Ateísmo y Libertad – Miguel Hernández Alepuz

La creencia o no en dioses parece un asunto privado, íntimo, el fruto de un proceso de reflexión alcanzado a partir de la educación recibida y de la experiencia personal de cada cual a lo largo de su vida. Las religiones tienden a crear organizaciones crecientemente complejas para encauzar y controlar esas creencias.

Establecen jerarquías entre su clerigalla, codifican sus dogmas, diseñan sus rituales, fijan lo que está permitido y lo que está prohibido, instauran sus premios y sus castigos, etc. Pero, quien no cree en esos seres imaginarios, ¿qué necesidad tiene de asociarse con otras personas como ella? Muchas veces nos lo han dicho, soy ateo pero no veo la razón o conveniencia de pertenecer a una asociación de ateos. A ello hay que añadir que a muchas personas todavía les cuesta reconocer públicamente que no creen en ningún dios. Finalmente, por nuestras propias convicciones, somos todo lo contrario a dogmáticos y por tanto que tengamos esa idea en común no quiere decir que en otras muchas coincidamos. Como se suele decir, es más fácil organizar una manada de gatos que una asociación de ateos.

            El primer argumento en favor de la militancia en el ateísmo es la autodefensa. Las mujeres han estado, y siguen estando, en una situación claramente injusta respecto a los hombres en todo el mundo, y gracias al movimiento feminista se ha tomado conciencia, tanto las mujeres como los hombres, de esta realidad y se ha luchado para transformarla. Lo mismo ha ocurrido con aquellas personas cuya sexualidad no era la “correcta”. ¿Acaso la sexualidad no es algo íntimo, privado? El movimiento LGTBIQA+ ha logrado grandes avances en algunos países, pero aún le queda un largo camino que recorrer. Por cierto, y no es casualidad, los mayores enemigos de ambos colectivos son precisamente las grandes religiones monoteístas. Entonces, ¿por qué los ateos no tendríamos derecho a organizarnos? Actualmente existen 12 países en los que ser ateo se condena con la pena de muerte, y en otros muchos, de hecho en la mayoría, no está bien visto, por decirlo de manera eufemística. Según varias encuestas, en un país “democrático” como  EEUU, se preferiría como presidente antes a una mujer, a un negro, a un judío, a un hispano, a un homosexual, a un fumador de marihuana, antes que a un ateo. Pero no es solo la opinión de la población, en Carolina del Norte su Constitución señala que “pierde el derecho a ocupar un cargo público cualquier persona que niega la existencia de Dios Todopoderoso”, y lo mismo ocurre en Carolina del Sur, Arkansas, Pennsylvania, Tennessee y Texas. En Estados como Alabama o Missisipi algunos pierden sus empleos públicos si se descubre que son ateos. Por supuesto, se puede recurrir a la Primera Enmienda, que establece que “ningún Estado ni Gobierno federal puede favorecer ninguna religión ni obligar a ninguna persona a que profese una religión determinada”, pero hay que iniciar costosos y eternos procesos legales, y su resultado favorable no sirve para derogar esas legislaciones. Y si esto ocurre en el gendarme del “mundo libre”, ¿qué no pasará en otros países? En la mayor parte del mundo todavía hay que hacer un esfuerzo para “salir del armario”. La mayoría solo se manifiestan cuando se sienten ofendidos o atacados.

            En segundo lugar, el ateísmo militante no se limita a cuestionar la existencia de los dioses ya que siempre ha ido mucho más allá. Ha ido asociado a sistemas de pensamiento como el humanismo, la ciencia, la igualdad entre los sexos, el laicismo, los derechos humanos, la libertad de expresión, la libertad de conciencia, la libertad sexual y reproductiva, etc. El escepticismo, el sentido crítico, la duda razonable como una actitud ante la vida, la rebeldía ante todo autoritarismo dogmático son señas de identidad del movimiento ateo internacional. Un ateo consecuente no trata de adoctrinar a sus hijos en el ateísmo, sino que les enseña a pensar por su cuenta (algo que ni se les ocurre a los creyentes, ya que se sienten poseedores de la Verdad absoluta), respeta el derecho de los demás a estar en desacuerdo con sus propias opiniones, revisa sus ideas y cambia de opinión si se le prueba que estaba en un error, desconfía de todo pensamiento mágico y de las pseudociencias, respeta la vida sexual de los demás siempre no hagan daño a nadie y disfruta de su propia vida sexual sin complejos ni sentido de la culpa.

            En tercer lugar, aunque el movimiento ateo colabora con el laicista y comparte el objetivo de alcanzar un Estado laico, nuestras aspiraciones no se detienen ahí. En el Estado español, por ejemplo, dentro de la asociación Europa Laica hay cristianos porque a ellos no les parece bien que sus creencias tengan un trato de favor por parte del Estado. Y está muy bien que así sea ya que se trata de una postura ética intachable. De hecho, cada religión apela al laicismo en aquellos países donde no es la mayoritaria, pero considera un ataque frontal a su existencia si el Estado no les concede privilegios de todo tipo. No obstante, si en un futuro (muy lejano en el caso del Estado español) se lograra la absoluta neutralidad de todas las administraciones públicas en materia religiosa y se respetara escrupulosamente la libertad de conciencia de toda la ciudadanía, las asociaciones laicas no tendrían razón de ser. Sin embargo, el movimiento ateo seguiría cumpliendo una función necesaria. Las religiones, sobre todo las monoteístas, no solo pretenden extender su doctrina, en ocasiones por la fuerza, no solo critican al resto de creencias, sino que se comportan de manera muy agresiva contra quienes no creen en sus dogmas. A la vez, defienden su superioridad moral, tratan de impedir el avance de la ciencia y reclaman para sí el monopolio de la verdad. Atacan sin contemplaciones los derechos de las mujeres, de quienes no tienen la sexualidad que ellos fijan como adecuada, de aquellos quieren decidir sobre el final de su vida, y de todo aquel que no comulga con sus ruedas de molino, pero a la vez son extraordinariamente virulentas contra quien se atreve a afearles su conducta. Lejos de ser creencias democráticas, son de suyo autoritarias, y constituyen un lastre para el progreso de la Humanidad. O, al menos, eso pensamos los ateos militantes, y tenemos derecho a pensarlo e incluso a decirlo públicamente.

             Las sociedades más tolerantes, más abiertas, más libres, con mayor igualdad de género, con mayores logros educativos, con menor mortalidad infantil, con menor índice de criminalidad, son aquellas donde la religión tiene menos peso. Y viceversa. Basta con echar un vistazo al mapa. Como señala el científico Richard Dawkins, “esa hostilidad que yo y otros ateos expresamos ocasionalmente contra la religión está limitada a las palabras. No voy a poner una bomba a nadie, ni a decapitarlo, ni a lapidarlo, ni a quemarlo en la hoguera ni a crucificarlo ni a estrellar aviones contra sus rascacielos[1]. Somos, en general, más tolerantes que los creyentes, y más numerosos de lo que muchos creen. El problema es que, a diferencia de las religiones, no estamos organizados, no contamos con el apoyo económico y político de los Estados. Y ni lo queremos ni lo aceptaríamos. Simplemente queremos acudir al espacio público en pie de igualdad, sin discriminaciones, sin persecuciones, argumentando nuestras ideas en el ágora, siempre con mayor respeto que el que ellos demuestran por nosotros. Todas las personas son respetables, pero no lo son todas las ideas. No lo es el machismo, ni el racismo, ni la xenofobia, ni la homofobia, ni el terraplanismo, ni el creacionismo. Para nosotros tampoco lo es la religión. Debería ser muy fácil de entender. Yo te respeto a ti si crees en fantasmas porque tú eres una persona, pero no me puedes exigir que yo respete a los fantasmas.

            Un “argumento” muy del gusto del discurso religioso es el ataque “ad hominem”. Los ateos militantes estarían obsesionados con dios, no hablarían de otra cosa, e incluso serían creyentes vergonzantes porque a la postre es imposible no creer en algo. Nosotros no tratamos de imponer nada a nadie, no adoramos a Satanás, no somos otra religión y no hacemos nada especial los domingos por la mañana. Además, y hay que repetirlo, a diferencia de los vendedores de mundos imaginarios, no aceptamos dinero público.

 

La asociación Humanists International elabora cada año un Informe sobre la Libertad de Pensamiento. Los términos humanista y secular son eufemismos dentro del mundo anglosajón para referirse al laicismo o al ateísmo, según los casos. El último disponible, el del 2021, sostiene que los humanistas son discriminados en 144 países de todo el mundo a través de una combinación de lo siguiente: Hay una religión de Estado en 39 países de todo el mundo; Figuras gubernamentales o agencias estatales marginan, acosan o incitan abiertamente al odio o la violencia contra los no religiosos en 12 países; La blasfemia sigue siendo un delito punible en al menos 83 países de todo el mundo; entre ellos, la pena de muerte se puede aplicar en 6 países; La apostasía es un delito penal en 17 países, punible con la muerte en 12 de ellos; Financiamiento discriminatorio de la religión en 79 países; El uso de tribunales religiosos en asuntos familiares o morales en 19 países; La prohibición de que los no religiosos ocupen al menos algunos cargos en 26 países; La provisión de instrucción religiosa obligatoria en escuelas financiadas por el Estado sin una alternativa laica o humanista en 33 países.

            Con este panorama mundial, ¿de verdad es razonable pensar que los ateos no tenemos derecho a organizarnos allí donde nos dejan? Comenzábamos este artículo diciendo precisamente que la posición ante las creencias religiosas es, o debería ser, algo privado, personal, pero el problema es que no lo es. Y es precisamente por eso por lo que sigue siendo necesario que los ateos nos organicemos.

Miguel Hernández Alepuz

(Associació Valenciana d’Ateus i Lliurepensadors)

 

[1]    Richard Dawkins, El espejismo de Dios, Madrid, España, 2011, p. 300.

La creencia o no en dioses parece un asunto privado, íntimo, el fruto de un proceso de reflexión alcanzado a partir de la educación recibida y de la experiencia personal de cada cual a lo largo de su vida. Las religiones tienden a crear organizaciones crecientemente complejas para encauzar y controlar esas creencias.

Establecen jerarquías entre su clerigalla, codifican sus dogmas, diseñan sus rituales, fijan lo que está permitido y lo que está prohibido, instauran sus premios y sus castigos, etc. Pero, quien no cree en esos seres imaginarios, ¿qué necesidad tiene de asociarse con otras personas como ella? Muchas veces nos lo han dicho, soy ateo pero no veo la razón o conveniencia de pertenecer a una asociación de ateos. A ello hay que añadir que a muchas personas todavía les cuesta reconocer públicamente que no creen en ningún dios. Finalmente, por nuestras propias convicciones, somos todo lo contrario a dogmáticos y por tanto que tengamos esa idea en común no quiere decir que en otras muchas coincidamos. Como se suele decir, es más fácil organizar una manada de gatos que una asociación de ateos.

            El primer argumento en favor de la militancia en el ateísmo es la autodefensa. Las mujeres han estado, y siguen estando, en una situación claramente injusta respecto a los hombres en todo el mundo, y gracias al movimiento feminista se ha tomado conciencia, tanto las mujeres como los hombres, de esta realidad y se ha luchado para transformarla. Lo mismo ha ocurrido con aquellas personas cuya sexualidad no era la “correcta”. ¿Acaso la sexualidad no es algo íntimo, privado? El movimiento LGTBIQA+ ha logrado grandes avances en algunos países, pero aún le queda un largo camino que recorrer. Por cierto, y no es casualidad, los mayores enemigos de ambos colectivos son precisamente las grandes religiones monoteístas. Entonces, ¿por qué los ateos no tendríamos derecho a organizarnos? Actualmente existen 12 países en los que ser ateo se condena con la pena de muerte, y en otros muchos, de hecho en la mayoría, no está bien visto, por decirlo de manera eufemística. Según varias encuestas, en un país “democrático” como  EEUU, se preferiría como presidente antes a una mujer, a un negro, a un judío, a un hispano, a un homosexual, a un fumador de marihuana, antes que a un ateo. Pero no es solo la opinión de la población, en Carolina del Norte su Constitución señala que “pierde el derecho a ocupar un cargo público cualquier persona que niega la existencia de Dios Todopoderoso”, y lo mismo ocurre en Carolina del Sur, Arkansas, Pennsylvania, Tennessee y Texas. En Estados como Alabama o Missisipi algunos pierden sus empleos públicos si se descubre que son ateos. Por supuesto, se puede recurrir a la Primera Enmienda, que establece que “ningún Estado ni Gobierno federal puede favorecer ninguna religión ni obligar a ninguna persona a que profese una religión determinada”, pero hay que iniciar costosos y eternos procesos legales, y su resultado favorable no sirve para derogar esas legislaciones. Y si esto ocurre en el gendarme del “mundo libre”, ¿qué no pasará en otros países? En la mayor parte del mundo todavía hay que hacer un esfuerzo para “salir del armario”. La mayoría solo se manifiestan cuando se sienten ofendidos o atacados.

            En segundo lugar, el ateísmo militante no se limita a cuestionar la existencia de los dioses ya que siempre ha ido mucho más allá. Ha ido asociado a sistemas de pensamiento como el humanismo, la ciencia, la igualdad entre los sexos, el laicismo, los derechos humanos, la libertad de expresión, la libertad de conciencia, la libertad sexual y reproductiva, etc. El escepticismo, el sentido crítico, la duda razonable como una actitud ante la vida, la rebeldía ante todo autoritarismo dogmático son señas de identidad del movimiento ateo internacional. Un ateo consecuente no trata de adoctrinar a sus hijos en el ateísmo, sino que les enseña a pensar por su cuenta (algo que ni se les ocurre a los creyentes, ya que se sienten poseedores de la Verdad absoluta), respeta el derecho de los demás a estar en desacuerdo con sus propias opiniones, revisa sus ideas y cambia de opinión si se le prueba que estaba en un error, desconfía de todo pensamiento mágico y de las pseudociencias, respeta la vida sexual de los demás siempre no hagan daño a nadie y disfruta de su propia vida sexual sin complejos ni sentido de la culpa.

            En tercer lugar, aunque el movimiento ateo colabora con el laicista y comparte el objetivo de alcanzar un Estado laico, nuestras aspiraciones no se detienen ahí. En el Estado español, por ejemplo, dentro de la asociación Europa Laica hay cristianos porque a ellos no les parece bien que sus creencias tengan un trato de favor por parte del Estado. Y está muy bien que así sea ya que se trata de una postura ética intachable. De hecho, cada religión apela al laicismo en aquellos países donde no es la mayoritaria, pero considera un ataque frontal a su existencia si el Estado no les concede privilegios de todo tipo. No obstante, si en un futuro (muy lejano en el caso del Estado español) se lograra la absoluta neutralidad de todas las administraciones públicas en materia religiosa y se respetara escrupulosamente la libertad de conciencia de toda la ciudadanía, las asociaciones laicas no tendrían razón de ser. Sin embargo, el movimiento ateo seguiría cumpliendo una función necesaria. Las religiones, sobre todo las monoteístas, no solo pretenden extender su doctrina, en ocasiones por la fuerza, no solo critican al resto de creencias, sino que se comportan de manera muy agresiva contra quienes no creen en sus dogmas. A la vez, defienden su superioridad moral, tratan de impedir el avance de la ciencia y reclaman para sí el monopolio de la verdad. Atacan sin contemplaciones los derechos de las mujeres, de quienes no tienen la sexualidad que ellos fijan como adecuada, de aquellos quieren decidir sobre el final de su vida, y de todo aquel que no comulga con sus ruedas de molino, pero a la vez son extraordinariamente virulentas contra quien se atreve a afearles su conducta. Lejos de ser creencias democráticas, son de suyo autoritarias, y constituyen un lastre para el progreso de la Humanidad. O, al menos, eso pensamos los ateos militantes, y tenemos derecho a pensarlo e incluso a decirlo públicamente.

             Las sociedades más tolerantes, más abiertas, más libres, con mayor igualdad de género, con mayores logros educativos, con menor mortalidad infantil, con menor índice de criminalidad, son aquellas donde la religión tiene menos peso. Y viceversa. Basta con echar un vistazo al mapa. Como señala el científico Richard Dawkins, “esa hostilidad que yo y otros ateos expresamos ocasionalmente contra la religión está limitada a las palabras. No voy a poner una bomba a nadie, ni a decapitarlo, ni a lapidarlo, ni a quemarlo en la hoguera ni a crucificarlo ni a estrellar aviones contra sus rascacielos[1]. Somos, en general, más tolerantes que los creyentes, y más numerosos de lo que muchos creen. El problema es que, a diferencia de las religiones, no estamos organizados, no contamos con el apoyo económico y político de los Estados. Y ni lo queremos ni lo aceptaríamos. Simplemente queremos acudir al espacio público en pie de igualdad, sin discriminaciones, sin persecuciones, argumentando nuestras ideas en el ágora, siempre con mayor respeto que el que ellos demuestran por nosotros. Todas las personas son respetables, pero no lo son todas las ideas. No lo es el machismo, ni el racismo, ni la xenofobia, ni la homofobia, ni el terraplanismo, ni el creacionismo. Para nosotros tampoco lo es la religión. Debería ser muy fácil de entender. Yo te respeto a ti si crees en fantasmas porque tú eres una persona, pero no me puedes exigir que yo respete a los fantasmas.

            Un “argumento” muy del gusto del discurso religioso es el ataque “ad hominem”. Los ateos militantes estarían obsesionados con dios, no hablarían de otra cosa, e incluso serían creyentes vergonzantes porque a la postre es imposible no creer en algo. Nosotros no tratamos de imponer nada a nadie, no adoramos a Satanás, no somos otra religión y no hacemos nada especial los domingos por la mañana. Además, y hay que repetirlo, a diferencia de los vendedores de mundos imaginarios, no aceptamos dinero público.

 

La asociación Humanists International elabora cada año un Informe sobre la Libertad de Pensamiento. Los términos humanista y secular son eufemismos dentro del mundo anglosajón para referirse al laicismo o al ateísmo, según los casos. El último disponible, el del 2021, sostiene que los humanistas son discriminados en 144 países de todo el mundo a través de una combinación de lo siguiente: Hay una religión de Estado en 39 países de todo el mundo; Figuras gubernamentales o agencias estatales marginan, acosan o incitan abiertamente al odio o la violencia contra los no religiosos en 12 países; La blasfemia sigue siendo un delito punible en al menos 83 países de todo el mundo; entre ellos, la pena de muerte se puede aplicar en 6 países; La apostasía es un delito penal en 17 países, punible con la muerte en 12 de ellos; Financiamiento discriminatorio de la religión en 79 países; El uso de tribunales religiosos en asuntos familiares o morales en 19 países; La prohibición de que los no religiosos ocupen al menos algunos cargos en 26 países; La provisión de instrucción religiosa obligatoria en escuelas financiadas por el Estado sin una alternativa laica o humanista en 33 países.

            Con este panorama mundial, ¿de verdad es razonable pensar que los ateos no tenemos derecho a organizarnos allí donde nos dejan? Comenzábamos este artículo diciendo precisamente que la posición ante las creencias religiosas es, o debería ser, algo privado, personal, pero el problema es que no lo es. Y es precisamente por eso por lo que sigue siendo necesario que los ateos nos organicemos.

Miguel Hernández Alepuz

(Associació Valenciana d’Ateus i Lliurepensadors)

 

[1]    Richard Dawkins, El espejismo de Dios, Madrid, España, 2011, p. 300.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *