Según me contaron esta historia así os la voy a contar, ni quito ni pongo, ya que sería mal venido de mi parte de echar de mi cosecha, ni tampoco retirar algo que no me pertenece.
A mi, se me contó siendo chica cuando aún las vecinas se sentaban a la puerta de una de ellas, con el consecuente corrillo para coser y hacer aquellos manteles que ya todos duermen en el fondo de los armarios, sin membrillos ni manzanas para perfumarlos.
Como decía, fue Rufina Ruiz mujer de tío Cyriaco a quién la oí este relato, que al lector no le extrañe esto de tío sin tener parentesco alguno con dicha persona, pero los usos y costumbre de aquella época era de dar el titulo de tío y tía, a falta de don y doña, a aquellas personas que constituían nuestro universo infantil.
El relato es el de la cueva del tío Simón Méndez o Ménendez ya que en este particular no se ponían de acuerdo los oyentes que alli estaban.
Pues como decía tía Rufina la marrancha, que en esta cueva sita en el Cerrón, que a la sazón era de don Anselmo Martin (el si tenía don,) se sonó un tesoro.
A la chiquillería allí presente se nos abrían los ojos con desmesura, pensando en aquel imaginario tesoro que nos describía constituido de platos, jarras de plata con cucharas, y demás enseres brillando ante el sol Alcaudetano.
Esta cueva como ya he dicho se situaba en el Cerrón, y ante este hecho yo doy mi fe, ya que la vi cuándo aùn existía, antes que la especulación inmobiliaria se la comiese a golpe de pala excavadora.
Para acceder había que adentrarse en la finca de don Anselmo, farmacéutico de su estado. Al pie del Cerrón crecían olivares y yendo por la vereda entre los olivos y la siembra subía cerro arriba una trocha más que camino y a unos veinte metros a la izquierda se encontraba una depresión del terreno, y en su interior un almendro amargo, escuálido y casi siempre desplumado, pues ahí mismo se encontraba la entrada de dicha cueva del tío Simón Méndez.
La entrada no era fácil, una oquedad de unos cincuenta de diámetro en forma de túnel de unos dos metros de longitud antes de poder ponerse en pie en su interior, si no se conocía su existencia, más que cueva parecía madriguera.
Tía Rufina decía que dentro se encontraban dos estancias con bancos excavados en la tierra donde mercheros y viajantes de a pie y sin recursos podían entrar para descansar en sus muchos trajines por estas tierras jareñas.
No se si algun día fue así. Pero yo que he entrado con unos ocho o nueve años, puedo decir lo que allí vi.
De las dos estancias solo vi una, y de aquellos bancos donde poder dormir cómo en las cocinas que habia en los olivares y labranzas a ambos lados del fogón, no vi nada. Pero la cueva existía, amplía, de tierra como todo el Cerron sin rocas ni cantos y con pastillones caidos en el suelo desprendidos del techo y un charco de agua en medio.
Pero bueno, a lo que ibamos. Según la narradora del corrillo de mujeres cosenderas, cuando en su niñez en aquella cueva con una o dos estancias; cuando dormía en ella alguno de sesos trotamundos, que allí se cobijaban, sonó que en la estancia de al lado había un tesoro escondido de la época de los moros nos decía tía Rufina.
Pues bien, este despierto soñador se puso a jarbar en el mismo sitio en el que su sueño le indicó, encontrando mondas y utensilios de plata a sacos llenos (no se si aquí la narradora no exageraba un poco ) nos contaba y por verdadero lo tenia y así quería que lo aceptasemos pues a ella se lo contaron.
No se si real o imaginario es este relato, pero por estas disputadas tierra ha habido rapiña bandolerismo, guerras y cabe la posibilidad que el fruto de una de estas hazañas fuese a parar a la cueva del tío Simón Méndez, sin poder cargar con ello, y allí se quedo. Uno de los herederos de ese ultraje a la hacienda ajena, vino a hacerse cargo blanqueando así el producto de la misma.
Dejo al lector hacerse su opinión, y ya como he dicho, así me lo contaron, así lo echo, ya que los hechos no son de mi producción.
Hellebuyck Zikie