El buscador gallego

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El buscador gallego

Faltaban solamente unos días para que acabara el invierno. La nieve se fundiría en los altos de las montañas, las aguas del río bajarían caudalosas, y se formarían pozas donde se podrían encontrar pepitas de oro con más facilidad. Mientras pensaba esto, Xuan trabajaba en una orilla del río con varios utensilios de madera y de mimbre, cerca de una explanada. Con ayuda de una pala, cargaba arena y piedras del fondo y los echaba en uno de los utensilios que permitía el paso del agua. Después y con rapidez, desechaba las piedras que no tenían interés, repitiendo esta operación con diferentes útiles hasta que encontraba alguna pepita de oro. Estas aparecían con más frecuencia en la época del deshielo, o cuando había habido tormenta la noche anterior y el río llevaba más fuerza. Si encontraba alguna, Xuan se sacaba del cinto una pequeña saquita de piel, la abría e introducía la piedra.

Cuando llevaba algún tiempo trabajando, salía del agua y miraba al cielo, para ver si veía algún águila, pues una pareja tenía su nido en un árbol próximo. En ocasiones, cuando el día era soleado, desde su lugar de trabajo veía como sus sombras se proyectaban en el suelo de la explanada próxima al río.

Le gustaba observar como surcaban el cielo, las miraba y seguía sus movimientos en el aire, tratando de adivinar sus direcciones. Quizás en la primavera, seguía diciéndose para sí, si tenía suerte, podría incluso encontrar una pepita tan grande como la que encontró hacía dos años. La vendió, y compró en la fiesta de La Rapa Das Bestas un potrillo que se había convertido en su mejor amigo, y que lo había bautizado como Aloitador.

Ahora había crecido y se adentraba con él en la espesura del bosque donde vivía. A veces, después del duro trabajo en el río, montaba en el potro y subía por una vereda serpenteante que corría paralela al río, para llegar a lo alto de la montaña. En los días de luna llena, cuando el cielo era estrellado, se agarraba a sus crines, y cabalgaba muy rápido, pues disfrutaba con el viento dándole en la cara. Cada vez iba más lejos en sus excursiones. Se preguntaba cómo sería el mundo más allá del umbrío bosque donde vivía y de donde nunca había salido.

El año pasado no pudo ir más lejos de los límites del bosque, pues en su camino se encontró a una meiga que con su canto y voz melodiosos lo llamaba y trataba de atraer.

Xuan desconfió de esa bruja, que era conocida como Feticeira, que ahogaba en el río a los jóvenes a los que seducía, y en el alocado galope que emprendió, se cayó de su potro, haciéndose daño en un pie y teniendo que acudir a una manciñeira para que lo curase. Además temía que la bruja le hubiera echado el mal de ojo y estuvo temeroso durante varios meses.

Tres días antes de la entrada de la primavera, una noche de luna llena, Xuan salió a cabalgar por la senda que corría cerca del río. No vio la rama de un árbol que se atravesó en su camino, le dio en la frente, lo derribó, y quedó tendido en el suelo sin conocimiento.

Al despertarse, una mujer muy bella con un vestido blanco, estaba a su lado y lo ayudó a incorporarse.

—Déjame que vea si tienes algún hueso roto —Le dijo.

—¿Quién eres? —le preguntó Xuan.

—Me llamo Aureana.

—¿Y qué haces en este bosque tan sombrío y tan solitario?

—Vivo aquí. Este bosque es mi morada.

—¿Eres acaso una feiticeira? —preguntó Xuan con desconfianza.

—Vivo en los ríos como las feticeiras —dijo Aureana—, pero no enamoro a los mozos, ni los ahogo en el río, y tampoco les echo el mal de ojo.

—Entonces, ¿Qué haces?

—Doy suerte a aquellos que buscan pepitas de oro. Aquellos a quien encuentre en mi camino, encontrarán oro.

—¿Quieres decirme que encontraré pepitas de oro por haberte visto? —preguntó con ansiedad Xuan.

—Sí, encontrarás pepitas de oro, pero ¿Para qué las buscas con tanto interés? —Quiso saber la meiga.

—Quiero saber que hay más allá de este bosque. El año pasado, en una noche de luna, casi llegué hasta el límite, pero tuve que dar la vuelta. Este año en el verano quiero intentarlo de nuevo, y llegar más lejos, y las pepitas de oro me permitirán hacer el viaje.

—Más allá del bosque solo hay otros bosques, y el río los cruza —dijo Aureana.

—Una vez me crucé con un druida que me dijo que más allá del bosque estaba el mar, y quiero conocerlo.

—Eso dicen, pero está muy lejos —dijo la meiga.

—También me explicó que había casas que flotaban en el mar y que se movían con el viento. Quiero conocerlas y saber si puedo llevar a mi potro conmigo.

—Conozco a un druida que viene un día de cada mes por la noche, cuando hay luna llena a recoger hierbas y hongos para sus brebajes. Acude a la cueva del Xistreiro el viernes, le diré que quieres hablar con él.

El día acordado, al atardecer y coincidiendo con la luna llena, Xuan, después de un día de trabajo con poca fortuna, se acercó con su potro Aloitador hasta la cueva del Sixtreiro para hablar con el druida. Llegó, se apeó del caballo, y dándole unas palmadas en el cuello para indicarle que no se moviera de allí, se dirigió a la entrada de la cueva.

Mientras caminaba por el estrecho pasadizo entre rocas y salientes que en algún momento le obligaba a agacharse y a ladear su cuerpo para adaptarse al camino, pudo escuchar el ruido de un chorro de agua que caía en alguna zona de la cueva que no podía vislumbrar. Cuando el camino se ensanchó, empezó a ver algunas sombras que se proyectaban en el techo de la cueva, consecuencia de los movimientos del druida provocados por la luz de un fuego. La cueva tenía dos partes, una zona superior al nivel de la entrada y otra zona inferior donde estaba el druida.

Cuando Xuan llegó, el anciano, que lo había sentido caminar, dio unos pasos hacía él acercándose y le dijo:

—¿Eres Xuan, verdad?

—Sí —contestó, al tiempo que miraba al sacerdote, su frente amplia, su escaso pelo cano, y su rostro amistoso, tapado en parte por una larga barba de color blanco y que no ocultaba los años. Vio también unos ojos que se adivinaba que veían ya con dificultad.

—Pasa, estoy terminando de preparar un brebaje que necesito para hacer algunos sacrificios y adivinaciones, pues pronto serán las fiestas consagradas a la Señora del Bosque, nuestra Madre Suprema, Diosa de la Lluvia.

Dando unos pasos atrás, cogió un cuenco, lo llenó con el brebaje, se lo acercó a Xuan, y lo invitó a beber. Una vez que hubo bebido, el druida le dijo:

—Aureana me ha dicho que querías hablar conmigo —dijo mientras lo invitaba a sentarse en un saliente de la roca, y él lo hacía en otro—. ¿Qué es lo que te ha traído hasta mí? —Le preguntó.

—Sí —dijo Xuan, conteniendo la emoción que le embargaba de sentirse ante una persona que imaginaba con mucho poder.

—Tu amiga —prosiguió—, me dijo que querías saber qué es lo que hay donde termina el bosque.

—Así es —contestó Xuan—. Este verano quiero salir del bosque para conocer que hay más allá.

—Más lejos solo hay tierras donde pastan los caballos, las ovejas, las cabras y las vacas. También hay otros bosques tan grandes o más que este —Le dijo el druida.

—¿Puedes decirme como salir de éste y llegar a otros?

—¿Cuántos años tienes? —Le preguntó el druida.

—El mes que viene cumpliré los quince —continuó hablando—, y además me han dicho que el río donde busco pepitas de oro acaba en el mar, y que hay unas casas flotantes que son movidas por el Dios del Viento.

El sacerdote levantó la cabeza para mirar su cara y sus ojos de frente, y no dijo nada.

Xuan decidido a averiguar lo que quería, le dijo:

—Vosotros los druidas sois intermediarios entre los hombres y los Dioses. Sabéis predecir y adivinar el futuro observando el viento y los vuelos de las águilas y los cantos de las aves.

Esta vez, el druida, observando su cara, hizo ademán de querer decirle algo, pero volvió a callar y a mirar al suelo.

Xuan entonces aprovechó para decirle que quería hablar con el Dios del Viento.

—Aureana me explicó que los romanos que habían estado aquí hace varios siglos, lo llamaban Eolo, y que tú podías ayudarme, pues vosotros conocéis su lenguaje.

Y se calló unos momentos mientras esperaba la respuesta con muestras de ansiedad.

—¿Acaso quieres hacerte sacerdote? —Le preguntó el anciano.

Y mirándolo con fijeza, le dijo:

—Los druidas estudiamos durante muchos años y nos dedicamos solo al culto, y a las adivinaciones.

Xuan le contestó que solo quería llegar al mar, donde desembocaba el río Sil, y donde pudiera aprender el lenguaje del Dios de los Vientos, para dirigir una casa flotante, meter a su potro, e ir donde él quisiera. Quería aprender la misma comunicación que tenían las águilas, pues las había observado mucho tiempo y podían moverse aprovechando su fuerza. Le gustaría contactar con los Dioses, invocarlos y conocer su lenguaje para aprovechar su fuerza.

El druida nuevamente lo miró a los ojos, y le dijo:

—Pronto a finales de primavera habrá fiestas en la aldea en honor de la Madre Suprema. Acude a la fiesta. Vendrán varios bardos que tienen algunos conocimientos de las relaciones con las Deidades. Vete y haz alguna ofrenda de oro.

Xuan le devolvió el cuenco del brebaje, se despidió y le dio las gracias.

Desanduvo el camino de la cueva, salió a la puerta donde su potro lo recibió con un relincho de alegría y se dirigió a su casa guiándose por la luz de la luna.

Mientras recorría el camino a su casa, pensaba que acudiría a las fiestas de primavera, y haría alguna ofrenda de oro por los dones recibidos, tal como le había indicado el druida. Pensó que sería un buen momento para fijarse en las danzas, en los rituales en la vestimenta, en las caretas, y en los bebedizos y pócimas secretas que los bardos utilizaban. A todos les haría numerosas preguntas para averiguar cómo entablar conversaciones con el que mandaba en el viento.

Una vez finalizados los festejos y la primavera, y ya en el verano, iría hacia la desembocadura del Sil, buscaría las casas flotantes, e indagaría sobre los rituales del Dios de los Vientos. Trataría de conseguir toda la información que pudiera de los moradores de las casas, y de las ceremonias que eran necesarias para hablar con esos Dioses. Quería que le dijeran como dominaban su voluntad, y como llevaban sus casas flotantes donde deseaban.

Este relato pertenece al libro “Goces y sufrimientos en el medievo”.

 


Ángel Villazón Trabanco es ingeniero, escritor y periodista cultural y te brinda la posibilidad de leer algunos de sus libros:

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Ángel Villazón Trabanco
Ingeniero Industrial
Doctor en Dirección y Administración de Empresas

 

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