Rufino Tamayo, nacido en Oaxaca en 1899, es uno de los grandes protagonistas del movimiento pictórico mexicano del muralismo. Fue un trabajador incansable y viajero infatigable que recibió el influjo de diversas culturas que trascienden en su pintura y lo convierten en universal. Su labor artística asimila movimientos como el impresionismo, cubismo, futurismo y la pintura metafísica. Fue uno de los pintores mexicanos más reconocidos a nivel mundial, que conjugó su herencia mexicana y el arte prehispánico con las vanguardias internacionales, en obras marcadas por el color, la perspectiva, la armonía y la textura.
A pesar de que también dominó la pintura mural, su nombre no aparece con frecuencia junto a la triada que monopolizó el muralismo, debido a que los principales muros le fueron negados por sus marcadas diferencias con el estilo pictórico y el discurso oficialista de Rivera, Siqueiros y Orozco del arte después de la Revolución. Tamayo decidió alejar su pintura de la reivindicación política y de la intención narrativa de los tres principales muralistas.
Sus murales se encuentran en el Palacio de Bellas Artes, el Museo Nacional de Antropología, el Conservatorio Nacional de Música en México, en el Dallas Museum of Cine Arts, la Biblioteca de la Universidad de Puerto Rico y en la sede de la UNESCO, en París, mientras que su obra es expuesta en recintos tan emblemáticos como los museos de Arte Moderno de México y de Nueva York, el Guggenheim y la Philips Collection, en Washington.
Es un pintor de profundidades mexicanas que no necesariamente son costumbristas o indigenistas, sino que más bien pinta desde él mismo, asumiendo su herencia y enriqueciéndola. Es un mexicano internacional:
Mi sentimiento es mexicano, mi color es mexicano, mis formas son mexicanas, pero mi concepto es una mezcla. Se nutre en la tradición de su tierra, pero al mismo tiempo recibe del mundo y da al mundo todo cuanto pueda. Este es su credo de mexicano internacional.
Comenzó en 1915 sus estudios en la Academia de Bellas Artes de San Carlos de la Ciudad de México, que tuvo que abandonar, pero su empeño y disciplina lo llevaron a consagrarse en la pintura. Se fue haciendo a través de un arduo trabajo, sacrificio y esfuerzos incontables, un día y otro y otro, adelantándose a su época.
En 1921 José Vasconcelos, entonces Secretario de Educación, le nombra Jefe del Departamento de Dibujo Etnográfico del Museo Nacional de Arqueología:
Vasconcelos era mi paisano y tuve la posibilidad de conocerlo. Me ayudó dándome empleo en el Museo Nacional. Allí Vasconcelos intentó poner en práctica una idea bastante buena, que el Departamento de Etnología creara su propio taller de artesanías donde pudiera recopilar muestras de las artes populares que, ya en ese momento y por causa del turismo, empezaban a corromperse.
Esta experiencia le puso en contacto con el arte prehispánico, hecho que le sirvió para recuperar sus raíces, revalorarlas y convertirlas en una de las más importantes fuentes de las cuales se nutrió su enorme producción plástica:
México tiene una luz extraordinaria y otra que emana de sus artesanías, con las que reconozco y siento mi relación. Gracias al contacto que tuve con ellas, sobre todo durante el tiempo que trabajé en el Museo de Arqueología, me acerqué al color y a formas que están presentes en todo mi trabajo. Ninguno de estos elementos tan nuestros me ha privado del derecho a contemplar otras formas, de captar otra luz y otros colores que provienen de fuera. En el arte popular están mis raíces, pero esas se fortalecen con expresiones y lenguajes artísticos llegados de otros sitios.
El color y la textura son rasgos de una pintura siempre moderna y siempre arcaica. Tamayo usa la densidad del color y la calidez de la textura, en diferentes medios y técnicas: óleo, temple, grabado, dibujo, mural, acuarela, o litografía.
Por ello, su estilo es indefinible, inclasificable, “es un artista que pertenece a su tiempo, muy complejo y al mismo tiempo muy simple. La calidad de su pintura es de primerísimo nivel, pero además sus obras tienen un mensaje cifrado, un tiempo y un espacio indefinido y atemporal, que son valores que convierten su obra en contemporánea. Cuando se empieza a decodificar el mensaje cifrado que hay en cada cuadro, es un universo de una gran riqueza, tanto conceptual como técnica y esto es una cuestión que no todos los artistas tienen.”
Cuando estuvo trabajando en el Museo Nacional de Antropología “se empapó del arte prehispánico y se enamoró de él, en su obra están clavadas nuestras raíces indígenas.”
A Rufino Tamayo el éxito le llegó temprano, pues en 1926 realizó su primera exposición, que tuvo tal reconocimiento que lo llevó a exhibir sus obras en el Art Center de Nueva York. Fue un pintor siempre reconocido, que se incorporó de inmediato a las grandes galerías, a las colecciones importantes y a los acervos de los museos.
Su inconfundible estilo y calidad hicieron que el Museo de Arte Moderno de Nueva York , MOMA, le comprara el cuadro Los perros, y después algunos más, cuando otros artistas donaban sus obras para estar presentes en este recinto referencial del arte contemporáneo.
También ejerció la docencia en San Carlos y en la Dalton School of Art de Nueva York, lo que le permitió además de desarrollar una pintura de calidad extraordinaria, experimentar y crecer.
Asumió las vanguardias y las aplicó al contexto mexicano, “opera como la traducción de este mundo mexicano, tan complejo, tan bello, tan único, en otros lugares, y lleva esa herencia y ese contexto, a convertirlo en algo que ya deja de ser meramente mexicano, para que sin dejar de serlo se convierta en otra cosa, que pueda apreciar alguien educado dentro de la vanguardia internacional.”
Muestra de ello es el mural Dualidad, realizado para el Museo Nacional de Antropología, donde reside toda la experiencia de su pintura mexicana. “Es un mural que no narra, significa muy profundamente y lo puede entender cualquier gente.”
Vive en Nueva York cerca de veinte años, en el centro neurálgico de las artes a nivel mundial, donde define los elementos de su estilo, transfigurando objetos y afianzándose de los valores del arte prehispánico para valerse de un rigor estético.
Participa en la muestra colectiva Mexican Art en The Metropolitan Museum of Art de Nueva York y en 1931 la Julien Levy Gallery presenta una exposición individual del artista:
La exposición en la galería Julien Levy fue definitiva en mi vida. Días después llegó a mi casa alguien que yo no conocía: Valentín Dudenzing. El era dueño de una de las galerías más importantes de Nueva York e introductor del arte francés. Se ofreció para ser mi dealer. Acepté. Con el tiempo llegamos a ser grandes amigos. Jamás olvidaré que fue Dudenzing quien me lanzó en grande.
Afectado por la recesión económica, decide regresar a México.
Presenta multitud de exposiciones individuales y numerosos viajes que forman parte de su Legado, que es muy extenso: “Primero tenemos al pintor que revolucionó el arte mexicano, luego al pintor que llevó al arte mexicano fuera, el pintor que trajo el arte de fuera hacia México y luego tenemos al pintor que creó una bienal para dotar de una colección de arte a su ciudad natal, luego tenemos a un pintor que realizó dos museos: uno de arte contemporáneo y otro de arte prehispánico.”
Las obras de Tamayo han sido expuestas en instituciones de talla mundial, como el Museo de Arte Moderno y Museo Guggenheim de Nueva York, el Museo Reina Sofía de Madrid, el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México, el Museo de Arte Moderno de Tokio en Japón y el Museo Edvard Munch, de Oslo, Noruega.
Su pintura es compleja, elaborada y debido a su éxito se encuentra dispersa por todo el mundo, en los museos y colecciones más importantes.
Posteriormente, Tamayo se mudó a París, y junto con los tres muralistas representó a México en varias bienales europeas de los años 50, no sin antes declinar su participación en las de Barcelona y Madrid para reafirmar su postura antifranquista.
En 1974, abre sus puertas el Museo de Arte Prehispánico de México Rufino Tamayo, al que el pintor dona su colección de arte prehispánico y en 1981, fue inaugurado el Museo de Arte Contemporáneo Internacional Rufino Tamayo, cuya colección se compone de su colección personal de arte de creadores internacionales del siglo XX.
Además de sus murales, Tamayo experimentó con una gran cantidad de técnicas y medios, pero fue por excelencia un pintor de caballete. A lo largo de su vida produjo 1,300 óleos, 452 obras gráficas, 358 dibujos, 21 murales, 20 esculturas y un vitral.
Los murales del Palacio de Bellas Artes, “son extraordinarios y es ahí donde notas el talento de Tamayo, esa perspectiva, esa armonía, esa textura”. Después, cuando pintaba sus murales en Bellas Artes “me llamaba la atención que él trabajaba solo, le ponían los andamios y Tamayo iba con sus cubetas, subía y bajaba mil veces, llegaba a su casa muerto.”
Su disciplina lo hacía trabajar diariamente y su generosidad se demuestra en las numerosas donaciones de obra que realizó a asilos y diversas instituciones, así como en la creación de dos museos, uno de arte prehispánico en su ciudad natal Oaxaca y el Tamayo, dedicado a al arte contemporáneo internacional.
Y es que fue galardonado con el Premio Nacional de Ciencias y Artes, nombrado Doctor Honoris Causa por las universidades de Manila, la Nacional Autónoma de México, la de Berkeley, la del Sur de California y la de Veracruz, así como Caballero de la Legión de Honor de Francia.
Aunque realiza murales, Tamayo elige la pintura de caballete como el medio de expresión más adecuado para un investigador de texturas complejas, sólidas y experimentales. Pinta el mural Homenaje a la raza india para la exposición itinerante Art mexicain du précolombien à nos jours, presentada en el Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris. En la ciudad de México recibe el encargo para realizar dos murales en el Palacio de Bellas Artes, termina el primero de ellos, Nacimiento de nuestra nacionalidad.
Con Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros representa a México en la XXV Bienal de Venecia: “Colorista poderoso, ávido de gamas de rojo sangre y rojo amapola, Tamayo, sin forzar el trazo y sin impetuosidades cromáticas torrenciales, llega a expresar en síntesis exactas el alucinante e imponderable espectáculo del México plástico.»
Es en esos años comienzan las diferencias entre el grupo de los muralistas mexicanos, Rivera, Siqueiros y Orozco. El pintor oaxaqueño disentía con la profunda ideología nacionalista y revolucionaría que los muralistas transmiten en sus obras, prefiriendo dedicarse a desarrollar su propio estilo, que en vez de procurar la liberación de un grupo, se desprende del enfoque político para hacer “arte por el arte”, y cede los reflectores a los valores estéticos arraigados en su origen zapoteca.
Presenta su primera exposición en París en la Galerie Beaux-Arts, en el mes de noviembre de 1950. La misma muestra se exhibe después en el Palais des Beaux-Arts de Bruselas.
El Museo Tamayo abrió, no para exhibir su obra, sino para exponer lo mejor del arte contemporáneo internacional en México. Dona 1.300 piezas de arte precolombino a su ciudad natal, las cuales constituyen el acervo del Museo de Arte Prehispánico Rufino Tamayo en la ciudad de Oaxaca, que se inaugura en 1974.
El interés por las culturas primitivas se materializa también en una colección de piezas de arte prehispánico, que Tamayo dona a su Oaxaca natal y que constituyen el conjunto con el que se forma el Museo de Arte Prehispánico de México.
A finales de 1987, México homenajea a Tamayo con una importante muestra antológica que conmemora sus setenta años de creación, y a la que se une en reconocimiento esta exposición en el Centro de Arte Reina Sofía.
Rufino Tamayo, el maestro mexicano de la forma y el color, desafió los cánones del arte mexicano de sus contemporáneos, como Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, replanteando el papel político del arte y usando sus raíces zapotecas para desarrollar un nuevo lenguaje que trasciende géneros y corrientes. Preocupado por el aspecto social del arte, el legado de Tamayo fue más allá del lienzo, haciendo lo posible por acercar el arte a nuevas audiencias y crear oportunidades para artistas emergentes.
Tamayo continuó trabajando hasta el final de su vida. En 1990 pintó su último cuadro, El muchacho del violón. Tamayo falleció el 24 de junio de 1991 en la Ciudad de México. Tenía 91 años.
Ángel Villazón Trabanco es ingeniero, escritor y periodista cultural y te brinda la posibilidad de leer algunos de sus libros:
- Goces y sufrimientos en medievo
- Los tacos de huitlacoche
- Los enanos
- El sueño de un marino cántabro y el sueño de un orfebre andalusí
- Senderos de Libertad
También puedes leer otros artículos y relatos suyos en esta misma página web: www.angelvillazon.com
Ángel Villazón Trabanco
Ingeniero Industrial
Doctor en Dirección y Administración de Empresas