lo normal era que tanto niños como niñas de todas las clases sociales participaran en estos deportes y se esperaba que se mantuviesen en forma.
No está claro en qué momento los persas desarrollaron el polo, pero fue en algún momento antes del 330 a.C., ya que se dice que los representantes de Darío III le otorgaron una maza de polo a Alejandro Magno como premio tras su victoria.
Con Darío I se construyó una red de caminos que facilitaba el comercio, y también floreció el comercio marítimo. Darío I incluso construyó un canal en Egipto, en torno al 500 a.C. que conectaba el Nilo con el Mar Rojo para propiciar aún más el comercio.
Peso aqueménida en forma de león
Las naciones sometidas podían comerciar con toda confianza entre ellas porque todas funcionaban dentro de un mismo gobierno, lo que aseguraba que se diesen prácticas comerciales justas, que hubiera medidas estandarizadas de peso y protección contra los ladrones.
Darío I también creó una moneda estándar para todo el imperio con el dárico. Las naciones súbditas acuñaban su propia moneda y tenían sus propios sistemas monetarios, pero todos ellos se ajustaron al valor del dárico persa.
Los territorios del imperio estaban divididos en veinte satrapías, organización provincial que fue instaurada por el rey Darío I. Cada satrapía estaba gobernada por un sátrapa designado por el emperador. Este sistema permitía otorgar uniformidad política dentro de un imperio heterogéneo. Cada satrapía tenía cierta autonomía para la gestión del territorio y debía pagar tributo al poder central. El nivel de control, autonomía e impuestos que tenía cada satrapía dependía de su relación con el poder imperial. Dentro de cada satrapía se reproducía el sistema de control y administración de recursos. A la población rural local se le asignaban obligaciones económicas, y además de tributos y servicios habituales que afectaban la cantidad de trabajo que podían dedicar a sus propias cosechas, tenían que proveer de alimentos a la corte del sátrapa.
La economía persa se basó en la imposición de tributos y el dominio de los recursos productivos locales por parte del poder central y los diferentes niveles de gobernantes imperiales.
Con la creación del imperio, los persas unificaron regiones de desarrollo económico independiente, que anteriormente solo estaban unidas entre sí por lazos comerciales, diplomáticos o militares. Al incorporar esta heterogeneidad, el Imperio persa desarrolló ciertos elementos que afectaron las economías locales de todo el Cercano Oriente como la unificación fiscal e impositiva.
Todas las satrapías debían pagar impuestos al imperio, pero el monto y las características del tributo dependía de la relación con el poder central, la moneda, y el darico de plata y de oro se convirtió en la moneda oficial del imperio, y su metal y peso estaban garantizados por el cuño real, el monarca, la familia real, la nobleza, los sátrapas y los cortesanos persas fueron privilegiados en la distribución y entrega de tierras. El Control estatal de recursos estratégicos. Los diferentes niveles de gobierno imperial buscaron controlar el acceso al agua y construyeron sistemas de regadío avanzados para mejorar el desarrollo agrícola en las zonas más secas y la extensión de las rutas comerciales. El Estado desarrolló y mejoró la red de caminos que conectaban las diferentes regiones. Además, esta unificación permitió el desarrollo de vínculos comerciales con regiones más alejadas y la creación de rutas hacia el Lejano Oriente y Europa.