Hace unos cuatro millones de años o más que nuestros parientes australopitecos adoptaron el modo de locomoción bípedo. La marcha pedestre, caminar y correr, es un medio ideal para recorrer largas distancias sin cansarse demasiado.
Los corredores humanos pueden superar a los perros y a los caballos en distancias extremadamente largas, sobre todo en medios calurosos, debido a la ausencia de pelo, pero también gracias a que la posición bípeda facilita la disipación del calor.
Hace dos millones de años nuestros parientes homínidos desarrollaron una inusual capacidad de resistencia para viajar a largas distancias. El desarrollo de esta “técnica corporal” para recorrer largas distancias debe estar inevitablemente relacionado con el instinto explorador.
Nuestra conducta exploradora se vio modificada por la nueva posición, pues el homínido erguido podía ahora alzar la vista. Esto supuso un cambio en la percepción visual del espacio, pues la nueva ubicación de la cabeza permitía mirar al lejano horizonte. Además, los cambios climáticos redujeron paulatinamente los árboles aumentando la profundidad del espacio. Nuestra percepción visual se adaptó al paisaje estepario para calcular distancias y en menor medida el movimiento.
Huellas
El bipedismo, nos dejó las manos libres para hacer cosas. Lo que la mano le debe al pie es lo que no suele decir nunca. Sin las manos no hubieran hecho nunca gran cosa. Los pies de los homínidos se trasformaron, dejaron de ser prensiles y se especializaron en el arte de andar. En Laetoli, Tanzania, las huellas de uno de estos andarines bípedos quedaron fosilizadas sobre la toba volcánica. Es una de las características más distintivas de los humanos, y nos ha diferenciado de nuestros ancestros primates y ha jugado un papel crucial en nuestra evolución, jugando un complejo entramado de factores evolutivos, ambientales y biológicos.
Tres millones de años y medio después, un aventurero espacial llamado Neil Armstrong hizo lo propio sobre la superficie de la Luna. Si solo tuvo que dar un pequeño paso, fue gracias a millones de años de evolución. El pie humano es como el ala del ave, una maravilla de la dinámica, una obra maestra de la ingeniería orgánica, una pieza perfectamente ajustada al engranaje perceptivo humano.
Andando, los homínidos descubrieron los pequeños objetos que descansan sobre la superficie terrestre. Sabemos que buscaron, recogieron y coleccionaron piedras de formas y colores llamativos e incluso fósiles. Con razón se ha considerado la adopción del bipedismo como uno de los acontecimientos más importantes de nuestra historia evolutiva.
Comparado con el de un chimpancé, nuestro dedo gordo del pie es corto, rechoncho y no posee la capacidad de agarrarse a las ramas. Además, tenemos una larga columna vertebral en forma de S, un arco en el pie, una cintura flexible y rodillas grandes y con capacidad de trabarse, así como muchas otras características que nos permiten ser unos excelentes caminantes de larga distancia.
Estas características nos diferencian mucho de nuestros parientes más cercanos del mundo animal, los chimpancés. Para llegar a ser lo que somos, se tuvieron que dar muchos cambios a lo largo de millones de años, no solo en el cuerpo de nuestros antepasados, sino también en el clima y la geo-grafía del mundo que ejercieron presión sobre la evolución de aquellos lejanos parientes.
El cambio produce nuevas contingencias y nuevos desafíos. Cuando evolucionó nuestro bipedismo por primera vez, generó nuevas condiciones para la evolución, que fueron el punto de partida para la carrera evolutiva que nos convertiría en lo que somos hoy en día.
De todas las características distintivas del ser humano, fue la de andar sobre dos patas, y no el cerebro grande, la utilización del lenguaje o la fabricación de herramientas, la que lo situó en el camino que lo separaría de los demás primates.
Si queremos rastrear el origen remoto del pie, tenemos que hacer un doble salto. Primero en el tiempo, 570 millones de años atrás, y después al interior de los océanos, ya que fue en ellos donde aparecieron por primera vez, al costado de la columna vertebral, unos pequeños pliegues que la evolución convertiría en aletas. Por aquel entonces ya contaban con cinco dígitos.
Para ver cómo se transformaron en sostenedores del cuerpo deberíamos salir del agua y saltar otra vez en el tiempo, hasta unos 380 millones de años atrás, momento en que evolucionaron los primeros seres vivos que se trasladaban por las orillas del mar empujándose con las aletas, los llamados tetrápodos.
“Generalmente tratamos a nuestros pies como un solo objeto. Pero, en realidad, cada uno de ellos está compuesto por veintiséis huesos y decenas de músculos y ligamentos. Es una estructura extraordinariamente compleja, que se vuelve más fascinante cuando nos enteramos de que es producto de millones de años de evolución, los cuales transformaron un órgano prensil, como la mano de los simios, en uno de propulsión”.
“Los humanos son los únicos mamíferos en la Tierra que caminan exclusivamente sobre dos patas, en vez de sobre cuatro. Y los pies son la única parte de nuestro cuerpo que toca el suelo, por lo que han pasado por cambios importantes a lo largo de la evolución de nuestro linaje. Estudiando cómo esta afectó al pie, podemos ser testigos del surgimiento y de los cambios en el bipedismo que nos caracteriza”.
“En los fósiles de pies vemos una transición desde un órgano prensil, bien adaptado a la vida arbórea, a uno mejor equipado para la vida en el suelo. Es un asombroso y rico ejemplo de evolución. Existieron muchos tipos de pies en el pasado, que resultaban beneficiosos para esas especies homínidas en el ambiente en el que vivían. Pero, tarde o temprano, esos linajes se extinguieron”.
El rango cronológico que abarca la paleoantropología es de muchos millones de años. Estudia la historia del hombre yendo mucho más allá del registro de la escritura, que alcanza hasta hace unos cinco mil años, y llega incluso más lejos que el estudio de los restos de la cultura material que analiza la arqueología. La paleoantropología se remonta millones de años, hasta una época de la que solo quedan huesos fósiles.
El pie es una pieza clave del rompecabezas que deben armar los paleoantropólogos a la hora de saber cómo llegamos a tener el cuerpo actual que nos permite movernos. Y al ser un órgano compuesto por más de dos docenas de huesos, muchos de ellos muy pequeños, es difícil conseguir fósiles.
La mayoría de nuestros antepasados homínidos morían presa de algún animal, por lo que no solemos encontrar pies enteros. Podemos contar con los dedos de una mano los que se han descubierto sin que falte ninguno de los veintiséis huesos. La mayoría son apenas fragmentos, un dedo por aquí, otro por allá.
Hoy en día, los especialistas cuentan con decenas de pies de muchas especies diferentes que cubren un periodo de 4,4 millones de años. Pero apenas cincuenta años atrás no se contaba más que con algunos de épocas recientes de nuestra misma especie o de nuestros primos los neandertales. Los estudios de las últimas décadas han mostrado un panorama evolutivo del pie más complicado, pero también más interesante.
Uno de los esqueletos fósiles más completos y antiguos que se conocen es el de Ardi, una hembra de la especie Ardipithecus ramidus que vivió hace 4,4 millones de años en Etiopía. Su esqueleto fue encontrado con ambos pies enteros. La forma de su cráneo, con una base corta, indica que se balanceaba sobre la espina dorsal. Esto solo sucede en animales que tienen un andar erguido; es decir, que Ardi caminaba sobre dos patas de forma habitual. El resto de su anatomía apunta hacia esa dirección: las rodillas, las piernas, las caderas. Si bien servían para soportar el peso de todo el cuerpo, tenían el dedo gordo separado, como si fuera una mano.
Representación artística de Ardi, el famoso ejemplar de Ardipithecus ramidus.
Se aprecian sus curiosos pies, con el dedo gordo separado.
Eso indica que, aunque Ardi solía pasar la mayor parte de su día desplazándose por el suelo, no lo hacía de una forma tan eficiente como nosotros y todavía conservaba la capacidad de trepar a los árboles.
Toda nuestra anatomía está adaptada a caminar sobre dos patas, pero quien lleva el peso total del trabajo es el pie, y no solo soporta nuestro peso, sino también la ardua tarea de em-pujarnos hacia delante de una forma eficiente, es decir, con-sumiendo la menor cantidad de energía posible.
Un chimpancé puede caminar sobre dos patas, pero su pie no está adaptado a empujarlo hacia delante, solo aguanta el pe-so. El trabajo de empuje lo hacen los músculos de la cadera y de la espalda, por lo que a ese chimpancé le cuesta mucha energía andar, razón por la cual no lo ha-ce mucho, ya que para rellenar su tanque de combustible debería comer mucho más de lo habitual.
Después de Ardi, la evolución fue favoreciendo la aparición de unos pies que aportasen esa ventaja de ahorro energético, lo que derivó en una impresionante variedad de pies, que a su vez generó una gran variedad de formas de caminar.
Los protagonistas de esta diversidad fueron los australopitecos, un género de homínidos a partir del cual evolucionó nuestro propio género humano. La especie más conocida es Australopithecus afarensis, si bien es más famosa por el nombre de su miembro más completo, Lucy.
El esqueleto de Lucy fue descubierto en 1974, casi entero. Ese casi se debe, precisamente, a que faltan sus pies, aunque afortunadamente en las décadas siguientes se han ido descubriendo decenas de pies o fragmentos de ellos que han permitido a los expertos conocer cómo lograron caminar nuestros ancestros, y el modo en que fue cambiando su manera de hacerlo hasta alcanzar el estilo eficiente del que disfrutamos nosotros sin darle la importancia que se merece.
Podemos decir que los australopitecos presentaban un bipedismo incipiente sobre el que la selección natural ha ido actuando de manera continua, adaptándolo a las necesidades y al nicho ecológico de cada especie.
Analizando la forma del pie, los expertos pueden saber si tenía la flexibilidad y la fuerza suficientes como para trepar a un árbol de un modo eficiente. También pueden saber cuánto podían caminar sin que ello supusiese un gasto importante de energía. Asimismo, al contar con evidencias de cómo era el clima y el ambiente en que vivían, pueden conocer si habitaban en el bosque, entre zonas de árboles aislados o en la amplia sabana.
No todos nuestros antepasados podían caminar de esa forma. Algunos de ellos no contaban con arco, por lo que tenían menos fuerza en el pie. Otros tenían los dedos más cortos y menos robustos. Todo eso los llevaba a dar pasos más cortos, lo que a la larga se traducía en mayor cansancio al recorrer distancias largas.
La evolución fue clave para que nuestros antepasados pudiesen conseguir más y mejores alimentos en el pasado. Y con el tiempo derivó en otros cambios evolutivos que nos llevaron por un camino que desembocaría en la fabricación de tecnología, la utilización del lenguaje y la creación de cultura. Es decir, nos convertiría en lo que hoy llamamos humanos.
Diferentes tipos de Huellas
Es un error pensar que caminar es una actividad meramente mecánica. Se puede afirmar que esta manera de desplazarse era, entre otras cosas, un modo de exploración, y, en definitiva, una manera de adquirir conocimientos sobre el entorno.
El bipedismo puede parecer un rasgo natural, pero no lo es. Nuestro primer sistema de locomoción es el gateo cuadrúpedo. Andar no es cosa fácil, se debe enseñar a los niños. Los niños australopitecos también tuvieron que aprender a andar y el hecho de que parezca algo con lo que se nace ha dado lugar a menospreciar sus consecuencias socioculturales.
Por otro lado, no aprendemos a andar para estar quietos, pues los seres humanos no pueden soportar estar mucho tiempo de pie sin tener serios problemas. El bipedismo es una facultad móvil que nos ha permitido llegar a todos los rincones del planeta.
Entre los factores Evolutivos del Bipedismo existen varias teorías para explicar la transición hacia eta forma de caminar. Una de las más aceptadas sugiere que los cambios climáticos y ambientales obligaron a nuestros ancestros a adaptarse a la vida en la sabana, donde caminar sobre dos piernas ofrecía ventajas significativas, como la capacidad de recorrer largas distancias y de ver por encima de la vegetación baja para detectar depredadores o presas.
Entre las adaptaciones anatómicas para el Bipedismo podemos encontrar que la pelvis se hizo más corta y más ancha, proporcionando un mayor soporte para los órganos internos durante la marcha bípeda. Además, la forma del fémur cambió para mejorar el equilibrio y la locomoción, y la columna vertebral adquirió una curvatura en forma de S para soportar el peso del cuerpo de manera más eficiente.
El bipedismo no solo cambió la forma en que nos movemos, sino que también tuvo un impacto profundo en el desarrollo de otras características humanas. Liberar las manos permitió el uso y la fabricación de herramientas, lo que a su vez pudo haber estimulado el desarrollo del cerebro. Además, la postura erguida facilitó el desarrollo de la comunicación visual y vocal, elementos fundamentales para la interacción social y la formación de grupos más grandes y complejos.
A pesar de sus ventajas, el bipedismo también trajo consigo desafíos. La postura erguida incrementó la carga sobre la columna vertebral y las articulaciones, lo que puede llevar a problemas como hernias discales y artrosis. Además, el parto se volvió más complicado debido a la adaptación de la pelvis para la bipedalidad.
La evidencia fósil ha sido fundamental para entender cómo nos hicimos bípedos. Los descubrimientos de fósiles como «Lucy», Australopithecus afarensis, y los rastros de Laetoli en Tanzania, donde se encontraron huellas fosilizadas, proporcionan pruebas claras de la locomoción bípeda en nuestros ancestros de hace más de 3 millones de años.
El camino hacia el bipedismo ha sido largo y complejo, a través de millones de años de evolución, nuestros ancestros se adaptaron a caminar sobre dos piernas, lo que nos ha llevado a ser la especie que somos hoy.