
Mi experiencia en China y concretamente en la ciudad de Pekín ha sido impresionante: la grandeza de esta ciudad de 18 millones de habitantes, la diversidad de contrastes, el espíritu de trabajo de la población, la economía emergente y la presencia de empresas de todo el mundo hacen que uno quede pasmado ante una potencia económica que no sólo es una realidad, sino un vástago de lo que puede llegar a convertirse.
Ante esta grandeza acaparadora, quise introducirme en la cultura milenaria de China, degustar su gastronomía, vivir las ceremonias del té y conocer los lugares más emblemáticos de la capital del norte —como la Ciudad Prohibida, la faraónica muralla china, la intimidad de los templos construidos con el paso de diversas dinastías, las tumbas de emperadores, o las montañas sagradas del norte de Pekín—.
Sin embargo, lo que más me ha emocionado de esta ciudad es su vertiente humana y las zonas rurales o los hutong, barrios situados a los pies de los nuevos rascacielos, donde el día a día sigue siendo como antes, sencillo —y precario— y las condiciones de vida se mantienen casi inalteradas. Quizás no me sorprendería tanto si no encontrara estas vidas, esta nostalgia de antaño, junto a edificios y rascacielos de arquitectura moderna importada de todo el mundo —como la ópera o las instalaciones olímpicas como el nido de pájaro—, de diseños al límite de lo imposible, y de calles minadas de tiendas y coches de lujo.
Los hutong son reductos en peligro de desaparecer ante el avance imparable de la modernidad: es precisamente eso lo que me ha impulsado a dedicarles mis dibujos desde el primer viaje a Pekín en febrero de 2010. Dibujos con papel, pinceles y tinta china comprados in situ y creados con movimientos impulsivos de la mano, de izquierda a derecha, imprevisibles, gestuales. Dibujos que dejan entrever gente, bicicletas y triciclos creados con mi pincel que, a partir de la observación y el sentimiento, se mueve al azar y de forma intuitiva esquivando sobre la celulosa obstáculos invisibles que en final serán el blanco del papel. Las manchas grises y negras quedarán reflejadas como las ruedas y los pasos de los humanos que transitan por las calles centenarias y estrechas de los hutong. Así pues, esta exposición quiere ser un homenaje a la parte más humana y sencilla de las ciudades chinas: una comunión de olores, sentimientos y sensaciones surgidos en los mercados de productos, de animales exóticos o de anticuarios, en las tiendas de artesanos, en los pequeños restaurantes, o en los parques donde la gente se reúne a todas horas para hacer gimnasio o tai chi. Todo en lugares tradicionales y auténticos que todavía resisten. En este tercer viaje del mes de enero he visto que Pekín debe cambiado: hay más coches de alta gama y menos bicicletas. Más empresarios y más rascacielos. Hasta cuándo aguantará este crecimiento y el consumo eufórico, ¿esta ciudad?
En Pekín —por hechos históricos recientes— el mundo del arte contemporáneo se ubica en los barrios del exterior de la ciudad. Las grandes galerías están en la periferia y los clientes son chinos ricos. Los gestores culturales y galeristas chinos han dado paso al arte contemporáneo occidental con cuentagotas. En China no han llegado los genios como Miró, Picasso o el excéntrico Dalí. Buena parte del arte contemporáneo chino es local y sigue siendo fiel a la caligrafía china y en los paisajes típicos. También es notable el arte abstracto chino inspirado en el expresionismo abstracto europeo de la posguerra o la action painting de la escuela de Nueva York. Después de la mía exposición en el Beijing Art Museum, ahora me siento satisfecho de dejar constancia de la actividad y del bullicio de las calles y de acercar la vida urbana y humana de los hutong de China en nuestro país a través de esta exposición, Impresiones de China.
Carles Bros