Poblacionamiento de los ‘Homo sapiens’ en el centro de la península ibérica en el Paleolítico superior

La capacidad de los primeros pobladores de nuestra especie, para colonizar regiones consideradas inhabitablesabren la dinámica poblacional del Paleolítico superior inicial en la península ibérica. Hay hallazgos que evidencian la presencia humana de repetidos asentamientos en el centro peninsular a lo largo del Paleolítico superior.

Son los restos que utilizaron los primeros miembros de nuestra especie que poblaron la meseta interior de la península Ibérica, como afilados cuchillos de piedra, azagayas para matar a distancia y huesos de caballos y ciervos devorados por Homo sapiens hace unos 33.000 años.

Contribuyen a aclarar qué sucedió en uno de los momentos claves de la historia de la evolución humana, cuando hace unos 42.000 años, los últimos neandertales del interior de la Península abandonaron el territorio en busca de refugios más cálidos en el sur. Unos 2.000 años después, esta especie humana europea, que había sobrevivido durante decenas de miles de años a las peores glaciaciones imaginables, se extinguió por completo.

Uno de los periodos relevantes es el momento de transición entre la desaparición de los neandertales y la colonización del territorio por parte de los primeros cromañones.

En algunas regiones de Eurasia se ha podido documentar la coexistencia en el tiempo y espacio de estas dos especies de seres humanos. En cambio, en otros lugares, parece que hubo un periodo en el que ningún ser humano ocupó el territorio. Los factores que determinaron ambos escenarios los marcaron la disponibilidad de recursos, condicionada por factores climáticos, o la presencia de barreras geográficas o ecológicas.

La península ibérica es una región clave en la evolución humana, al encontrarse en el extremo suroccidental del territorio europeo, que funcionó como refugio para las poblaciones paleolíticas. Su diversidad orográfica y ecológica fue la que probablemente determinó que el poblamiento fuese desigual.  Cuenta con numerosos yacimientos correspondientes a los primeros milenios de ocupación de humanos modernos, en la cornisa cantábrica, y en las costas atlántica y mediterránea. Empleaban un tipo de tecnología lítica, encuadrada en el Paleolítico superior, que se desarrolló en Europa aproximadamente entre los 40.000 y los 30.000 años de antigüedad.

El panorama en el centro peninsular contrasta con las regiones costeras ya que no había evidencias de presencia humana desde que los neandertales migraran a la costa hace 42.000 años.

El interior peninsular se pensaba completamente deshabitado durante 15.000 años después de la desaparición de los últimos neandertales. Los sapiens llegaron mucho antes, hace entre 36.000 y 31.000 años, después de la marcha de los neandertales.

En ese intervalo, el centro de la Península cambió de ser un paisaje relativamente templado y cubierto de bosque a un lugar muy frío y con poca vegetación. Los dos niveles de restos analizados muestran que su forma de vida basada en la caza del caballo y el ciervo no cambió sustancialmente.

Los primeros registros del Paleolítico superior que se tenían son de hace 27.000 años. Durante 15.000 años el centro peninsular fue un lugar inhóspito e inhabitable para las primeras poblaciones de Homo sapiens. Este periodo coincide con un momento de una fuerte inestabilidad climática, caracterizada por un enfriamiento cada vez más acusado.

El centro peninsular se caracteriza por poseer dos mesetas, terrenos planos con una elevada altitud, divididas por las montañas del Sistema Central, y las condiciones climáticas de este periodo junto con la orografía del territorio del interior peninsular, habían supuesto una especie de barrera para las poblaciones.

Las excavaciones en diferentes enclaves del interior peninsular han propuesto modelos alternativos de colonización del territorio del interior peninsular, que han dado sus frutos.

El análisis de los conjuntos líticos del nivel inferior, el más antiguo, y la datación de restos óseos con marcas de corte, han dado una edad comprendida entre los 36.000 y los 31.000 años. El nivel superior ha arrojado una edad más moderna, comprendida principalmente entre los 27.000 y 25.000 años de antigüedad. Esto sugiere repetidos asentamientos en este territorio a lo largo del Paleolítico superior.

El hallazgo de yacimientos ha permitido rastrear cómo fueron las condiciones climáticas en ese momento y lugar. Los resultados obtenidos a partir del estudio de los sedimentos, la asociación de micro vertebrados, el análisis paleobotánico a través los granos de polen, y los carbones y el estudio de los isótopos estables en fósiles de ungulados, coinciden en detectar un cambio en el clima entre las dos unidades.

Este cambio viene marcado por una tendencia hacia condiciones más frías y áridas, que produjo que los ambientes fuesen cada vez más abiertos, con menos bosques y con menor disponibilidad de agua.

Sin embargo, este cambio no parece haber afectado las estrategias de subsistencia de los humanos que ocuparon este abrigo rocoso, ya que se observa el mismo tipo de consumo de presas en ambos niveles.

Esto se observa también en las estrategias de recolección de leña, que no varían mucho a nivel taxonómico a lo largo del tiempo, aunque sí varían sus porcentajes.

Los taxones leñosos identificados coinciden con los identificados en el análisis palinológico, sugiriendo que la leña se recogía en los alrededores del abrigo rocoso, aportando una información valiosa para la reconstrucción de las estrategias de subsistencia de estas comunidades.

Pese a las duras condiciones, los humanos modernos transitaron y ocuparon el corazón de la península ibérica durante el Paleolítico superior antiguo. 

La cantidad y calidad de los datos arqueológicos extraídos indican que, durante la peor glaciación en milenios, la supuesta “tierra de nadie” del interior peninsular fue en realidad el territorio de caza de grupos de cultura auriñaciense.

Este descubrimiento nos invita a revisar los modelos de dispersión peninsular del Paleolítico superior y la dinámica poblacional de Homo sapiens.

Los sapiens tardaron mucho menos en ocupar el vacío que dejaron en el centro peninsular. Estudios recientes de ADN han demostrado que esos primeros Homo sapiens que ya sabían matar a distancia y crear obras de arte también se extinguieron sin dejar rastro. Después llegaron otras oleadas, incluida la que pintó los bisontes de Altamira.

 

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