Neheri el geómetra

Neheri el geómetra

Neheri el Geómetra, daba un paso, afianzaba un píe, y después movía el otro con precaución, pues el suelo estaba mojado y mohoso, y debido a la altura, si resbalaba, la caída sería mortal. Además procuraba mirar a la cubierta para evitar el vértigo. Cada paso que daba servía para comprobar que no había movimientos de piedras y que estas estuvieran bien colocadas.

Su búho Grek lo acompañaba posado en su hombro izquierdo, manteniendo la posición ayudándose de suaves aleteos. Después de recorrer e inspeccionar las bóvedas de las naves principal y transversal, se dirigió con mucho cuidado a la parte más crítica, que era el cruce de éstas. Se agachaba con cuidado, se ponía en cuclillas y medía algunas piedras con las reglas y los compases que llevaba, para comprobar que las longitudes de las dovelas de los arcos que cerraban la bóveda de crucería de la gran catedral eran las correctas. Mientras lo hacía, le venían a la mente recuerdos del viaje desde Egipto, para hacerse cargo de las modificaciones y de la reconstrucción de la catedral, por encargo del mismo rey de Germania. Primero en barco hasta Atenas y después por tierra hasta la ciudad de Colonia.

Mientras pensaba esto, al sentir a Grek en su hombro, no pudo por menos que recordar el día que lo recogió. Era apenas un polluelo que se había caído de un árbol cercano a la Escuela de Matemáticas y Geometría de Alejandría, donde acudía todos los días como alumno. Neheri lo metió en una pequeña jaula y lo llevó consigo a clase a diario. Sus compañeros le daban comida y le acariciaban el pico, el pecho y las plumas de las alas.

Después, su pensamiento volvió a la realidad, y se detuvo en el interrogante de si las bóvedas resistirían la prueba de esfuerzo que confirmaría que la catedral estaba definitivamente terminada. Por su mente pasó también la imagen del obispo Urpiamo, y los retrasos en el tiempo que se habían acumulado debido a su enemistad e inquina. Si así era, volvería a Egipto.

Una vez inspeccionadas las dovelas y piedras que habían colocado los albañiles, el geómetra llegó al pie de la endeble escalera de madera para bajar hasta el segundo andamio. Lo hacía despacio, asegurando los movimientos de los pies para no tropezar, y asiendo con las manos los travesaños, antes de dar el siguiente paso. A su izquierda, tenía uno de los muros laterales que se había reconstruido. Al apoyarse en uno de los peldaños, éste se movió, dio un resbalón, y en un intento desesperado por agarrarse a la pared, el movimiento de su mano izquierda encontró el hueco de uno de los nuevos arcos triangulares con los que se había reconstruido la catedral y consiguió asirse a las dovelas del mismo. En ese breve espacio de tiempo, Grek, por el movimiento brusco del Geómetra, aleteó con fuerza, y se fue volando hasta lo más alto de la cubierta.

Contuvo la respiración, y trató de tranquilizarse, evitando mirar hacia abajo. Grek voló de nuevo a su hombro y se serenó. Con lentitud y precaución siguió bajando los tramos de escaleras que le faltaban para llegar abajo.

Ya en el suelo, vio a Luca, el jefe de los canteros y se dirigió hacia él.

Al verlos llegar, el cantero saludó al egipcio con una palmada en su espalda, y a Grek con una caricia de sus dedos en el pico.

—Hola Luca, vengo de inspeccionar toda la cubierta —dijo Neheri.

—¿Y qué piensas?

—Creo que tu trabajo, y el de todos tus hombres, ha sido muy bueno y que las bóvedas resistirán.

—¿Y cuándo empezamos la prueba de carga? —Quiso saber el capataz.

—Lo haremos el lunes de la semana que viene. Díle a tus hombres que preparen las sacas con tierra, y que las vayan subiendo.

—Y la prueba, ¿Cómo la realizaremos?

—Primero colocaremos los sacos de tierra sobre la nave longitudinal, después sobre la nave corta, y por último, si todo va bien, sobre los arcos de la bóveda de cruce —contestó Neheri.

—Subir todos y colocarlos nos llevará por lo menos una semana.

—Cómo mínimo —contestó Neheri—. Además hay que observar de forma continua que no haya ningún movimiento de piedras, especialmente en los contrafuertes y en los arcos de la bóveda central que transmiten el esfuerzo. Si se producen deslizamientos, habrá grietas, y eso significará que los cálculos que hice son incorrectos, y la cubierta podría venirse abajo.

—Entiendo —asintió Luca.

—Hay que hacerla de forma progresiva, colocar las sacas una por una, y después invertir el proceso, e ir descargando las bóvedas poco a poco. Yo estaré presente todo el tiempo —dijo el egipcio.

—Y ahora —Le dijo a Luca, poniéndole la mano derecha en su hombro—, vamos a la taberna a celebrar el final del trabajo. Ya solo falta que resista la prueba.

Cuando entraron, el tabernero los recibió dándoles una palmada en la espalda a cada uno con afabilidad, mientras le decía a Neheri con gran excitación que ya había comprendido el teorema de los triángulos que le había explicado, y que ahora estaba aprendiendo a leer latín con el trovador que acudía por las noches.

—Eso es fantástico —Le dijo el geómetra—, pues podrás adquirir conocimiento por ti mismo, leyendo a Aristóteles, a Platón y a otros filósofos de la cultura egipcia y griega.

—Dentro de poco tiempo, mi sabiduría será igual a la tuya —dijo riendo, mientras sacaba una jarra del vino que le gustaba al egipcio, y ponía dos cuencos sobre un tonel, colocado a modo de mesa. Además, les cortó un trozo de asado que les sirvió, y a Grek, como siempre que iba por allí, lo obsequió con unas hebras de carne, que éste le arrancó de la mano con su pico. El tabernero le acarició las alas y el búho saltó a su hombro izquierdo con un certero movimiento de sus alas. Después volvió con el Geómetra.

—¿Qué dice la gente de la gran catedral? —preguntó Neheri al tabernero.

—Piensan que no resistirá.

—¿Y por qué creen eso?

—La catedral ya se derrumbó una vez, y no se fían. Además, tus diseños han hecho la catedral más alta, y dicen que los arcos triangulares que soportan el peso de las paredes y de las bóvedas no resistirán.

—Ya veremos —dijo Neheri—, apurando el último trago de vino y acercándole unas monedas para pagar.

—Bebe a mi salud —Le contestó—, devolviéndole las monedas, y que tengas suerte en la prueba.

El egipcio y el cantero le dieron las gracias y se despidieron de él. Cuando salieron a la calle, Neheri dirigiéndose a Luca le dijo:

—Tengo que recoger los planos, los pergaminos, y toda la documentación que dejé en tu mesa de trabajo. Se dirigieron hasta allí, y para su sorpresa se encontraron al obispo Urpiamo, que los estaba inspeccionando junto con cuatro seminaristas.

—¿Qué hace usted con estos planos? Son míos —Le dijo Neheri al obispo—. ¿Qué es lo que busca su eminencia? —inquirió nuevamente el geómetra mostrando su enfado con sus gestos.

Urpiamo, bajo, con la cabeza calva y mostrando su fajín por encima de su gran barriga, y redondeándola a la altura del pecho, se quedó desconcertado ante la figura estilizada de Neheri, alto y delgado, y después de unos instantes, contestó:

—Soy el obispo de esta sede, y es mi deber inspeccionar todo lo que estime necesario para que se cumpla la ley de la Iglesia.

—Vamos a ponernos cada cual en nuestro sitio —Le contestó el geómetra—. Usted no es matemático y no entenderá nada de esos planos. Además están hechos siguiendo símbolos egipcios y griegos —Le replicó Neheri.
—Estos simbolismos, sus gráficos, solo pueden ser obra del demonio, y usted es un hereje —argumentó Urpiamo.

—Esos símbolos, que su eminencia dice proceden del maléfico, pertenecen a Pitágoras, Euclides, y a otros matemáticos y geómetras, y no tienen nada que ver con ningún demonio.

El obispo para afianzar su postura le dijo:

—Dios creó el universo en forma de esfera. La bóveda celeste que soporta las estrellas es esférica, cualquier sección de una esfera es un círculo, y nunca un triángulo esférico —Le dijo con sequedad—. Construir una catedral con triángulos esféricos es ir contra la voluntad de Dios, y por eso se caerá —recalcó con contundencia—. Además es un pecado de soberbia querer construirla tan alta.

Los cuatro seminaristas que acompañaban al obispo, miraban al suelo en silencio y con sus manos entrelazadas, asentían con la cabeza a cada afirmación del obispo, haciendo que éste se sintiese fuerte ante el egipcio.

—Son solo formas geométricas que no tienen nada que ver con ninguna deidad —replicó Neheri, mostrando un enfado creciente—. Además los círculos y los triángulos fueron los elementos básicos de Platón, y Pitágoras los estudió y los analizó.

—El círculo representa a Dios, pues como Él, no tiene ni principio ni fin, es eterno. Los planetas son circulares, la Luna y el Sol también. Por eso, esta catedral se caerá, porque va contra la voluntad de Dios —dijo el obispo subiendo el tono de su voz.

—Con estos planos y documentos, se calculan la posición y la trayectoria de los planetas en su giro alrededor de la Tierra. Muchos de estos cálculos están recogidos en el Almagesto de Ptolomeo —dijo Neheri.

El obispo, ante los conocimientos del geómetra, cambió de estrategia en la discusión y le preguntó por qué llevaba ese búho con él.

—Este búho es egipcio. Lo recogí cuando era pequeño y siempre me acompaña. Viene conmigo desde Alejandría.

—¿Y por qué no lo liberas? —Quiso saber el obispo.

—Grek es libre, se marcha de noche para cazar pequeños topos y ratones de campo de los que se alimenta. En ocasiones, alguna raposa. No mata gallinas, ni las crías de las ovejas de los pastores. Si quiere regresa a mi lado, o si lo prefiere, busca a otros congéneres de la zona, y en el tiempo que ha durado la reconstrucción de la catedral, ha tenido varias nidadas de descendencia. Es libre. Es libre —enfatizó el geómetra.

El obispo enrojeció de ira al oír las palabras del egipcio, y le empezó a sudar la calva. El búho con sus grandes ojos, lo miraba con fijeza, lo que aumentó su ira y su nerviosismo.
n un instante dado, el búho, con un rápido movimiento de sus alas, trató de posarse en el hombro derecho del obispo, y este creyendo que lo iba a atacar, dio un paso atrás, resbaló y se cayó de forma estrepitosa. Los seminaristas con rapidez lo ayudaron a levantarse.

El deán, iracundo, se levantó con la ayuda de los estudiantes, y doliéndose de la caída, dijo con voz amenazadora que la Iglesia lanzaría la piedra que mataría a ese búho. Después, a grandes pasos se marchó con los cuatro seminaristas calle abajo.

Neheri, pensativo ante la amenaza, se despidió de Luca, y cuando se disponía a marcharse a su casa, el trovador y un poeta que pasaban por allí, se acercaron hasta él, lo saludaron y después le acariciaron las alas con el dorso de la mano a Grek. El búho de un salto se posó sobre el hombro izquierdo del trovador y después volvió de nuevo con el egipcio.

Según avanzaban los trabajos para la prueba de carga, los rumores de que la catedral no aguantaría, se extendían por la ciudad. Mucha gente alentada por el obispo Urpiamo, decía que los conocimientos de ese egipcio eran fruto de sus contactos con el maligno, y que Dios lo castigaría por querer desafiar su voluntad.

Tres semanas más tarde, la prueba de esfuerzo había concluido. Neheri decidió volver por última vez al tejado de la catedral, subió los tres tramos de escalera y los andamios, hasta llegar a las cubiertas. Ya habían quitado los sacos de arena. Caminó por la cubierta principal, se dirigió hasta la de crucería, e inspeccionó visualmente todas las naves. Desde lo más alto, contempló la panorámica de la ciudad y de sus alrededores, y mientras lo hacía pensó que se tenía que despedir de Luca, del tabernero, del trovador y del poeta. Su mente voló a la Escuela de Alejandría, y a los recuerdos del viaje desde Egipto para hacerse cargo de la reconstrucción de la catedral hacía ya veinte años. Evocó las palmeras del Nilo y la fuerza y la intensidad del sol de Alejandría. E inició el descenso. Su hombro echó de menos al caminar a Grek. Lo recordó con tristeza. Nunca lo volvería a sentir. Nunca lo volvería a ver volar. Pero siempre estaría con él.

Relato extraído del libro «Goces y sufrimientos en el medievo«




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