Manuel, amante de la libertad y de la naturaleza, hablaba con su perro Rufo y con su caballo, mientras cabalgaba por las dehesas de su pueblo, en Cáceres. Observó el cielo. La tarde presagiaba tormenta. El cielo se había cubierto de grandes nubarrones grises. Con un movimiento de las riendas hizo girar a su montura para evitar algunas ramas bajas de fresnos y encinas.
Su perro Rufo se detenía con frecuencia a oler los troncos de los árboles, para después iniciar una breve carrera y alcanzar al caballo.
En uno de estos requiebros, vio en el suelo a un polluelo vestido de plumón blanco que piaba. Por su aspecto pensó que podía ser un ave rapaz, aunque no supo identificarlo. Miró hacia lo alto de los árboles tratando de descubrir algún nido e incluso a alguno de sus progenitores, pero no vio nada.
Pensó en las pocas posibilidades que tenía de sobrevivir si estallaba la tormenta. Detuvo el caballo, descabalgó, y lo cogió. El polluelo se acurrucó al calor de su mano y lo metió en uno de los bolsillos de su cazadora. En el camino de vuelta a casa se iba preguntando qué tipo de ave sería, y cómo podía alimentarlo y protegerlo hasta que tuviera fuerzas para volar.
Cuando llegó, sacó de su zurrón un trozo de lomo seco que le había sobrado de su almuerzo y con la ayuda de su navaja, hizo algunas hebras que le dio a comer al polluelo, que dejó de piar desconsolado.
Los días siguientes, sacaba del zurrón un trozo de carne y con ayuda de la navaja, le daba de comer al polluelo. Repetía varias veces la operación. Lo puso en una caja de cartón, donde hizo en el fondo algo similar a un nido con paja seca y algo de algodón.
Así pasaron varios días y el pájaro parecía agradecerlo, pues ganó peso y su pico ya apuntaba al de una rapaz. Le despertó la curiosidad por el mundo de las aves.
Con la ayuda de los libros, trató de encontrar alguna imagen que le permitiera identificar qué tipo de rapaz era. La similitud con las rapaces le animó a ponerle el nombre de Gengis, porque se enteró de que la práctica de la caza con rapaces procedía de los mongoles y concretamente de Gengis Kan.
El pollo creció de forma rápida, lo que le permitió identificarlo como un halcón. Cuando salía de casa, lo llevaba consigo, preocupándole que algún gato o animal no le echara el guante. Fue cambiando poco a poco el plumón por algunas plumas en las alas y en el pecho. El pájaro le reconocía y le servía de distracción y de estímulo. Todavía era pequeño y empezaba a aletear.
El ocuparse del polluelo fue un estímulo, pues pensaba en cosas que podía hacer para ayudarlo a crecer. Pensó que no lo llevaría a ningún concurso de cetrería, donde ganan los pájaros que no han cogido ninguna presa solo porque han tenido vuelos espectaculares. Manuel quería que fuera libre y que cazara para alimentarse. Él lo entrenaría así, pues no quería ser como un cetrero que caza para él. El disfrute de Manuel sería ver el vuelo de su rapaz y que era capaz de sobrevivir. Pero tenía que aprender de las técnicas de cetrería.
Para entrenarlo, se instruyó a sí mismo, y después al halcón, en la cetrería de vuelo alto o altanería, practicada en terrenos limpios de árboles, pues el halcón vuela en la dirección que le indica con su brazo el halconero, toma altura en su vuelo, el cetrero levanta la caza, perdices, codornices, conejos o liebres, con su paso o mediante el perro, y el pájaro se cierne en picado para capturarlos. Otras veces le enseñaba la cetrería de vuelo bajo, propia de los azores, donde la rapaz parte del puño del cetrero mediante un empujón de su brazo en la dirección de la presa, para que tuviera más oportunidades de defenderse.
Cuando lo vio más fuerte, lo sacó fuera de su casa y le construyó un nido en el interior de un pequeño tonel de madera, que ubicó en un árbol. Todos los días pasaba horas con él enseñándolo a cazar, salía al monte con su caballo y con Rufo, mientras lo llevaba en su hombro.
Para animarlo a cazar le fue disminuyendo la ración de comida al tiempo que le soltaba presas como urracas o palomas, que estaban disminuidas para el vuelo. Se las enseñaba cogidas en su mano, para despertarle el apetito y para que las oliera, con el fin de que desarrollara sus propios recursos ante la caza.
Pasaban todo el día juntos, con el caballo y el perro. Se podría decir que Manuel había perdido la libertad porque no quería más que salir de caza con Gengis Kan.
Cada vez que el halcón tenía éxito en la captura de alguna de sus presas, la satisfacción era evidente. Su cariño hacia el ave era grande. Lo llevaba a rastrear humedales donde abundaban los patos. Cuando llegaban al lugar cercano a una laguna, lo estudiaba para que la rapaz tuviera éxito en su vuelo. El halcón, a los pocos segundos cogía altura situándose justo encima de su cabeza a unos 200 metros, hasta descubrir a los patos. Cuando volaba a batir a la presa y a derribarla con los dedos posteriores, rozaba los 350 kilómetros por hora. El impacto que tenía con las presas tenía su peligro, era un momento crítico, pues muchas rapaces mueren al impactar con las piezas. «Es la lucha natural». Había que hacerla una especialista, que impactara sobre su víctima de forma suave e implacable, utilizando los dedos posteriores. Tiene que dibujar un placaje limpio. En muchos casos, los halcones no tienen este final, pues el viento impide a la rapaz alcanzar una velocidad adecuada, o por la orografía del terreno, que obliga a los patos a refugiarse.
En ocasiones salía a observar el campo, con el caballo y el perro, y con el joven halcón sobre mi hombro, que aleteaba para mantenerse en equilibrio. Solía quedarme observando las enormes encinas y alcornocales.
El trato con la rapaz le cambió la vida. Ocuparse del pájaro le hizo preguntarme a sí mismo muchas cosas. Indagué sobre su simbología —continuó—, y averigüé que los halcones son un símbolo de la visión, del conocimiento y de la sabiduría, y representan también la superioridad del espíritu, la libertad y la determinación. Se los relaciona con el intelecto y su capacidad de cálculo. Gracias a él, empecé a interesarme por el mundo de las ciencias y de las matemáticas —siguió con su explicación.
Por las mañanas, y para animarlo a cazar le fue disminuyendo la ración de comida, al tiempo que le soltaba presas como urracas o palomas que compraba y que estaban disminuidas para el vuelo. Primero se las enseñaba cogidas en mi mano para despertarle su instinto de caza, y después las echaba a lo alto para que las siguiera.
Pasaba la mañana rastreando lagunas y humedales cerca del río donde abundaban los patos. Antes de pasar con el caballo y con el perro cerca de la orilla, lanzaba al halcón al aire para que ganara altura. Después pasaba con el perro provocando que los patos iniciaran el vuelo, y que el halcón se cerniera sobre alguno de ellos.
Muy de mañana, el pájaro golpeaba con su pico en el cristal de la ventana, invitándolo a levantarse. Se asomaba y lo veía en alguna rama de su árbol. Venía a posarse sobre su hombro y le acariciaba las plumas de su pecho.
Para mejorar sus habilidades de caza lo llevaba a terrenos que estaban libres de vegetación, lo ponía sobre su puño y lo empujaba con el movimiento de su brazo, indicándole la dirección donde veía que alguna liebre iniciaba la huida.
Cada vez que el halcón tenía éxito en la captura de alguna presa, su satisfacción era clara. Percibía el cariño que sentía hacia el ave. El espectáculo que le brindaba ver a la rapaz abatiéndose sobre sus presas, le hacía disfrutar.
Cuando ya cazaba con práctica suficiente, soltó al halcón. Lo alimenté por última vez, le acaricié las plumas de su pecho y de las alas. Lo miré durante unos minutos. Era la forma de su despedida, lo puse sobre el puño, lo empujé hacia el cielo, y cogió altura.
Puse el pie en el estribo de mi montura, y con un golpe de riendas puse a mi caballo en el inicio del camino hacia casa. Era libre.
Recuperó la libertad.
—Pero quien, ¿el halcón o el cuidador?
Al día siguiente y de madrugada, Manuel oyó unos ruidos en el cristal de su habitación.
Pensó que podía ser el pájaro
Abrió la puerta, salió a ver si lo veía, pero ya no pudo ver nada.
Entró pensando en que el halcón también quería despedirse a su manera.
Ángel Villazón Trabanco
Ingeniero Industrial
Doctor en Dirección y Administración de Empresas
Ángel Villazón, de origen mexicano, tiene una página web: www.angelvillazon.com, donde te invita a leer relatos, artículos de arte, culturales y de pensamiento, gastronomía mexicana, etc. También puedes adquirir sus libros