Los primos maléficos Persefeo, Cruciano, y otro maligno tuerto y además cojo, que los acompañaba en la subida a la tierra, se desplazaron junto con don Meffisto, a la Escuela de Hostelería del averno de Puebla, para conocer los ingredientes y la forma de preparar este plato.
Un pinche de esta cocina, les explicó que los chiles en nogada constituían un platillo de la gastronomía mexicana, originario de Puebla, y que se preparaba con chiles poblanos, rellenos de un guisado de carne de res y cerdo, mezclado con frutas como el plátano, la manzana, la pera, y el durazno, además de frutos secos, y que se cubría con una crema de nuez de Castilla, conocida como la nogada, a la que se añadía para su presentación final, perejil y granada.
—Mezcla los sabores dulce y salado, tiene una gran variedad de texturas, y más de veinte ingredientes, siguió diciendo. Es un plato de temporada que se sirve en los meses de julio, agosto y septiembre, pues la nogada, que es la salsa con la que se cubre el platillo, está hecha con nueces de Castilla.
—¿Y por qué solo durante esos tres meses? Le preguntó Cruciano.
—Aunque las nueces se pueden almacenar y utilizar en cualquier época del año, es fundamental para su elaboración, que sean de la última cosecha y recientes.
Una vez aprendido todo lo necesario para preparar el platillo, los dos primos maléficos y el cojo, llegaron a la tierra para iniciar su aventura. Era domingo, y se fueron a escuchar las bandas de música que tocaban en los kioskos, donde ambos se deleitaban con el ruido de los tambores.
Después, iniciaron su estrategia de reconocimiento para estudiar al galeno, y observaron que éste era en realidad un sacamuelas que había desarrollado su profesión en un pueblo del norte de España, y que era un hombre decidido a cortar por lo sano en lo referente a las enfermedades de aquellos que por desgracia se cruzaban en su camino. También se enteraron de que había cometido numerosas atrocidades en España, con el resultado de víctimas mortales, por lo que fue enviado al nuevo mundo, primero al país Dominicano, de donde fue también expulsado por los estragos que cometió, y después a México.
En una ocasión, el maléfico lisiado, que realizaba las tareas de observación previas al engaño, les dijo a los dos primos, que había sido testigo de un hecho singular: «que un pobre indio que tenía un pie un poco hinchado a causa de una uña que se le había enterrado, acudió al galeno a que se lo viese, y este le cortó el dedo y volvió al día siguiente parta comprobar su estado, y como viese que la herida estaba muy infectada, le cortó el pie. Cuando nuevamente el susodicho acudió a casa del herido, este se levantó dando saltos de alegría diciendo que estaba mucho mejor y daba loas a dios, por haberse curado».
El galeno se alegró tanto que se reafirmó en su pensamiento de que no había mejor remedio contra las enfermedades que la cirugía.
Observó el demonio cojo en otro momento y de igual forma, que una indita que estaba haciendo tortillas en su comal, se quemó un poco en una mano, dándose la circunstancia de que el sacamuelas que pasaba en ese momento por allí, pensó que esa mujer lo necesitaba a él y a sus extensos conocimientos de medicina, y acudió rápido y solicito a interesarse por la enferma. El galeno, cuando vio la mano hinchada y ennegrecida por la quemadura, cogió un hacha y rápidamente se la cortó. La india se desmayó y no pudo decir nada. La acción fue fulminante.
A los pocos días el sacamuelas volvió a visitarla, y ésta rauda y veloz, se abrazó al él dándole besos en la cara, y agradeciéndole lo que había hecho con ella, pues estaba totalmente curada. El medico se volvió a alegrar de sus vastos conocimientos y al mismo tiempo de haber hecho el bien a la sociedad y de haber sido fiel al juramento hipocrático. Se sentía un ser filántropo y bondadoso con el prójimo, sentimiento que lo animaba a continuar con el ejercicio de su profesión.
Otro hecho singular que observó el demonio, fue el de un hombre al que le faltaba una pierna, y que caminaba apoyándose en una muleta. Pedía limosna quejándose lastimeramente, y habiéndolo visto el galeno, se le acercó con rapidez para dar lo mejor de sí mismo. El mendigo en cuanto tuvo conocimiento de quien era el médico, tan rápido como este le tocó la pierna para ver el grado de hinchazón que tenía, le manifestó que ya se sentía mucho mejor, cogió la muleta, y le dijo que sus manos milagrosas lo habían curado. Acto seguido corrió calle abajo apoyándose en su muleta, dándole a voz en grito las gracias por su sabia y contundente intervención, y por la facilidad con la que podía caminar ahora.
Así, el demonio tuerto, que además era cojo, cuando alguna vez se cruzaba con él, disimulaba cuanto podía su cojera, tal y como hacían el resto de los cojos de la ciudad de México, que ya lo conocían, y su paso y su marcha se hacía segura y casi militar, y algunos hasta daban saltos de alegría, y silbaban a su paso. Los tuertos, por su parte miraban hacia otro lado, de forma que el ojo dañado estuviese en el lado contrario al del paso del galeno.
El sacamuelas, ufano y orgulloso, paseaba en estas circunstancias por la ciudad de México haciendo gala de maneras y ropajes propias de un señor principal, moviendo su bastón rítmicamente al caminar y quitándose el sombrero y haciendo una pequeña inclinación de cabeza para saludar a las damas.
No solo curaba enfermos, sino que le decía a todo el que se cruzaba en su camino, sus recomendaciones de cómo debería de vivir, y como debían de llevar sus asuntos para gozar de una mejor salud, convirtiéndose no solamente en un médico de fama excepcional, sino en un gran asesor y consejero espiritual. Y todo era muy valorado por las gentes, por ser grandes consejos, que aunque no fuesen pedidos eran por lo menos gratuitos.
Así se corrió la voz por todo el Valle de México, de los excepcionales conocimientos y de los métodos que utilizaba para curar las enfermedades el galeno español, y de los espectaculares resultados que obtenía, por lo que la salud de la población mejoró notablemente. El sacamuelas entendía y así lo hacía saber a sus íntimos, que su sola presencia ahuyentaba a las enfermedades y se fue creciendo en estas circunstancias, ganando en prestigio y en reconocimiento social.
Ambos primos, después de escuchar todas las observaciones de su compañero, decidieron que la mejor estrategia para poseer al médico consistía en la construcción de un confesionario de madera que fuese muy bonito y llamativo en plena calle por donde solía pasar el susodicho, y de un púlpito. Mediante la observación que habían llevado a cabo, conocían muchas de las cosas que éste hacía, pero suponían que en España, este sacamuelas había tenido algún problema profesional por lo que decidieron la construcción del mismo, para averiguar que le había sucedido.
Una vez construido, en una de las calles donde este solía pasar, los dos malignos se vistieron uno de sacerdote y el otro de sacristán, y esperaron a que pasara el galeno.
Cuando este llegó, Persefeo y Cruciano, se le acercaron y le preguntaron en un tono muy cortés y de mucha educación, si él era el famoso médico del que todo el Valle de México hablaba. Le dijeron que acababan de llegar del viejo mundo, que una persona de la alta curia española y gente de la alta nobleza a la que no podían nombrar, los enviaban para conocerlo, y saber si todo lo que se decía ya en España era cierto, que su fama era ya conocida en todo el Valle de la Anahuac, por lo que ardían en deseos de conocer los elaborados métodos que habían curado a tanta gente, y que lo habían hecho famoso. Pero que no temiese que no se los iban a robar, tan solo conocerlos.
Acto seguido, sacerdote y sacristán lo saludaron muy afectuosamente, y le extendieron sus respectivas manos para que se las besase, primero Persefeo y después Cruciano. Ambos le alabaron su fe y su devoción en el acto de besamanos, y que veían a través de este sencillo acto, su afección a la curia, a la Iglesia, y a la verdad, todo lo cual lo honraba, y hablaba bien de él.
No obstante, Persefeo, como notaba que el galeno miraba con insistencia al parche del ojo que le faltaba, con voz autoritaria, y cogiéndolo por el hombro, lo obligó a situarse del lado contrario, para evitar tentaciones, y le dijo:
—Tu fama ha trascendido, y no solo en México y en Veracruz se habla de ti, sino que en Cádiz y en Sevilla personas con posibles y con algunas dolencias y trastornos, quieren que las reconozcas. Están dispuestas a iniciar la costosa y larga travesía desde España, pues son conocidas tu valía, tus conocimientos, tu experiencia y la relevancia de los consejos que brindas a todos por igual en el Valle de México, y sin cobrar ninguna moneda por ello.
—Él, con voz casi temblorosa, les preguntó: “Entonces, ¿en España, también me conocen ya?”
—Naturalmente. Le contestaron a dúo, los dos maléficos.
—Cuando estaban en estas circunstancias, el del ojo parcheado, cogió al galeno por su brazo derecho y le dijo, que debería de confesarse con sacerdotes como él, que era recién llegado de la vieja España, y se introdujo en el confesionario. Cruciano con gran delicadeza pero con la gran fuerza que le proporcionaba su trabajo habitual de forjador, lo cogió otra vez por el mismo brazo y lo obligó a ponerse de rodillas en situación de confesión, y acto seguido corrió una cortinilla que habían dispuesto a tal efecto.
—Después de unas oraciones preliminares, el maligno que hacía de sacerdote le dijo que lo consideraba un gran médico aquí en el nuevo mundo, pero que le contase si tenía alguna cosa mal hecha en el viejo mundo, en España.
—El galeno, le dijo que había estado en un pueblo donde había ejercido de galeno en Santo Domingo, conocido como Bayahibe, y que en una ocasión un negro mulato se acercó a él con un gran dolor de muelas. Después de una rutinaria exploración, que consistió en pedirle que abriese la boca para observarlo, constató que tenía la mandíbula muy hinchada. Estimó cuál de las muelas era la que estaba causando tal inflamación, y supuso que era la segunda por la parte de atrás en la mandíbula inferior izquierda. Por lo que lo hizo sentarse en una silla, le ató el extremo de una cuerda a la muela, haciendo caso omiso de las protestas del enfermo, y el otro a la manija de la puerta, y al apoyarse con todo su cuerpo sobre ésta, para tensar el cordel, el negro cayó al suelo con un alarido de dolor. Además, fue arrastrado por parte de la barbería, recibiendo un fuerte golpe en la cabeza.
La cuerda había sido atada a una muela sana, y ahora le dolían las dos. El mulato, indignado le dio una paliza tan sonada, que toda la clase médica y toda la colonia española de Santo Domingo lo supo, por lo que fue obligado a marcharse a México, donde se le dijo podría encontrar una oportunidad de reivindicarse.
—Comprendo, dijo el confesor, acercando su cabeza al oído del galeno, simulando que lo hacía para que nadie pudiese oírlo, pero eso es claramente un caso de mala suerte.
—Pero dime, le preguntó, ¿fue ese el único caso?
—Cuando el galeno iba a contestarle, este no lo dejó hablar, y le contestó que sabía que sí, que era el único caso y que no debería de preocuparse, pues errar era de humanos.
—Acto seguido, le preguntó de qué parte de España procedía.
—De las montañas asturleonesas.
—Y en España, ¿dónde aprendiste todos tus conocimientos?
—Estuve día y medio en la Universidad de Salamanca, contestó el sacamuelas. Allí me enseñaron el cuerpo de un hombre muerto, dos calaveras, y varios esqueletos, además de una quijada de vaca completa y otra de burro.
—Comprendo de donde procede toda tu sabiduría, dijo, de la gran Universidad de Salamanca. Un gran privilegio estudiar ahí.
—Y cuéntame, prosiguió impresionado por el currículum. ¿Tuviste allí algún contratiempo?
—En una ocasión tuve un percance similar, dijo el médico mirando con cara de cordero degollado al confesor, y por eso me echaron de España. Me equivoqué de muela, con el resultado de que el incidente terminó en deceso.
—Seguro que eso sucedió solamente una vez, y también le puede pasar a cualquiera.
—El galeno dijo que si, con voz casi inaudible.
—Comprendo lo esquivo de tu suerte, dijo Cruciano. Ahora, tu prioridad es volver a España totalmente exonerado del pasado, y que la clase médica española te reconozca como el gran médico que eres.
—Pues ya lo ves, casi lo has conseguido, continuó. Para que seas reconocido tanto en México como en toda España, debes de reponerte del gran esfuerzo que has realizado hasta ahora con un plato preparado con nueces de procedencia del viejo mundo que proporcionan vigor y energía españoles, con los chiles y piñones mexicanos, que proporcionan fuerza azteca. Es un plato que se llama chiles en nogada, y que debes de tomar varias veces al día, para llegar a ser el médico más reputado y famoso de México y de España.
En este momento Cruciano le trajo una bandeja con el contenido, y todos comieron y brindaron por el futuro del galeno más grande que había visto México. Y volvieron a comer más chiles, por su inminente vuelta a España.
—Entonces, las rijolutinas y los dos maléficos, le cantaron una canción, para que no dejase nunca de comer chiles, pues con su fuerza, vigor, y energía pronto sería el más famoso médico del nuevo mundo, y sería mandado a llamar desde Salamanca, para que impartiese clases magistrales sobre los métodos que utilizaba para curar las enfermedades.
—El sacamuelas preguntó que en qué fecha sería eso, y Persefeo le contestó que tenía que comer otros chiles, al tiempo que le acercó una bandeja para que se sirviese, mientras dos de los monstruos que se posaron sobre sus hombros, una a cada lado de su cabeza, le acariciaron el lóbulo de su oreja con su papada roja y su cresta.
Pronto serás invitado a que pronuncies disertaciones sobre el arte de la medicina, en todos los pueblos, para que la gente se maraville y se instruya, y con estas palabras y con los cánticos y bailes de las rijolutinas, el sacamuelas siguió comiendo los chiles en nogada.
Después, Persefeo y Cruciano, vestidos de sacristanes, se acercaron y parándose frente a él, con las cabezas mirando hacia abajo en señal de respeto y sumisión, y las manos con las dos palmas juntas y los dedos entrelazados y situados a la altura del corazón, hicieron un ademán al galeno, para invitarlo a ir tras ellos. Lo acompañaron hasta el púlpito que habían construido próximo al confesionario, donde los monstruos lo rodearon, y mirándolo con expectación, le hicieron entrega de su báculo, y lo invitaron a subir al mismo, donde tenían preparado ya en un atril, el discurso que iba a pronunciar y que tenía por título: “El Arte de la Medicina”.