El dios Thot, o “El de Dyehut” en egipcio, era un dios lunar, medidor del tiempo puesto por Ra. Las diferentes fases de este planeta ofrecían una medida inmediata del tiempo, por lo que Thot era el que medía el tiempo de los cielos. Fue el que estableció el primer calendario y por eso se dio su nombre al primer mes. El calendario se empleaba para marcar los acontecimientos religiosos.
Thoth, o Tot en griego, tenía muchas funciones importantes en la mitología egipcia, como mantener el universo, y ser una de las dos deidades que acompañaban a Ra en su barca nocturna. En la historia posterior al antiguo Egipto, Thot se convirtió en el mediador entre las disputas divinas, el arte de la magia, el sistema de escritura, el desarrollo de la ciencia y el juicio de los muertos. Servía como poder mediador, especialmente entre el mal y el bien, asegurando que ninguno tuviera una victoria decisiva sobre el otro.
También fue el escriba de los dioses, atribuyéndosele la invención de la escritura y el alfabeto, es decir, los jeroglíficos. En el inframundo, en la Duat, aparecía como un mono, el dios del equilibrio, que informaba en la balanza cuánto pesaban el corazón del fallecido y la pluma, representando el principio en Maat.
Los egipcios lo consideraron como el autor de toda la ciencia, religión, filosofía y magia que se había creado en Egipto. Los griegos además, lo declararon inventor de la astronomía, astrología, la ciencia de los números, las matemáticas, la geometría, la agrimensura, medicina, botánica, teología, gobierno civilizado, el alfabeto, lectura, escritura y oratoria. Además afirmaron que era el autor verdadero de toda obra de cada rama del conocimiento, tanto humano como divino.
El Dios Thot jugaba un importante papel en “el juicio de los muertos” que era una ceremonia religiosa que empezaba con la extracción del corazón del difunto por Anubis. Para los egipcios el corazón era el centro de la vida, era el símbolo de la moral y la conciencia y era la única víscera que se mantenía dentro del cuerpo momificado. El corazón era el responsable de la formación, el entendimiento y el raciocinio; residían en él. Un corazón frío, duro, y liso, es para nuestra concepción, sinónimo de falta de sensibilidad. Sin embargo para los egipcios era una condición deseable, porque significaba la capacidad de mantenerse incólume frente a los estímulos externos y los avatares de la vida. Implicaba mantener ideas firmes e inmutables.
Osiris fue así el dios de la resurrección, y era el que en el inframundo dirigía el Juicio de los muertos. En el Imperio antiguo se creía que solo el faraón podría alcanzar la inmortalidad, pero el transcurrir de los siglos abrió la posibilidad de ser inmortal, y se fue popularizando, hasta llegar al Imperio Nuevo la idea de que todos podían aspirar a ello. Pero conseguirlo no era fácil. Debía demostrarse en el juicio de los muertos que el recién llegado no tenía tacha. El espíritu del muerto llegaba a la Duat, o inframundo, conducido por Anubis, ante el tribunal que presidía Osiris y allí el “Ib” o corazón metafísico, era depositado en uno de los dos platillos de una balanza. En el otro se depositaba la pluma de Maat, símbolo de la armonía, la verdad y la justicia.
Los dioses preguntaban al difunto sobre su vida, y el corazón respondía por su portador. El Dios Thoth, con cabeza de ibis, anotaba los resultados de las distintas preguntas formuladas por los 14 dioses que participan del juicio y el difunto, para ser sometido a la prueba, era conducido por Horus ante Osiris. De acuerdo con lo dicho, el corazón aumentaba o disminuía su peso. Thoth anotaba las respuestas, y las entregaba a Osiris, que finalmente dictaba sentencia. Si el “Ib” era más ligero que la pluma, la sentencia era favorable y el difunto se aseguraba la vida eterna. Si el “Ib” era más pesado que la pluma, lo cual implicaba impureza, era arrojado a un ser con cabeza de cocodrilo, piernas de hipopótamo y el cuerpo de león, que lo devoraba, lo que significaba el final definitivo de la vida y no tenía posibilidad de resucitar.
Los juicios tenían lugar en la Duat en la sala de las dos verdades, donde se, dictaba la sentencia y decidía si el alma del muerto podía ir al paraíso o no.
En el interior del sarcófago, o al lado del cuerpo, se dejaba un rollo de papiro, conocido como “El libro de los muertos”. Este texto era de vital importancia para el “Ba”, como se denominaba al alma del difunto, que era el que tenía que iniciar su camino hacia la otra vida. Para superar todas las pruebas, el “Ba”, tenía que afrontar todos los peligros sirviéndose de los conjuros contenidos precisamente en “El libro de los muertos”. El inframundo o Duat, era un peligroso lugar habitado por monstruos de todo tipo, lagos de agua hirviente y ríos de lava y de fuego.
Y ante tres dioses: Osiris, el dios egipcio de la resurrección, símbolo de la fertilidad, Thot, el dios de la sabiduría, la escritura, la música, los conjuros y los hechizos mágicos, representado con cuerpo de hombre y cabeza del ave ibis; y Anubis, que aparecía como un hombre con cabeza de chacal o perro salvaje, era el dios del inframundo o de la muerte.
En ese escenario el “Ba” entregaba a Anubis su corazón, que contenía las buenas obras hechas en vida. Si el corazón que contenía sus buenas acciones, pesaba más que la pluma, quería decir que el difunto había sido una buena persona en vida. Si, por el contrario, la pluma pesaba menos significaba que la persona había sido mala.
El “Devorador” se abalanzaba, de forma violenta y ruidosa sobre el corazón del difunto, y se lo comía, impidiendo su inmortalidad.
La balanza egipcia fue posteriormente adoptada por los griegos, como elemento identificativo para Themis, su diosa de la Justicia, significando la igualdad con que todos los ciudadanos son tratados.
Y de ahí ha llegado hasta nosotros, en un largo periplo de más de cinco mil años desde la primera dinastía del Imperio Antiguo de Egipto, en el año 3.000 antes de Cristo, o de Nuestra Era.