Orfefebria mexicana de oro y plata

En los mitos ancestrales de los mexicas, el deslumbrante metal amarillo que es el oro, aparece descrito como el cuzticteocuícatl, una especie de sudoración divina que a manera de excrecencia, el Sol dejaba caer sobre la faz de la Tierra.

Aunque los aztecas también trabajaron el cobre, o tepuztli, y la plata, o yztacteocuítlatl, fue sin duda el metal aurífero el que gozó de la preferencia de los artistas para la creación de joyería y otros ornamentos. La obtención del oro se realizaba mediante el lavado de las arenas de ciertos ríos y la separación de las pepitas de oro encontradas, según sus diversos tamaños. El metal era enviado a las localidades donde los orfebres lo trabajaban.

Tumba de Montalban. México

Por medio de ese tributo, los mexicas se aseguraban suficientes cantidades de metal precioso en estado natural, para ser transformado en joyas y ornamentos para uso exclusivo del tlatoani y la nobleza te­nochca.

Fueron los mixtecos y los purépechas los primeros pueblos mesoamericanos que dominaron el trabajo de los metales, como resultado del contacto que, por las costas del Pacífico, tuvieron con los habitantes de Costa Rica, Colombia y Ecuador, verdaderos hacedores de maravillas con el dorado metal.

Tesoros de Montalban

En el Altiplano central, se dice que fue en Azcapotzalco, la vieja capital de los tepanecas, donde se elaboraba la joyería más elegante del área, hasta que una coalición militar encabezada por Izcóatl, de Tenochtitlan, y Nezahualcóyotl, de Texcoco, la venció, convirtiéndola en una ciudad humillada donde el trabajo de sus artesanos sólo rememoraba su antiguo esplendor.

 

 

Pectoral de Mopntalban

En cuanto a la orfebrería de esta ciudad, fray Bernardino de Sahagún dedica buena parte de su obra a la descripción del trabajo de los artistas, a quienes  llama plateros, de acuerdo con la tradición que en Europa se tenía para nombrar a este gremio de artesanos. Los textos de su historia se ven enriquecidos con detalladas escenas que, a manera de viñetas o miniaturas, recrean el laborioso proceso metalúrgico.

El laminado, llamado también martillado, era la técnica más antigua para trabajar el oro donde la pepita de oro era colocada sobre una piedra lisa, ligeramente cóncava, que funcionaba como yunque, y luego era golpeada con hachuelas o martillos de rocas muy compactas en frío o en caliente, con el fin de que el metal se fuera extendiendo poco a poco, hasta lograr el objeto con el grosor y la forma deseados.

Para realizar las decoraciones en estas piezas laminadas se utilizaba la “técnica del repujado”, que consistía en golpear el objeto, ahora con cinceles más angostos, sobre una superficie de madera,  que produce la formación de los diseños en alto o bajo relieve, según se desee. Mediante el laminado los orfebres manufacturaban la diadema o xihuitzolli del tlatoani,  los grandes discos con la representación del Sol, los que mostraban el símbolo del oro, las narigueras en forma de mariposa, las orejeras, los brazaletes, y en especial las placas de diversas formas que se cosían a la indumentaria y que con el movimiento reflejaban la luz, de manera semejante a las lentejuelas de nuestros días.

Martillando las laminillas de oro con toda minuciosidad, los orfebres lograban centenares de cuentas, con las que formaban atractivos collares y grandes pecheras que rema­taban con hilos de cascabeles, así como algunos brazaletes hechos también con cuentas esféricas entretejidas.

Con el tiempo, los plateros mesoamericanos aprendieron la fundición de los metales preciosos, siendo la técnica de la “cera perdida” la que más fama les dio, debido a que la joyería así producida tenía una gran demanda por la vistosidad y alta calidad de su manufactura. Los artistas hacían un molde mezclando carbón vegetal y arcilla y luego, en esa masa compacta grababan o esculpían con gran cuidado la forma del objeto que se iba a fundir, después rellenaban el interior del molde con cera de abeja y así, al verter el metal en su estado líquido, la cera escurría perdiéndose, de tal modo que al abrir el molde, aparecía una reluciente joya.

Gracias a la fundición los ornamentos y las joyas adquirieron las formas más variadas, como anillos con vistosas grecas y colgantes de casca­bel, brazaletes con figuras logradas mediante la falsa filigrana, placas pectorales que mostraban imágenes del complejo panteón del mundo náhuatl, mangos de abanico o mos­quea­dores, y especialmente los curiosos bezotes que lucían los supremos gobernantes y altos dirigentes de la milicia tenochca sobre la barbilla y debajo del labio, para lo cual debieron someterse a una dolorosa ceremonia en la que los sacerdotes les cortaban una sección de piel para incrustarles la jo­ya, como símbolo del alto rango que habían alcanzado.

En México-Tenochtitlan los gobernantes tenían mucho cuidado con la calidad de la producción, y en particular con la posesión de las piezas de oro, por lo que existía un estricto control sobre los orfebres y sus productos. Los talleres ubicados en los barrios donde habitaba la gente dedicada a la misma actividad, eran visitados por mercaderes de alto rango, e inclusive por jefes guerreros enviados del palacio, que supervisaban el proceso de elaboración de las joyas y los or­namentos, vigilando que éstos fueran enviados directamente a bodegas bien resguardadas.

Los talleres donde trabajaban los orfebres estaban ubicados en los complejos habita­cionales, en los patios y al aire libre. Los jóvenes mezclaban el carbón y la arcilla para crear los moldes, mientras otros machacaban el metal en grandes piedras planas, logrando un polvo muy fino que en ocasiones molían en metates. Desde temprana hora los hornillos o braceros estaban encendidos, y numerosos eran los ayudantes que avivaban el fuego soplando vigorosamente con tubos a través de unas oquedades que tenían estos recipientes, preparando todo para el momento de la fundición del metal.

En cuanto al ámbito religioso, los orfebres mexicas tenían su propio dios patrono, Xipe Tótec, a quien devotamente nombraban “nuestro señor el desollado” debido a que en sus fiestas, realizadas durante el mes indígena de Tlacaxipehualiztli, se llevaba a cabo una impresionante ceremonia en la cual se enfrentaban los prisioneros de guerra contra los guerreros mexicas.

La culminación de esa fiesta exigía que el cuerpo de la víctima, al que también se le extraía el corazón, fuera despellejado para que la piel del rostro y el cuerpo sirviera de sangrante vestimenta a los devotos de Xipe, o bien a aquellos enfermos que sufrían de afecciones cutáneas. Durante esta vein­te­na de Tlacaxipehualiztli, tales personas vestían con gran devoción el pellejo de las víctimas y al término del mes, se quitaban los arrugados y putrefactos despojos humanos y mostraban su viva epidermis, de la misma manera que los orfebres abrían los moldes de carbón y barro, de aspecto áspero, para sacar a la luz una nueva y resplandeciente joya de oro.

Orfebrería y Joyería

En la civilización mexica, el orfebre o tecuitlahuaque, estaba muy reconocido como la mayor parte de los integrantes en los oficios, a los creadores manuales que tenían la habilidad de plasmar materialmente lo que era un código estético y cultural.

Una primera imagen nos lleva a los pueblos mazahuas, en el valle de Toluca, donde se hacen las grandes arracadas de hilo de plata con flores, mariposas y pájaros de un peso casi mayor al soportable, sin embargo las mujeres nativas, para quienes han sido hechas, las lucen con verdadero encanto.

Durante la Colonia la prohibición para que los nativos pudieran ejercer la platería incluía la pena de muerte para quien infringiera esa regla. Esta limitación se mantuvo hasta el siglo XVIII, cuando se reconoció «el talento y natural habilidad de los indígenas» y se permitió el establecimiento de las órdenes de plateros. En la Nueva España, la realización de objetos se centraría en lo religioso, aunque con el tiempo la rama popular de la platería habría de predominar en cuanto a su abundancia y  variedad.

El orfebre domina distintas técnicas en los procesos de transformación y elaboración del metal, de manera destacada el repujado y el cincelado. Una técnica es la de la filigrana, consistente en formar la obra con hilos de oro o plata, que son unidos y soldados con mucho cuidado que es la más antigua y primitiva dentro de la orfebrería debido la ductilidad tanto del oro como de la plata, que hace posible la fabricación de largos filamentos con los cuales se conforman innumerables figuras.

La división entre orfebrería y joyería está en que la primera se dedica a piezas mayores o juegos, mientras que en la segunda, se encontrarían pequeños accesorios dedicados al adorno personal y en los que se montan piedras preciosas o semipreciosas. Como los collares, aretes o arracadas, prendedores, cadenas, cruces, entre otros objetos, en los que resulta más que apreciado el fino trabajo de engarzamiento de las piedras preciosas.

La orfebrería y joyería se realiza en el norte de la entidad, en San Felipe del Progreso, sin embargo hay artesanos que trabajan también en Naucalpan y Nezahualcóyotl.

Historia del oro y de la plata

 En 1535, el primer Virrey, fundó la Casa de Moneda, que sería la primera en el Continente Americano y se instaló detrás de la casa de Hernán Cortés. Con esta esto se creó un sistema numismático donde se fabricaban piezas burdamente hechas a mano, una por una, a golpe de martillo  en plata y cobre, y se los denominó ‘reales’, que era la unidad monetaria usada en ese entonces.

Hasta el siglo XVII, el acuñamiento de monedas se realizó colocando el cospel o disco de metal sobre un cuño o matriz enclavado en un yunque. Poniendo encima el otro cuño se aplicaba un golpe violento de maza donde se grababa las monedas simultáneamente por las dos caras.

 En Guanajuato, en el siglo XVI, se inició la exploración de un yacimiento que se prolongaba durante varios kilómetros de longitud y con gran riqueza dando lugar a lo que hoy día se conoce como Veta Madre, que contiene, aparte de plata, oro, cobre, plomo y zinc. La rápida acumulación de experiencia y conocimiento de la técnica minera permitió que, con el pronto establecimiento de caminos y rutas de acceso, se diera una extensa difusión y aplicación de éstas por todos los reales de minas.

De este modo, a partir de 1556 se descubrieron los minerales de San Martín, en el norte de Nueva Galicia, y surgieron nuevas expediciones que fundaron los yacimientos que a lo largo del siglo XVI fijarían la Ruta del Camino de la Plata.

En el movimiento del metal argentífero jugaba un papel esencial y estratégico el azogue, una especie de mercurio líquido que se amalgamaba para la obtención de la plata y que por lo general, tenía que importarse. De modo que a lo largo de todo el periodo colonial, una de las grandes preocupaciones de la Corona fue asegurar su abastecimiento a los dos grandes núcleos productores de plata, Nueva España y Perú. Las remesas de mercurio llegaban desde las minas de Almadén, España, a través del puerto de Sevilla.

La  utilización del mercurio que era mezclado con la plata molida y depositado por unos dos meses en grandes patios. Esta mezcla o amalgama, era lavada y fundida, obteniéndose plata más pura y recuperándose parte del mercurio, que volvía a ser reutilizado.

 Más de 68 millones en monedas de oro  sirvieron para abastecer la reserva monetaria en México, en Europa, China y los Estados Unidos, gracias a que tenía Ley de oro. Fue entonces cuando Estados Unidos lanzó su “dólar trade”, muy semejante al mexicano, con el que inundaron el territorio que se perdió a mediados del siglo XIX.

La existencia de metales preciosos en México dio origen a una fuerte tradición orfebre y joyera que data de la época prehispánica y que es una de las más ricas herencias artísticas procedente de las culturas indígenas de Oaxaca, en las que sobresalia la tradición orfebre que distinguió a los mixtecos desde finales del siglo IX hasta principios del XVI en la Conquista. En Mesoamérica se desarrollaron simultáneamente la metalurgia extractiva y la orfebrería, probablemente difundidas desde Centro y Sudamérica por vía marítima, ya que en ambas regiones se trabajaba la aleación de oro y cobre.

Piezas profanas que los plateros realizaron para el equipamiento de las casas en los siglos XVII y XVIII. También hubo piezas rescatadas en la Tumba 7 de Monte Albán, en Oaxaca y en menor medida, el cobre puro y la plata, además de que la manufactura de objetos suntuarios, utensilios y artefactos presentan gran similitud en toda la región.

La expansión y comunicación debió darse por mar, fundamentalmente por el Pacífico, lo que explicaría el desarrollo primario de la técnica en las regiones de Oaxaca, Guerrero y Michoacán, difundiéndose posteriormente hacia el resto de Mesoamérica. Los artefactos metálicos mesoamericanos más antiguos se han descubierto en sitios costeros, como Nayarit, Jalisco, Michoacán y Guerrero, que se sitúan alrededor del año 700 de nuestra era y eran elaborados principalmente en cobre, aunque también se han encontrado fragmentos de láminas de oro y plata. Entre los objetos más antiguos se pueden citar los cascabeles hechos a la cera perdida, los cuales se utilizaban en ritos y danzas relacionados

Historia de la plata mexicana

Los mixtecos y los purépechas fueron los primeros pueblos en trabajar los metales, principalmente el oro, el cual era utilizado para el pago de tributos a los aztecas, quienes lo transformaban en joyas y ornamentos con incrustaciones de obsidiana, piedras verdes, turquesa y conchas, las cuales eran para uso exclusivo del Rey y la nobleza.

El arte de los orfebres amartillaba el metal con piedras, hasta dejarlo en laminillas, que después eran esculpidas en relieve con pequeñas piedras puntiagudas. Los indígenas relacionaban el oro y la plata con el día y la noche, con el Sol y la Luna, con la vida y la muerte, siguiendo la eterna dualidad de la cosmogonía antigua mexicana.

El nombre mixteco para la plata,  significa «el resplandeciente blanco», era asociado a la Luna, astro que evoca la noche, la periodicidad, la renovación y el principio femenino. Los mixtecos consideraban sagrado al oro, excrecencia del Sol, al igual que  la plata, excremento de la Luna.

Los orfebres tuvieron preferencia por ligar el oro con la plata, con el fin de reducir la temperatura durante el proceso de fundición. El punto de fusión de la plata es de 960 grados centígrados, lo que facilitaba el trabajo del orfebre en relación con el uso de la tumbaga.

La plata también permitía un trabajo más fino, como lo evidencia la falsa filigrana. La técnica de fundición «de la cera perdida», que tanto impactó en Europa, iniciaba su trabajo moliendo finamente el carbón, el cual se mezclaba con un poco de arcilla, hasta formar una masa sólida y compacta y con ella se hacían discos delgados que servían como molde y se dejaban secar y cuando el carbón estaba seco y duro se grababa con todos los detalles que llevaría la joya.

 Cuando los españoles llegaron a las playas mexicanas recibieron los presentes enviados por Moctezuma y quedaron maravillados de la gran riqueza que se les ofrecía, así como de la habilidad de los orfebres que realizaron tales obras de arte, por lo que se despertó su interés por explorar el Nuevo Mundo a fin de encontrar los ricos yacimientos minerales.

Con el descubrimiento de minas de plata a mediados del siglo XVI en los estados de Hidalgo, Zacatecas y Guanajuato, se dio un fuerte impulso a la minería que marcó un severo retroceso en la industria de la joyería y la orfebrería, ya que los españoles utilizaron los metales para su exportación en bruto o como patrón de cambio con la emisión de monedas.

Todavía peor fue el hecho de que el oro y la plata que los indígenas tenían, fueron fundidos en lingotes, lo que impidió que se conservaran testimonios de la joyería mesoamericana. El esplendor de la orfebrería, tanto en plata como en oro, se identifica en la América hispana con el periodo del barroco que corre de la segunda mitad del siglo XVII hasta finales del siglo XVIII. Este arte, nacido en Italia, y propagado en Europa y después introducido al Nuevo Mundo, se caracterizó por la diversidad de sus formas y la creatividad en la composición de los objetos artísticos. Los plateros españoles llegados desde la metrópoli se encargaron de transferir los gustos estéticos peninsulares.

Las muestras artísticas de este periodo, ya sean religiosas o profanas, una vez consumada la conquista material de la Corona española, resaltan por su grandiosidad y composición, por la teatralidad de los gestos, por la presencia de la flora, la fauna y los rasgos faciales del americano y por la prolijidad de los detalles. Tales características pueden admirarse en obras tan notables como las custodias de los conventos, los depósitos eucarísticos, las sacras, los atriles y candeleros, así como en piezas profanas que los plateros realizaron para el equipamiento de las casas, como soperas, bandejas, chocolateras, cafeteras, sahumadores en plata fundida y calada o de filigrana, e incluso aquellas que rodean al mundo del caballo y su monta, como estribos, fustas y botonaduras.

Con respecto a la joyería, corrió la misma suerte que la orfebrería, y el desarrollo experimentado se explica tanto por la diversidad de su origen como por sus técnicas. La fundición y el uso de moldes, combinado con el martilleo y el pulido, dieron acceso a mayores avances técnicos y a las aleaciones que por el año 1000 de nuestra era optimizaron el trabajo de los orfebres.

Productores de plata ayer y hoy

Uno de los centros productores más importantes del país es la ciudad de Taxco, en el estado de Guerrero, que desde la época prehispánica figuraba en la matrícula de tributos de Moctezuma como contribuyente con «ladrillos de oro». Posteriormente, en el siglo XVI, se convirtió en la ciudad de la plata por excelencia y conserva hasta la fecha, la tradición de tener notables orfebres que además han evolucionado en las técnicas, las formas y los diseños de la joyería.

También es de destacar la actividad platera en el estado de Yucatán, en el que existen por lo menos 15 poblaciones dedicadas a la joyería, sobresaliendo el número de talleres de filigranas en la ciudad de Mérida.

La joyería tradicional tiene, en el estado de Oaxaca, la elaboración de una joyería de oro y de plata con la técnica de la cera perdida, con réplicas de las joyas mixtecas encontradas en las zonas arqueológicas, destacando las de la tumba  de Monte Albán.

Por su parte, el centro platero de Zacatecas inició sus actividades en 1988 con el desarrollo de un proyecto de nueva joyería y orfebrería, y  fue una de las principales productoras de plata durante la Colonia, que sólo producía objetos religiosos y en la actualidad cuenta con una línea de producción y estilo propios.

Finalmente, cabe mencionar los esfuerzos que el Gobierno de Veracruz, a través del Consejo Veracruzano de Arte Popular, está haciendo para reactivar la joyería en plata de Xalapa en donde se trabajan diversas técnicas y nuevos diseños basados en los sellos prehispánicos del antiguo México.

México es el primer productor mundial de plata, con el 31% de la producción mundial.

 

Ángel Villazón Trabanco

Ingeniero Industrial

Doctor en Dirección y Administración de Empresas

 

Ángel Villazon Trabanco es escritor y te brinda la posibilidad de leer algunos de sus libros:

  • Goces y sufrimientos en el Medioevo
  • Los tacos de huitlacoche
  • Los enanos
  • El sueño de un marino cántabro y el sueño de un orfebre andalusí
  • Senderos de Libertad

Además te ofrece multitud de relatos y de artículos en su página web: www.angelvillazon.com

 

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