Al iniciar el camino hacia el astillero, Marcus se detuvo para observar como un grupo de gaviotas iniciaban el vuelo desde la playa con las primeras luces del amanecer. «Soplan vientos de cambio.» pensó. Los horrores de las predicciones del año 1000, no se habían cumplido.
Le vinieron a su mente imágenes de cuando de pequeño acompañaba a su padre por la playa de Castrum Ordiales, y se quedaba observando el mar, al rayar las primeras luces del alba. Lo llamaban el apóstata. Nunca se quiso casar. Quería mucho a su madre. No le gustaba la Iglesia. No quiso que su hijo fuera bautizado.
Su mente voló:
Soñaba con vuelos de gaviota.
Quería surcar los mares.
Soñaba con conocer otros países.
Soñaba con abrir nuevas rutas comerciales a través de los mares.
Necesitaba nuevos sistemas de orientación en el mar.
Necesitaba astrolabios diferentes.
Necesitaba instrumentos que le dieran la latitud.
Soñaba con dominar los vientos.
Soñaba con construir barcos más veloces.
No le gustaban los señores feudales.
Soñaba con crear burgos donde la gente pudiera progresar.
Soñaba con crear burgos para artesanos y mercaderes.
En los mares no había obispos, ni abades, ni príncipes de la Iglesia.
Soñaba con que la Iglesia no difamara ni calumniara.
Soñaba con que la Iglesia aprendiera lo que significa la palabra respeto.
Soñaba con que la Iglesia aprendiera a respetar.
En los mares no había perros.
En los mares no había IDUS.
Soñaba con surcar los mares.
Soñaba con adquirir conocimiento.
Soñaba con abrir rutas de conocimiento.
Soñaba con ser libre.
Un sueño sin final.
Relato extraído de la novela “El sueño de un marino cántabro y el sueño de un orfebre andalusí”
