LOS HIJOS DEL SOL. Los Incas, Los señores de los Andes – I

Alrededor del siglo XIII d.C. los incas se asentaron en el Cuzco, dando inicio al que sería su Imperio y desde allí se expandieron por el territorio andino, logrando parte de los actuales territorios de Perú, Bolivia, Chile, Ecuador, Argentina y Colombia. La organización y administración impuesta por los incas se convirtió en el Estado más importante y poderoso antes de la presencia de los españoles.

Complejo residencial y ceremonial erigido por el Inca Pachacuti hacia 1450. 
En el valle del río Urubamba, a 2.400 metros de altitud

La organización se sostuvo gracias a criterios religiosos y a las facultades de los gobernantes que tenían carácter sagrado. Los relatos míticos sobre el origen y expansión del Tahuantinsuyo involucran a la participación de dioses y personajes favorecidos por estos. Las leyendas más conocidas recogidas por los cronistas son las de los hermanos Áyar y la de Manco Capac y Mama Ocllo.

El Imperio Inca

En la creación del imperio Inca, se distinguen dos periodos de expansión, qué establecieron alianzas con distintos curacazgos y señoríos. La expansión más allá del Cuzco se logró gracias a la combinación del establecimiento de relaciones de parentesco y el enfrentamiento bélico.

En una primera fase, asegurado el dominio sobre Cuzco, se inició la expansión a las zonas cercanas, consolidándose la élite incaica, que se organiza en dos sectores, los Hanan, grupo vinculado con acciones militares y los Urin, asociado a las funciones religiosas. Esta primera fase culmina con el enfrentamiento entre los incas y chancas, aguerridos habitantes del norte de Cuzco.

 

Estatua inca. Cuzco

A lo largo del siglo XV, el imperio se impuso sobre los chancas, los lupacas, los collas, los huancas, los chimus y los chinchas. Aprovechando las experiencias y logros de estos pueblos los que lo precedieron, controlaron los recursos y la población conquistada a través de centros administrativos, conectados por una red vial, y de un efectivo sistema contable. Respetaron el idioma, religión y costumbres de los señoríos andinos incorporados, incluso les permitieron conservar cierto grado de autonomía.

Mapa del Imperio Inca.

El concepto de dualidad es uno de los principios sobre los que descansa la tradición cultural andina, que se distingue en todos los aspectos de la vida. Los términos Hanan y Urin expresan ideas de alto y bajo, y hacen referencia a una visión del mundo siempre dividida en dos partes. El hombre andino percibía al mundo dividido en partes opuestas que a su vez se complementaban. La idea de la cuartipartición, como duplicación de la dualidad, permitió explicar la existencia de los cuatro suyos que conformaban el Tahuantinsuyo, el que se dividía en dos parcialidades, una Hanan, a la que corresponde Chinchaysuyo y el Antisuyo, y otra Unin, en la que se ubican el Contisuyo y el Collasuyo.

Los hijos del Sol

Con la muerte del inca Huayna Capac, se inició un complejo proceso sucesorio que implicó un conflicto entre Huascar y Atahualpa. Si bien la caída del imperio inca se produjo con la invasión española, esta confluyó con otros elementos, como las epidemias que llegaron aun antes de la llegada de los españoles y la crisis del sistema retributivo implantado por el imperio inca. La caída del Tahuantinsuyo no significó la desaparición de las costumbres y formas de la vida de los pobladores andinos. Muchas de estas sobrevivieron durante mucho tiempo.

Existe la leyenda que en los siglos antiguos toda esta región eran unos grandes montes y las gentes en aquellos tiempos vivían como fieras y animales brutos, sin religión, ni policía, sin pueblo ni casa, sin cultivar ni sembrar la tierra, sin vestir ni cubrir sus carnes

El Padre el Sol, viendo a los hombres así, se apiadó de ellos, y envió del cielo a la tierra, un hijo y una hija de los suyos para que los adoctrinasen en el conocimiento de Nuestro Padre el Sol y para que les diesen preceptos y leyes en que viviesen como hombres en razón y urbanidad.

Los Hijos del Sol, en el siglo XV, impusieron su ley mediante su temible ejército, su red de carreteras, y el trabajo obligado de sus súbditos y toda el área andina quedó bajo el dominio de los poderosos soberanos de Cuzco. Así recordaba el Inca Garcilaso de la Vega, a finales del siglo XVI, lo que un tío suyo le había contado en su niñez sobre los orígenes del pueblo inca.

Los protagonistas del relato eran una pareja de hermanos, Manco Capac y Mama Ocllo, nacidos a orillas del lago Titicaca, en plena cordillera de los Andes, quienes, por orden del Sol, emprendieron un viaje hasta fundar la ciudad de Cuzco.

De estos dos héroes fundadores nació la dinastía de los trece Incas. Fue en el siglo XV, bajo Pachacuti Inca Yupanqui, el noveno Inca, cuando se inició la expansión del Imperio con la derrota de los chancas y la conquista de Cajamarca y la zona del Titicaca. Su hijo Tupac Inca Yupanqui amplió nuevamente las fronteras, venciendo a los chachapoyas y apoderándose del territorio chimú.

Durante su reinado, los incas se anexaron el territorio de los actuales estados de Ecuador, Bolivia, Chile y Argentina. Este espacio, que a principios del siglo XVI comprendía 12 millones de habitantes, se encontraba bajo la autoridad suprema del emperador, el Hijo del Sol, y residía con su familia en Cuzco, en un palacio que cada soberano construía de nuevo, rodeado por sus esposas e hijos, los otros linajes reales y sus ministros y sacerdotes. 

La sucesión se realizaba de padre a hijo y aunque no regía el principio de primogenitura, el heredero debía ser uno de los príncipes o auquis habidos con la esposa principal, la coya.

Cuando aquél alcanzaba la mayoría de edad se iniciaba en las tareas de Estado. El hecho de que hubiera varios candidatos al trono fomentaba las intrigas y las luchas de poder, porque cada príncipe constituía un linaje propio, que apoyaba sus intereses.

Estas disensiones dinásticas propiciaron la conquista del Imperio inca en 1532 por Pizarro, quien supo aprovechar la situación de guerra civil entre los hermanos Huáscar y Atahualpa para imponerse.

Panacas y orejones

Los principales cargos religiosos y administrativos eran ocupados por los miembros de las distintas panacas, llamados «orejones» por los españoles por sus enormes pendientes que distendían los lóbulos de las orejas. Esta élite real se organizaba a través de complejas normas de parentesco y estaba vinculada a los jefes provinciales, los curacas, y al cuerpo de administradores. Gozaban de múltiples privilegios, como trasladarse en litera, vestir telas finas, y tener concubinas y servidores, los yanaconas. Por debajo se encontraba la gran masa de población, los hatunrunao, gente común. Eran ellos los que mantenían el Imperio con su trabajo, del que el Inca se apropiaba a través de una institución que perviviría bajo el dominio español, la mita, una prestación de trabajo o servicios por la comunidad.

 

Yupanqui, el décimo Inca.
Museo Arqueológico de Lima.

El Imperio inca, también llamado incario, era un Estado militar. Contaba con un ejército poderoso y bien entrenado, que se nutría de la mita. Ésta permitía reclutar un elevadísimo número de soldados en la mejor edad para combatir. Los más jóvenes marchaban al frente, y los demás se dedicaban a labores de utillaje y abastecimiento, los soldados se renovaban mediante los turnos obligatorios y el ejército siempre estaba «descansado».

Además, el sistema vial facilitaba la comunicación entre los diferentes puntos del Imperio y permitía la circulación de las tropas con rapidez. Éstas podían abastecerse o descansar en los tambos o depósitos que había en los caminos, donde se guardaban alimentos y armas.

Las conquistas del ejército inca daban pie a grandes celebraciones. Pachacuti, a la vuelta de una exitosa campaña que había durado cuatro años, fue recibido por el enardecido pueblo de Cuzco, deslumbrado por una comitiva jamás vista, formada por jefes aliados, botín de guerra y prisioneros. Éstos fueron sacrificados en la plaza de Aucaypata y sus cráneos convertidos en vasos o keros para hacer su brindis al Sol.

Tras la conquista de un territorio se procedía a la incaización de sus habitantes a través de la imposición de la religión oficial, el culto al Sol, y el idioma quechua. Los dioses y curacas del pueblo vencido eran llevados a Cuzco.

Los curacas, por su parte, aprendían el quechua, requisito imprescindible para ejercer un cargo oficial, y luego regresaban a su lugar de origen acompañados por maestros que enseñaban el nuevo idioma a la población, mientras sus primogénitos permanecían en Cuzco como rehenes para proceder a su adoctrinamiento y evitar la posible traición de sus padres.

Sacsahuamán. Conjunto ceremonial y almacén.

La fidelidad al Imperio se ponía en práctica mediante traslados forzosos de poblaciones enteras deportadas a tierras lejanas. El desarraigo quebraba los vínculos internos de los pueblos sometidos, lo que cortaba de raíz cualquier atisbo de rebelión.

Los territorios conquistados se mantenían unidos gracias a un sofisticado sistema administrativo. El Imperio estaba dividido en cuatro regiones o suyos para facilitar su administración, cuyo nombre era Tahuantinsuyu, que significa “las cuatro regiones”.

Cada región estaba gobernada por un suyoyocapu, un representante del soberano, generalmente un hermano o tío de éste. Los cuatro suyoyocapu formaban un consejo de gobierno que asesoraba al Inca. Cada suyo se dividía en territorios de 40.000 habitantes, gobernados por curacas que gozaban de cierta independencia política.

Sin embargo, la libertad de acción de estos curacas quedaba limitada por el hecho de que sus hijos residían en Cuzco como prueba de su fidelidad y porque, además, tenían a su lado a dos enviados directos del Inca, el apunchic o gobernador militar, y los tucuiricuc, una suerte de inspectores, que en quechua significa los que lo ven todo, que se ocupaban, del reclutamiento de los efectivos necesarios para el ejército y de los hombres que debían trabajar en los campos y las infraestructuras del Tahuantinsuyu.

Construcciones

Para articular el Imperio, los incas tuvieron que vencer enormes obstáculos geográficos. Para comunicar tierras separadas por elevados montes e innumerables barrancos y quebradas se construyeron túneles y escaleras horadadas en la roca, o puentes colgantes, a más de 5.000 metros de altura, elaborados con fibras.

Disponían de un servicio de balsas pequeñas y otras más grandes llamadas oroyas que a modo de transbordadores, transportaban personas y mercancías. Se creó una extensa red de caminos y un eficaz sistema de postas basado en los chasquis o mensajeros, capaces de llevar un mensaje de Quito a Cuzco en seis días, haciendo relevos cada seis kilómetros.

El Estado controlaba los bienes productivos, la tierra y el ganado, que pertenecían al Inca, repartiendo los recursos según el sistema al que los especialistas denominan «tripartición». En cualquier población, un tercio de los bienes se reservaba para el Inca, otro se destinaba al culto del Sol y el otro tercio quedaba en manos de la comunidad. 

Sólo existía la propiedad privada para las posesiones del Inca, quien podía transmitirlas a los miembros de su linaje real o panaca, y las hacían trabajar por sus yanaconas o sirvientes. Del total de la producción, el Estado destinaba una parte a la comunidad local, otra al depósito de la provincia y la tercera se enviaba a Cuzco, donde se repartía entre los curacas y los orejones.

Los hatunruna o la «gente común», sostenían con su esfuerzo el incario. La base de la organización social era el ayllu, una comunidad amplia formada por las familias que descendían de un mismo ancestro, identificado generalmente con una divinidad tutelar propia. Los ayllu, constituían la fuerza de trabajo y eran controlados por medio de un minucioso método de contabilidad, registros en los que se consignaban las cosechas, los nacimientos, las muertes y los matrimonios, así como los efectivos del ejército y el número de quienes trabajaban en el campo y las obras públicas.

Fortaleza de Pisac. Levantada por Pachacuti en el Valle Sagrado en Cuzco

Los hatunruna tenían la obligación de trabajar para el Inca prácticamente desde que podían andar, según una división del trabajo por tramos de edad y por sexo, en función de la capacidad física. Los niños pequeños entregaban plumas y las niñas, flores que se utilizaban como tintes, también hacían recados o labores domésticas. Los ancianos cuidaban de los animales, y las mujeres tejían y se ocupaban de la familia y de la casa.

Los varones casados, de 25 a 50 años eran quienes estaban sometidos a la mita, un trabajo temporal o por turnos en beneficio del Inca, del cuerpo de sacerdotes o de los curacas de su comunidad. El trabajo se realizaba en el lugar de residencia o en otros señalados por el Estado, y podía ser muy diverso: en el campo, en la ciudad, en la alfarería, los textiles, la metalurgia, las obras públicas, etcétera. También eran reclutados por turnos para servir en el ejército.

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