El cineasta recupera un caso real de 1858, el secuestro de un niño judío por parte del Papa para denunciar el abuso de poder de la Iglesia católica. Estrenada en el Festival de Cannes, ganó el premio al mejor guion en la Seminci de Valladolid
El actor Paolo Pierobon interpreta al Papa Pío IX. — VÉRTIGO FILMS
PUBLICO
MADRID – 10/01/2024 21:13
En la dictadura de Franco, la Iglesia católica robó cientos de miles de niños a sus familias. Algunos de estos casos fueron por dinero, pero la mayoría respondían al intento fanático de acercar a estos menores, hijos de republicanos, a la ideología del nacional catolicismo. Los crímenes cometidos por la Iglesia católica en nombre de la fe son muchos, los que convierten a los niños en las victimas son estremecedores. El veterano cineasta Marco Bellochio, un feroz y tenaz crítico ante el poder y los métodos de la Iglesia, insiste en su nueva película, El rapto, en denunciar estos abusos a través de una tremenda historia real, el caso Mortara.
Italia, 1858. Los Estados Pontificios vivían sus peores momentos, Pío IX se había negado a apoyar la causa de unificación nacional en un intento desesperado por mantener su poder y encontró en un niño de siete años el arma que buscaba para una resistencia final. El pequeño era Edgardo Mortara, de una familia judía de Bolonia. Bautizado en secreto por su nodriza cuando era bebé, el Papa envió a sus soldados a secuestrarlo aludiendo a la bula papal Postremo mense, promulgada por Benedicto XIV en 1747, que defendía el deber de la Iglesia de separar a los niños de sus padres para darles una educación católica.
“Era una época en la que soplaban vientos de libertad en toda Europa, en la que se armaban por doquier principios liberales y en la que todo estaba cambiando. El rapto del pequeño Edgardo simboliza por tanto el deseo desesperado, ultraviolento, de un poder en declive que intenta resistirse a su propio derrumbe, contraatacando. Los regímenes totalitarios sufren a menudo sobresaltos que a su vez les ofrecen, brevemente, la ilusión de victoria, los últimos estertores antes de la muerte”, escribe el cineasta en sus notas de dirección.
Bebés robados durante el franquismo: la necesidad de una política de Estado
Escándalo internacional
La lucha que llevó a cabo la familia Mortara para recuperar al pequeño Edgardo se convirtió en un asunto de importancia nacional y, muy poco después, internacional. El secuestro de este niño mutó en un problema que fue mucho más allá del ámbito íntimo y familiar. El caso Mortara reveló el antisemitismo de la Iglesia y tuvo serias implicaciones políticas y jurídicas. El robo del niño se reveló como una prueba de fuerza entre la Iglesia y los nacionalistas antipapales, los periodistas extranjeros y los judíos.
Una imagen de la familia Mortara en esta ficción. — VÉRTIGO FILMS
La comunidad judía internacional y la opinión pública de la Italia liberal apoyaron la causa de los padres de Edgardo Mortara, que pronto se convirtió en un escándalo en medio mundo. Con la liberación de Bolonia en 1859 del dominio papal, se pensó que se resolvería el conflicto.
El inquisidor que había llevado el asunto, Pier Gaetano Feletti, fue detenido y juzgado, pero fue absuelto aduciendo que había cumplido las leyes en vigor en su momento. Y en 1870, cuando se puso fin a los Estados Pontificios, Edgardo Mortara ya era un hombre educado y convertido al catolicismo que se negó a abandonar el convento de los canónigos de Latran en Saint-Pierre-aux-Liens donde vivía.
El abuso de poder de la Iglesia
La película es un relato del abuso de poder de la Iglesia en cualquier época
Y ahí está la fuerza de la película. Bellocchio arma espléndidamente un melodrama con el hecho histórico de fondo, pero en el que la tragedia de esta familia judía intentando recuperar a su hijo y la conversión de este niño en un defensor a ultranza del Papa y de la fe católica se alzan como la esencia de la historia. Un relato del abuso de poder de la Iglesia en cualquier época, de revelación del peso que tiene la religión en la vida privada, social, política y cultural de un país, y del funcionamiento como una familia de la mafia de los poderes instalados en el Vaticano.
Estrenada en el Festival de Cannes y premio al mejor guion (Marco Bellocchio, Susanna Nicchiarelli, Edoardo Albinati y Daniela Ceselli) en la Seminci de Valladolid, la película es también la historia de un niño inocente robado por la Iglesia que se transformó en un fanático gracias a un minucioso lavado de cerebro, la triste aventura de una víctima de la intolerancia y del poder que utiliza la miserable excusa del “por tu propio bien”. El individuo aplastado por el aparato de la Iglesia.
El secuestro de Aldo Moro
Steven Spielberg quiso contar esta historia cuando leyó el libro del antropólogo David Kertzer El secuestro de Edgardo Morata, pero necesitaba rodar en Italia y no conseguía encontrar al actor apropiado para el personaje principal, así que abandonó. Ha sido Bellocchio el que finalmente ha llevado el caso al cine y con ello ahonda en territorios ya transitados antes por él.
El informe Cremades recoge 2.056 víctimas y 1.383 denuncias de abusos en la Iglesia
El cineasta italiano Marco Bellocchio. — UNIFRANCE
El cineasta Marco Bellocchio continúa con la indagación de asuntos que ya forman parte de su filmografía
El cineasta, 84 años en plena forma, insiste con esta película en su actitud contestaria de denuncia de los abusos y con ella continúa la indagación de asuntos que ya forman parte de su filmografía. Uno de ellos, la arrogancia y los atropellos de la Iglesia católica, retratados en dos estupendas películas antes: En el nombre del padre (1972) y La sonrisa de mi madre (2022). Otro, por supuesto, el secuestro, presente en Buenos días, noche, historia del secuestro y asesinato de Aldo Moro que le valió el premio al mejor guion en Venecia, y en la reciente miniserie Exterior noche.
El absurdo non possumus (no podemos) del Papa Pío IX explicando que no podían devolver al pequeño Edgardo a su familia porque había sido bautizado en la fe católica podrían ser las palabras ahora de Marco Bellochio, non posso, esta vez con toda la razón y justicia de un cineasta obsesionado, incapaz de detenerse en su defensa del individuo, en su reivindicación de la justicia y la denuncia de la explotación, manipulación y crimen.