Los dos mendigos

RELATO | LA CIUDAD DE TOLETUM

Los dos mendigos

ÁNGEL VILLAZÓN

22 DE MARZO DE 2023, 14:33

Marcus detuvo su caballo, cogió las bridas y con un suave movimiento de su montura, se situó al lado de Acario y Artur. Pasaron unos minutos en silencio observando la ciudad de Toletum. Descabalgamos y entramos caminando

El bullicio de gente nos sorprendió. Iniciamos nuestra andadura por una calle ascendente y llena de tiendas. Seguimos por callejuelas empedradas y estrechas, cuyo trazado sinuoso ayudaba a combatir el calor del verano. Continuamos hasta llegar a una plazuela en la que una fuente con varios surtidores de agua con formas de león, permitían el aprovisionamiento.

Llegamos a una plaza grande atestada de gente, donde los comerciantes y viajeros se daban cita para comprar y vender mercancías y servicios. Era el zoocodover, un espacio de intercambio y de encuentro de relaciones sociales, en el que en medio de un frenético deambular se sucedían las más diversas transacciones. Las monedas de pago eran los dinares de oro, los dírhams de plata, y los feluses.

Mientras observábamos el bullicio, veíamos como entraban y salían mulas cargadas de las alhóndigas, que servían de alojamiento y de almacén para los productos y que se las podía encontrar a lo largo de las rutas comerciales.

Era el zoocodover, un espacio de intercambio y de encuentro de relaciones sociales, en el que en medio de un frenético deambular se sucedían las más diversas transacciones

En los puestos ambulantes, los tenderos ofrecían en voz alta, huevos, frutas, hortalizas, pescados o carnes. Otros vendían especias, perfumes, tejidos. En un puesto cercano, dos musulmanes tocaban una melodía a una cobra que movía su cuerpo al son de la flauta. 

– Pasen señores, nos invitaban los comerciantes a tomar un té con yerbabuena.

Iniciamos la subida hacía la parte alta de la ciudad. Pasamos cerca de la Alcaicería, un mercado cerrado y bien protegido, propiedad del monarca, donde se entregaba la seda en bruto para recaudar impuestos y para marcarla

Al ver a los musulmanes postrados, comenta Artur:

– Están en el salat. Así rezan.

– En nuestro pueblo no lo hacen de esa forma, comenta Acario.

– Porque en nuestro pueblo, los obispos enseñan que hay otros dioses, explica Marcus.

– ¿Y cuáles serán más fuertes?, dijo Artur, riéndose ¿Los de ellos, o los de los obispos?

Marcus y sus dos socios rieron.

– Los dioses de los obispos no existen, dice Marcus. Tienen montado un negocio y viven de él y tienen mucho poder. Por eso hay que tener mucho cuidado con ellos.

Dejamos los caballos en el establo de la fonda y pasamos a un patio, con surtidores de los que manabaabundante agua que proporcionaba sensación de frescor. Alrededor del patio había flores y arbustos de jazmín y palmeras y sus fragancias se podían oler desde todos los rincones.

Salió a recibirlos el propietario, quien nos dijo a modo de saludo:

– As-salam-u-alaikum.

– As-salam-u-alaikum, le respondieron los tres amigos.

– Pasen a recibir nuestra hospitalidad les comentó el propietario de la fonda.

– Pasamos a la jaima situada en uno de los laterales del patio, y nos obsequió con un vaso de leche y unos dátiles. Es el rito de nuestra hospitalidad, nos explicó el propietario de la fonda. La leche significa la pureza de los sentimientos, y los dátiles representan la ayuda material que se le presta a un amigo.

El propietario nos introdujo después en la residencia. Sus sirvientes llevaron nuestras pertenencias a las habitaciones y nos animaron a dirigirnos al hamman del Cenizal, a darnos un baño.

Es el rito de nuestra hospitalidad. La leche significa la pureza de los sentimientos, y los dátiles representan la ayuda material que se le presta a un amigo

Al cabo de dos días de descansar en la fonda, salimos a dar una vuelta y conocer la ciudad. Se preguntaban si en esta ciudad, en Toletum, encontrarían ese dispositivo que les permitiría orientarse en el mar, propósito de su viaje.

Mientras iban llegando a la parte baja de la ciudad, observaron al doblar una esquina en una pequeña plaza a dos mendigos, uno que portaba un halcón sobre su hombro y le faltaba una pierna, y el otro que parecía ciego. Marcus se quedó observándolos. Al verlos juntos, pensó que se ayudarían el uno al otro.

Desmonto de su yegua y se acercó a los dos lisiados, sacó una pequeña bolsa del interior de su túnica, y le dio una moneda de oro a cada uno. 

– El invidente cogió la moneda y después de pasarle los dedos varias veces le dijo «Esta moneda no es musulmana, es castellana.»

Marcus se le quedó mirando, sorprendido.

En ese momento, un carruaje descubierto se detuvo, y una dama le preguntó a su conductor, que quiénes eran esos caballeros, impresionada por el porte y la altura de Marcus y de sus dos colegas.

– Son extranjeros, le respondió, no son toledanos.

– La dama al oírlo, le ordenó a su conductor que se aproximara al grupo de los tres amigos y les dijo en tono de advertencia que no había que dar limosna a los mendigos, pues se lo gastaban en vino en las tabernas, se emborrachaban, y ofendían a los representantes de Dios.

– Además, continuó, mendigan cerca de las iglesias, y nunca entran a confesarse ni a orar por sus pecados, y van a los prostíbulos a regodease con las mujeres.

– El invidente se ha quedado ciego por sus pecados, y usted le da una moneda de oro, dijo la condesa, muy enfadada. 

– Désela a la Iglesia que sabrá muy bien qué hacer con ella, continuó.

– Y usted, señora ¿quién es?, le inquirió Marcus.

– Soy la condesa de Talavira, dijo ella.

– Ya vemos, dijo Marcus. Esta tierra es propiedad del mundo árabe, aquí no hay obispos, ni abades, ni cardenales, decía uno de los amigos.

Se puso colorada y furiosa.

– Comprendemos su desazón señora condesa, cristiana, por el destino del alma de estos infortunados, dijeron con sorna los tres amigos.

– No es para menos, le dijeron.

– Voy a hablar con el obispo de Talavira, sobre Ustedes, para ponerlo en su conocimiento, dijo la condesa.

– La Iglesia tienen doctores que saben lo que hay que hacer, expresó, y nunca se equivocan, porque son hombres santos y piadosos, continuó la condesa.

– Es un gran honor haberla conocido, señora condesa, le dijo Artur.

– Lo mismo digo, dijo Marcus.

– Vaya Usted con Ala, o con Jesucristo, le expresó Artur.

La condesa, escarnecida, se marchó rauda en su carruaje al ver que hacían caso omiso de su recomendación.

– Marcus preguntó al ciego como podía saber que las monedas eran castellanas.

– Se leer con mis dedos, le contestó el mendigo, y le mostró un dinar de oro, un dirham de plata, y un felús de cobre. Las leyendas de las monedas son diferentes. Las de oro ponen “En el nombre de Alá. No hay Dios sino Ala, Mahoma es el emisario de Ala”. 

– Como se llama tu halcón, le preguntó al invidente.

– Hikmah, le contestó. Significa sabiduría en árabe.

– Es un matemático y astrónomo famoso, le contestó el mendigo al que le faltaba una pierna.

– As-salam-u-alaikum, le dijo Acario con respeto, dirigiéndose al ciego.

– As-salam-u-alaikum, le respondió el invidente. Me llamo Ranjit, y soy hindú.

No había que dar limosna a los mendigos, pues se lo gastaban en vino en las tabernas, se emborrachaban, y ofendían a los representantes de Dios

Marcus sorprendido por la respuesta del invidente, le preguntó a su compañero lisiado:

– Y tú, ¿a qué te dedicas?, le preguntó:

– Fui mercader, le dijo. Soy de origen egipcio y me llamo Fhiope.

– As-salam-u-alaikum, Marcus lo saludo.

– As-salam-u-alaikum, le contestó.

– ¿Qué rutas hacías, y por qué países? Le preguntó Palario, cuando eras mercader.

– Realicé muchos años rutas desde Konstantinopolis hasta Nizhni Novgorod y Kalingrad, en el Mare Balticum, y también partes de la Ruta de la Seda, desde Samarcanda a Baghdad y a Al-Iskandariya, le respondió. 

– Después me instalé en Baghdad y me dediqué al transporte de pergaminos de origen indio, griego y persa, procedentes de otras ciudades, para ser traducidos al árabe en la Casa de la Sabiduría en Baghdad. Allí conocí a mi amigo Ranjit.

– Dirigiéndose a Ranjit, el invidente, Acario le preguntó dónde había trabajado en el campo de la astronomía.

– En el observatorio de la Casa de la Sabiduría en Bagdad, y también en el de El Cairo. Aquí en Toledo, colaboré con otros astrónomos en la medición de los cielos, bajo la supervisión del cadí Ibn al-Said, pero tuve que dejarlo a consecuencia de la ceguera.

– ¿Quién es Ibn al-Said?, quiso saber Marcus, con gran interés.

– Es un mecenas que brinda trabajo a numerosos matemáticos, astrónomos y científicos. Muchos hemos venido de Bagdad huyendo de las hordas mongolas y él nos acogió en esta Escuela Científica de Toletum, que Al-Mamún, el monarca de la taifa de Tulaytulla, inició, y proyectó.

– Acompañadnos a la taberna, les dijeron.

Los ayudaron a levantarse y después de caminar por varias callejuelas estrechas, entraron en una pequeña plaza donde encontraron la tasca que buscaban. Pidieron unos vinos al tabernero.

– La mirada de tu halcón es inteligente. Comentó Ascario, ¿dónde te hiciste con él?

– Cerca de Samarcanda. Era un polluelo muy pequeño que debió de caer de algún árbol. Lo recogí, y lo fui sacando adelante. Creció a mi lado y ahora pasa tiempo conmigo, les contestó el egipcio. 

– Se ha pasado la mitad de su vida en la Bayt al-Hikmah, la casa de la Sabiduriade Bagdad. Representa la sabiduría y el conocimiento, y es un símbolo del espíritu, que lleva a luchar por los propósitos de la vida. Es un anhelo de libertad.

– Marcus volviéndose de nuevo al invidente, le preguntó:

– ¿Qué te sucedió para quedarte ciego?

– Pasaba demasiadas horas traduciendo libros del hindú al árabe, y poco a poco, mi vista se fue resintiendo, dijo Ranjit.

– Le enseñé muchas cosas de matemáticas a Fhiope, continuó el hindú y ahora él me ayuda a mí en mi situación de ceguera, aunque puedo resolver numerosos problemas de álgebra, utilizando mi mente y mi capacidad de concentración.

Muchos hemos venido de Bagdad huyendo de las hordas mongolas y él nos acogió en esta Escuela Científica de Toletum

– Mientras pedían otra ronda de vinos, le preguntaban al ciego por la astronomía en al-Andalus:

– En al-Andalus, hay un crecimiento de toda la cultura y en especial de la astronomía y de las matemáticas, que se inició en torno al califato de Córdoba, al que contribuyen los judíos y el tener todos como idioma común el árabe.

– Marcus le explicó entonces al astrónomo y matemático, el problema que tenían para conseguir una mejor información de la posición de los barcos en el mar, el de conocer la latitud de los barcos, pues les podría ahorrar muchas horas de navegación y numerosos problemas, que encarecían el transporte y la seguridad en los viajes

– Al cabo de unos minutos de reflexionar, Ranjit les comentó que había un astrónomo, al que llaman “El orfebre”, Azarquiel, que sin duda los podría ayudar a encontrar ese dispositivo que andaban buscando que les permitiera saber la latitud en el mar.

– Trabaja con Ibn al-Said, el cadí, continuó. El juez es un sabio, un hombre prestigioso y acomodado que ama la ciencia y a los que se dedican a ella. Trata con ellos y comparte y ofrece lo que posee a sus colaboradores, sustentándolos y dándoles estipendios.

– ¿Es fácil de localizar?, Le preguntó Marcus.

– Sin duda. Podéis preguntar por él en su taller, les dijo. Si queréis, os podemos acompañar hasta allí, pues lo conocemos.

– Será un placer, les contestó.

– Ascario, entonces, dirigiéndose al mercader, le preguntó por el comercio en al-Andalus:

– Es una zona de mucha importancia en Europa, les decía Fhiope. Está integrado en los circuitos comerciales que se extienden a lo largo del Mediterráneo, y que penetran en África y llegan hasta la India. Además, se relacionan con China por medio de caravanas, y también con los territorios del Balticum a través de caravanas y de los ríos navegables rusos.

– Hay una gran demanda de artículos de lujo como seda, especias, pieles y perfumes que proceden de distintos lugares de Asia, y que son transportados a ciudades como Konstantinopolis y Al-Iskandariya y desde allí, a pequeña escala, a otros destinos de Europa, siguió explicándole el mercader.

– También a través de estas rutas se comercializan los condimentos y las hierbas aromáticas. El conocimiento de estas especias permite preparar de formas diferentes platos de la misma carne, de pescado o de verduras, consiguiendo la refinada gastronomía de al-Andalus, continuó.

– Siguieron con sus vinos y con su charla y en esta, les dijeron que dentro de unos días iba a tener lugar una recepción que daba Ibn al Said al mundo de la ciencia y de los científicos y que podían acudir y que allí encontrarían a Azarquiel, que les daría explicaciones sobre el dispositivo para la navegación.

Unos días después, cuando llegaron a la Recepciónlos invitados eran saludados por Ibn al-Said, con un “Shalom aleijem” si eran judíos o con un “as-salam-u-alaikum” si eran árabes, para ser conducidos por algún sirviente, al jardín, donde en una jaima se les brindaba un ceremonial de bienvenida.

Pasaron después a los jardines, donde se les ofrecíó un sherbet, bebida refrescante preparada a base de esencia de violetas, de rosas, de plátanos y hielo picado, que se recogía en las zonas montañosas y se conservaba en hoyos profundos, y se los rociaba con delicados perfumes de rosa, lavanda y azahar.

Numerosos surtidores que simulaban cabezas de leones, de los que brotaba agua que fluía de unas albercas a otras a diferentes niveles, refrescaban el ambiente. La sombra de grandes palmeras ayudaba a mantener un ambiente fresco. Las fragancias de las flores, de los arbustos de jazmín, y de los naranjos, inundaban el ambiente del atardecer.

Hay una gran demanda de artículos de lujo como seda, especias, pieles y perfumes que proceden de distintos lugares de Asia

Marcus, Acario, y Artur, pasaron al interior de la jaima donde se iba a celebrar el banquete. El ligero aroma a incienso, el intenso colorido de las alfombras y de las telas preciosas que cubrían las paredes, los cojines forrados en cuero y en raso, y los manteles de finas pieles donde se servían los platos, los impresionó.

La comida estaba dispuesta en bandejas colocadas en diferentes mesas. Algunas contenían trozos de cordero a la miel aromatizado con canela y otras especias. Otras contenían pasteles elaborados a base de carne de codornices, de perdices, de palomas y de faisanes, mezclados con huevos, almendras, canela y miel.

Los dos mendigos, lujosamente ataviados, y los tres socios conversaban con Ibn Al-Said, cuando la condesa de Talavira, acudió muy solícita a saludar al cadí.

– “as-salam-u-alaikum”. Le dijo el mecenas.

– “salam”, le contestó la condesa.

– Gusto en saludarla, señora duquesa – Le dijo Ibn al-Said, igualmente a usted, señor obispo.

Después y con lentitud sacó de su túnica, una saqueta de cuero con monedas de oro y le dio una al mercader y otra al ciego, pronunciando las palabras “as-salam-u-alaikum”.

– ¿Conoce usted a estos dos caballeros? Le preguntó a la condesa que apareció con el obispo de Talavira.

– Un gran matemático hindú y un gran sabio y mercader egipcio, le dijo Ibn al-Said. Dos grandes amigos míos. En nuestra religión, es preceptivo dar limosna a los mendigos, señora duquesa.

– Se molestó usted mucho porque el Sr. Marcus y estos caballeros aquí presentes les dieron unas monedas de oro a estos dos amigos míos. Sin embargo, parece que está usted muy preocupada por la salvación de sus almas, prosiguió el cadí.

La condesa palideció al reconocer a los dos lisiados, ataviados de forma lujosa.

– Mendigos que conocen la India, Persia, Siria, Qutb, Bagdad, Al-Iskandariya, China, y otros números países y ciudades. Países que sin duda usted conoce tan bien como Talavira, dijo mirándola a la cara

 – Mendigos que saben leer y escribir. Mendigos que conocen el álgebra y la astronomía, continuó

– Mendigos que dominan muchas lenguas que sin duda usted también habla y escribe señora Duquesa, dijo mirándola fijamente. 

– Mendigos que son respetados por sus conocimientos. Indigentes que están ayudando a que el conocimiento fluya desde al-Andalus a oriente, por primera vez en la historia. Se echan una mano el uno al otro para superar la adversidad y en ocasiones la indigencia, siguió diciendo.

– Es muy de agradecer que haya hecho el viaje desde Talavira con su eclesiástico, para venir hasta nuestra recepción, expresó Ibn Al Said.

Mendigos que conocen la India, Persia, Siria, Qutb, Bagdad, Al-Iskandariya, China, y otros números países y ciudades

Dirigió su mirada al halcón, le acarició las plumas de su pecho y de las alas, mientras cogía de una bandeja unas hebras de carne que ofreció a la rapaz, que comió con rapidez, lo situó sobre su mano y la elevó para observarlo en lo alto. Bajo su mano y de nuevo lo acarició con suavidad.

– Un gran pájaro, señora duquesa. Representa el conocimiento, la libertad y el poder de la visión, le dijo, sin dejar de mirarlo. Es un halcón Bagdadí

– Le agradecemos señora, que haya tomado la iniciativa para acompañarnos en esta recepción, que esperamos sea de su agrado. Usted sabe que no estamos faltos de cariño fraterno por usted y por su eclesiástico, e incluso por su sobrino, continuó el mecenas.

– Por eso la invitamos, continuó con sorna Ibn al-Said, y también a usted, señor obispo, y a su sobrino.

– Hoy, señora duquesa, este hospitalario ágape, está dirigido al mundo de la sabiduría, continuó el cadí. Están invitados científicos y sabios, y usted podrá por méritos propios venir también mañana, pues los hombres del conocimiento y de la cultura se reunirán para hablar y disertar sobre álgebra, astronomía y medicina, y trazar las nuevas líneas directrices en los caminos del saber.

– Sin duda alguna, usted y su eclesiástico de Talavira, tendrán la oportunidad de darnos su opinión sobre alguno de estos senderos que abordaremos en el futuro. Será interesante, le reiteró, conocer sus opiniones al respecto.

– Por cierto, señor eclesiástico, ¿cómo está su nuevo sobrino?, porque es su sobrino, supongo. Le dijo de nuevo el mecenas, dirigiéndole una mirada fría e invitándolo con sus gestos a que le contestase.

– Bien, muy bien, señor Ibn Al-Said, le contestó el orondo obispo, cohibido y pasando de la palidez extrema al color grana.

– Mi más sincera enhorabuena por la llegada del nuevo miembro a su familia, señor obispo. Que disfruten de la recepción, les dijo.

Ángel Villazón Trabanco

Dr. Ingeniero Industrial

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