Ilustres Carroñas y Caminos Imaginarios – Miguel Hernández

¿Qué pasó con el prepucio de Jesucristo? Esa es la pregunta que la Humanidad lleva haciéndose desde hace dos mil años. Según cuenta la leyenda, Jesús nació en Judea de padres judíos, por lo que a los ocho días era costumbre circuncidar a los niños según las leyes de la Torah. San Juan Bautista se lo entregó a María Magdalena en una jarra de alabastro llena de nardos para conservarlo.

En la Edad Media llegaron a existir más de una docena de pellejos envejecidos (Amberes, Brujas, Bolonia, Burgos, etc). Calvino se preguntaba cuán grande sería el miembro de Nuestro Señor para que se pudiera recortar tantas veces sin que se agotara la fuente original. El asunto del “Praeputium Christi” fue motivo de interminables discusiones teológicas. Dado que este trocito de carne participaba del carácter divino como el resto de su cuerpo, y dado que Él es eterno, no pudo pudrirse al morir. Por tanto, ¿dónde está? ¿Se desplazó en mágico vuelo para reintegrarse en su cuerpo antes de la Ascensión a los cielos? ¿El Mesías y su prepucio ascendieron en paralelo y se juntaron al llegar al Cielo? ¿Permanece entre nosotros hasta la resurrección de la carne? ¿Acaso estaba ya en el Cielo, esperando al resto, desde que lo cortaron? En este caso debieron producirse dos ascensiones, la propiamente dicha y la del prepucio. Y finalmente, ¿ostenta Jesús su prepucio reintegrado en la morada celestial o reina desde entonces descapullado a la derecha del Padre? Según Leo Allatius, erudito griego del siglo XVI, el prepucio había ascendido al mismo tiempo que Jesús y se había convertido en uno de los anillos de Saturno. Santa Catalina de Siena en una de sus visiones ratificó su místico matrimonio con Jesucristo con el Santo Prepucio a modo de alianza. Tras su muerte, el dedo de la santa fue exhibido como reliquia y varios devotos percibían, aunque la mayoría seguía sin verlo, un anillo invisible que lo ceñía. La monja vienesa sor Agnes Blannbekin solía sentirlo sobre la lengua y su dulzor se difundía entonces por todo su cuerpo, embriagándola en un puro éxtasis divino.

Existen otras muchas reliquias relacionadas con el Salvador: unas gotas de la leche materna de la Virgen (unas de ellas en la catedral de Oviedo), tres cordones umbilicales del Niño Jesús, el primer pañal, varias pajas del pesebre donde nació, 64 dientes de leche, un pelo de su barba (Catedral de Murcia), la cola del asno que llevó en sus lomos a Jesús, la cola del burro que llevó a María a Belén, raspas de los peces multiplicados por su milagro, una de las plumas del ángel Gabriel que se quedó en la habitación de la Virgen cuando fue a anunciarle el nacimiento de su hijo (El Escorial), las monedas que compraron a Judas, la mesa de la Última Cena (Catedral de Sevilla), 13 lentejas de esa misma cena, más de media docena de ejemplares del Santo Grial, más de 800 espinas de su corona, infinidad de astillas de la Cruz, más de tres docenas de clavos, la sábana donde envolvieron su cuerpo al bajarlo de la cruz, los pelos de la barba de Belcebú que trajo Jesús cuando resucitó después de ganarle la batalla en el infierno… Incluso hay reliquias en estado gaseoso, como un suspiro de San José y un estornudo del Espíritu Santo, ambos en sendas botellas. Sin mencionar la más difícil de guardar: los rayos de la estrella que guió a los Reyes Magos.

Por supuesto, también hay reliquias relacionadas con otros muchos personajes, como una sandalia y una oreja de San Pedro, dos calaveras y más de 60 dedos de San Juan Bautista, las flechas

que mataron a San Sebastián, los pechos de Santa Águeda… Todas ellas están homologadas por una autoridad eclesiástica no inferior al grado de obispo.

Las primeras autoridades del cristianismo estimularon el culto a los sagrados despojos como medio de afianzar la fe y de extenderla a aquellos lugares donde aún no había llegado. El fetichismo mágico de las reliquias ayudaba a ganar adeptos y de paso a ganar dinero. A partir del siglo IV el mercado de reliquias se expandió hasta tal punto que la oferta nunca llegaba a alcanzar a la demanda.

Durante siglos iglesias, santuarios y potentados rivalizaron por disponer de las mejores reliquias, llegando a provocar robos y asesinatos para lograr su posesión. En su momento, para evitar la proliferación de templos, la iglesia católica llegó a permitir que solo se erigiera uno allí donde hubiera una reliquia, lo que aumentó aún más su demanda. Además, una iglesia no se consideraba prestigiosa si no custodiaba alguna parte de un cadáver de un santo o al menos algún objeto sagrado.

Se estableció una jerarquía entre las “insignes” (cuerpos enteros o cabezas) y las “non insignes”, y entre éstas se distinguían las “notabiles” (mano, pie), y las “exiguae” (diente, cabello). Los protestantes rechazaron el culto a las reliquias por considerarlo idolatría, pero no solo el catolicismo las utiliza. Mahoma perdió cuatro dientes en una pelea con unos infieles y dos de ellos se encuentran en el palacio de Topkapi de Turquía. Tras la cremación de Buda fue encontrado un canino entre las cenizas y actualmente se conserva en el Templo del Diente de Buda, en Sri Lanka.

El espíritu crítico de los filósofos ilustrados y el desarrollo de la ciencia contribuyeron a la ridiculización del fenómeno de las reliquias, pero ni mucho menos es algo del pasado o superado.

Cada 25 de julio autoridades civiles y militares del Estado español acuden delante de un ídolo de madera y lo besan y abrazan, pues es “el patrón de España”. Sin embargo, Santiago nunca estuvo en la Península Ibérica, ni su tumba está en la ciudad a la que da nombre. Lo reconoce la propia enciclopedia católica y lo reconoció, ya en el año 1300, el arzobispo de Toledo al decir que era “un cuento de monjas y de viudas piadosas”. Sin embargo, esto no ha impedido que se creara un lugar santo de peregrinación y un camino, que en realidad son siete, donde se han generado muchos lucrativos negocios a su alrededor. Y de esta leyenda surge otra que no se puede entender sin la primera. La Virgen se apareció en carne mortal sobre una columna de mármol al apóstol Santiago cuando oraba a orillas del Ebro. Así surge el mito de la Virgen del Pilar, patrona de España, de la Guardia Civil y del Cuerpo de Correos, y por celebrarse su fiesta el 12 de octubre, también del Día de la Raza o de la Hispanidad. Pero, ¿cómo pudo aparecerse a Santiago junto al Ebro si éste nunca estuvo en la Península Ibérica? Da igual, es la ventaja de la religión, que los hechos no importan. El peso de la religión y de la “tradición” parece que pueden con todo. Pero, ¿sería posible en la actualidad inventarse un Camino de peregrinación con alguna excusa y montar un circo semejante?

Rita Barberá lo intentó en los últimos meses de su mandato al frente del Ayuntamiento de Valencia.

En la catedral de Valencia se conserva el brazo "incorrupto" de Sant Vicent, una astilla de la Vera Cruz, una espina de su corona, dos fragmentos del velo de la Virgen María, un trozo de la camisa del Niño Jesús, una reliquia de San Jorge, pequeños pedazos del pesebre donde nació Jesús… y así, hasta completar los tres grandes armarios que componen el relicario de la Seo. Pero la estrella de la colección es el supuesto cáliz que utilizó Jesús en la Última Cena, el Santo Grial. De las más de cien copas que hay en el mundo, el Papa se ha decantado por la de Valencia y le ha concedido un Año Jubilar cada lustro a partir de 2015. Muy pocas reliquias disfrutan de esta gracia excepcional.

De hecho, solo hay siete lugares que puedan celebrar un Año Jubilar a perpetuidad: Jerusalén, Roma, Santiago de Compostela, el  monasterio de Santo Toribio de Liébana , Caravaca de la Cruz,  ( Toledo ) y Valencia . De los siete, cinco son españoles y todos ellos, cuando es Año Jubilar, atraen a miles de peregrinos. El Camino del Santo Grial iría desde el Pirineo aragonés hasta la ciudad de Valencia.

Cabría preguntarse cómo es posible que los católicos, y los fieles de todas las religiones en general, puedan creer realmente en este tipo de cosas. Hacerse esa pregunta implica una falta de comprensión de la naturaleza de la fe religiosa. Se cree en aquello que te han aleccionado si lo hacen cuando eres pequeño y todavía no has desarrollado tu sentido crítico. Se cree en aquello que necesitas creer para vencer tu ignorancia o tus miedos. Hay quien se atreve a lo largo de su vida a pensar por sí mismo. Pero muchos no lo hacen y delegan en otros para que les interpreten el mundo o les consuelen. No es un comportamiento racional, ni libre, pero hay a quien eso parece bastarle.

Durante siglos los supuestos restos de Santa Rosalía habían curado a miles de enfermos y habían protegido a Palermo de la peste, pero cuando se descubrió que sus huesos en realidad eran de una cabra, la gente siguió creyendo en ella. La Iglesia los ocultó en un cofre para que no puedan ser vistos y cada año siguen saliendo en procesión. Una “explicación” a esa falta de importancia de la veracidad de cualquier reliquia la encontramos en un profesor de la Universidad de Valencia, Jorge Manuel Rodríguez Almenar, presidente del Centro Español de Sindología (la “ciencia” que estudia la Sábana Santa): “Podríamos decir que, desde este punto de vista instrumental y subjetivo, es poco importante el estudio científico de su autenticidad y, en cierta forma, cumple su misión por el solo hecho de ‘conectarnos anímicamente’ con Cristo o los santos”. Es decir, lo importante es creer, profesar una fe de carbonero, infantil y necrófila a la vez, aunque todo sea mentira, aunque engañen a propósito.

Creer en algo sin la menor prueba que lo confirme es un indicio de locura o de estupidez en cualquier aspecto de la vida, menos en la religión, donde sigue gozando de un gran prestigio, y donde los “creyentes” siguen exigiendo un respeto especial, diferenciado, superior al del resto de ideologías. Sin embargo, la religión es mucho más peligrosa para la convivencia que cualquier otra ideología pues establece diferencias entre la gente (dentro/fuera del grupo) en términos de recompensa o castigo eternos. Además, sus verdades son verdades absolutas, innegociables, precisamente por su carácter de dogmas.

 

Miguel Hernández Alepuz

(Associació Valenciana d'Ateus i Lliurepensadors)

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